ESCRITORA

Mónica Ojeda: “Mi cuerpo es ‘cholo’ y en él habita el conflicto y la herida colonial”

La autora recala en la librería Cámara para presentar ‘Chamanes eléctricos en la fiesta del sol’, una novela sazonada con una pizca de Nietzsche que plasma los conflictos que asolan Ecuador

Deia, Alejandro López, 25-03-2024

Mónica Ojeda (Guayaquil, Ecuador, 1988) abandona el ascensor con actitud resuelta para internarse en el hall del Hotel Villa de Bilbao, una estancia amplia, de luz tenue y decorada con muebles de tonos neutros. La gira de presentación de su última novela, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol (Random House, 2024), la ha traído hasta la capital vizcaina. Saluda a un servidor con calidez, abrazándolo, y se sienta en un sofá tapizado en un tono oscuro. Sus ojos oscuros destilan verdadera pasión cuando habla de una historia situada en un futuro próximo, en el año 5550 del calendario andino, pero que, a su vez, retrata muchos de los problemas que asolan Ecuador. La violencia de los narcos y los grupos formados por ciudadanos anónimos, armados hasta los dientes para hacerles frente, se funden con las leyendas que se narran en la cordillera de Los Andes, adonde Noa y Nicole escapan para celebrar la Fiesta del Sol, ahogar el dolor en alcohol, abstraerse del suplicio a través de la música y desquitarse de sus problemas danzando.

¿Quiénes son los chamanes eléctricos y qué es la fiesta del sol?

Así le llamaban a Jim Morrison. También a Jimmy Hendrix. Es decir, se llama chamanes eléctricos a estos músicos que tocan con guitarras eléctricas. Luego, por otra parte, en la novela hay un grupo musical que se llama así. Son chamanes que tocan instrumentos eléctricos, muchos y varios. La fiesta del sol, el Inti Raymi en el mundo andino, es una fiesta que se hace en el solsticio de invierno, cuando cae la celebración de San Juan. Es una fiesta en honor al Dios Sol, Inti, y se realiza todos los años. Es una fiesta con mucho baile, mucho alcohol y mucha música (ríe).

“Lo que nos unía era mucho más que la falta de amor o la soledad: era la urgencia de huir lejos”, reconoce Nicole, la voz que vertebra la historia, al inicio de la novela. ¿Es la cualidad de urgente lo que impulsa la trama?

Sí, lo urgente que es la amistad, lo urgente que es el amor, la necesidad de buscar un refugio cuando te sientes en peligro, encontrar los afectos en un mundo desolado donde te sientes sola por la violencia que acontece a tu alrededor. La urgencia por encontrar respuestas a esa búsqueda de un refugio. Yo creo que la novela, en su totalidad, trabaja en torno a unas jóvenes que están en un contexto de violencia muy intenso. Suben a un festival para tratar de recordar que son jóvenes y disfrutar de la música, de la poesía, del baile. Pero también para encontrar un refugio. En la fiesta uno nunca se siente en peligro.

¿De qué tipo de música habla? ¿Y qué peso tiene en el relato?

A mí lo que me interesaba de la música era ese doble aspecto, no solamente el gozoso y el disfrutable, que también está ahí, sino el introspectivo. El lugar al que la música arroja a cualquier cuerpo y que tiene que ver con lo tenebroso, con lo oscuro. Son territorios a los que también te puede llevar la experiencia musical, porque atraviesa tu cuerpo e investiga en zonas donde este no tiene palabra. Tampoco la necesita.

¿Por qué?

Es otro lenguaje, el de lo inconsciente. Por eso la novela empieza con una cita de Nietzsche: “El oído es el órgano del miedo”. Lo es porque es capaz de llevarte a abismos personales muy hondos, no solamente a lugares de huida, de escapada. Así empieza la novela, con personas que quieren huir, aunque luego se den cuenta de que no se puede escapar de aquello que se lleva dentro.

Dicen que su obra pivota en torno al gótico andino, un concepto estrechamente ligado a la tradición oral, que transmite las leyendas que nacieron en la cordillera. ¿Qué presencia tiene el folklore en la novela? Y, en lo que respecta a Los Andes, ¿es la cordillera una fuente de inspiración para usted?

Sí, totalmente. La escritura bebe mucho del cuerpo territorial, ese cuerpo que está tocado por el territorio. Los territorios están llenos de imaginario, de discursos, de maneras de entender el miedo histórico.

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Un momento, ¿miedo histórico? Explíquese.

El miedo es histórico. Cada sociedad tiene distintas experiencias que catapultan distintos miedos. Por eso podemos hablar de miedos geográficos. Dependiendo de la historia, cada geografía tiene miedo a la colonización, a la esclavitud, a la pobreza, a la dictadura… Son miedos que habitan cada superficie y que tienen que ver con su historicidad y sus heridas. Con sus llagas. A mí me parece que todo eso se refleja en los mitos y las leyendas de la tradición oral. Para mí el mundo andino es muy importante porque vengo de un país andino. Está absolutamente determinado por la orientación de la cordillera y, además, dividido por ella. Entonces, toda esa mitología, ese lenguaje, esa forma de relacionarse con la montaña, los volcanes, lo ancestral, pero también con lo contemporáneo, habita en mi lenguaje. Es mi manera de pensar.

La novela está situada en el año 5550 del calendario andino. ¿Reivindica, a través de ella, la cultura del Ecuador precolombino?

Más que reivindicar, me interesaba pensar otra temporalidad. Por supuesto que me interesa toda esa cultura que está viva en Ecuador y que es precolombina, sobre todo porque lucha por existir fuera de los marcos mucho más blanqueados de la cultura ecuatoriana.

¿Colonizados?

Sí, colonizados, porque responden a una cultura occidental. Pero todavía existen en Ecuador estos lugares de resistencia. Y están muy vivos. Y, además, están contaminando todo el tiempo la cultura oficial. Me gusta esta palabra: contaminar. Indica que esta cultura oficial quiere estar pura. Pero no puede. Yo, por ejemplo, hablo un castellano que está salpicado por palabras quechua todo el tiempo.

Entonces, quizá es un grito indigenista.

Tampoco, porque yo no soy indígena y no quiero apropiarme de ese lugar. Soy mestiza, chola. Mi cuerpo es cholo y en él habita el conflicto y la herida colonial. Los personajes de la novela también lo son. En la novela trato de trabajar el mestizaje en el mundo andino. En esta, escuchas a Nick Cave o PJ Harvey, pero también cantas un Jarabí, que es una música tradicional incaica; lo mismo estás hablando castellano, que ya te habla de otra cuestión, de otra historia, pero en vez de decir hermana dices ñaña; en vez de decir resaca dices chuchaqui; en vez de decir siesta dices ruca. Tienes palabras quechuas todo el rato dentro de la lengua. Entonces, estamos ante un sujeto herido, distinto, que reconfigura el mundo desde distintas temporalidades. Y este calendario indica otra temporalidad. Sitúa la historia en un futuro que mama mucho del pasado, pero, a la vez, está catapultado hacia el futuro. Así es como se vive en Los Andes hoy en día.

Una parte de la realidad social ecuatoriana tiene mucho que ver con la violencia , ¿cierto?

Ecuador es un narcoestado. Muchas ciudades están tomadas por las bandas, especialmente Esmeraldas. Además, es una ciudad históricamente abandonada. La mayoría de su población es afro-ecuatoriana, así que también existe ahí una cuestión racista. Entonces, la situación del país ahora mismo es muy conflictiva. Los militares tienen el poder de las calles y estamos en estado de excepción, como muchas veces en los últimos años. La novela, aunque esté catapultada hacia un futuro no muy lejano, narra lo que está pasando ahora mismo: hay muertes, hay desaparecidos, hay violencia . Lo ficcional tiene que ver con los nombres, los desplazamientos y la idea de que estos personajes van a un festival.

Antes hemos hablado de la urgencia. Entiendo que la violencia ocupa un lugar especial en esa urgencia que impulsa la trama.

Es un lugar protagónico. La violencia impone el tiempo de la velocidad máxima donde no hay espacio para el pensamiento y el sentir profundo. Por eso la violencia es central, porque los personajes sienten la urgencia por salir de ella e ir a otra temporalidad: la del volcán. Allí no están las narcobandas, sino la violencia de la naturaleza. Y esta no puede ser cruel, sólo es violenta. Pero también es bella. Como mi país.

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