El foco

¿Y si volviera a suceder?

Lisa Fitkko construye en 'Mi camino a través de los Pirineos' una memoria política, íntima y cotidiana de la persecución a la que fueron sometidas miles de personas por el nazismo con la connivencia de la mayoría de las naciones europeas

Diario Vasco, Edurne Portela, 12-02-2024

isa Fittko (nacida Elizabeth Eckstein) fue una activista antifascista judía que vivió entre 1909 y 2005. Fue testigo y protagonista de los grandes eventos del siglo XX. Su país de origen se puede entender como una metáfora de lo que fue su vida. En algunos lugares consta que Fittko era húngara, en otros ucraniana. En la mayoría, ni siquiera se le asigna una nacionalidad. Fittko nació en Ungvar, ciudad en la frontera con la antigua Checoslovaquia, de la que fue parte en varios momentos de la historia; también cerca de la frontera con Hungría, bajo cuya jurisdicción estuvo; durante las dos guerras mundiales cayó bajo dominio alemán; cuando el mundo se dividió en dos, pasó a control soviético. En estos días la verán casi siempre nombrada en los medios como Uzghorod, ciudad de refugiados ucranianos que huyen hacia el oeste. Hay muchas formas de nombrar este lugar –en ruso, rusino (idioma eslavo de la zona), polaco, eslovaco y checo, húngaro, alemán, yidis y rumano–, reflejo de su historia tumultuosa, rica y violenta, como la de todas las fronteras.

Allí nació Lisa Fittko. Siendo niña su familia se mudó a Viena, donde su padre editaba una revista pacifista muy conocida; de ahí a Berlín, donde pasará la mayor parte de su juventud. En 1933, con la llegada de los nazis al poder y siendo Fittko una conocida joven antinazi, huye a Praga. Ese será el inicio de un exilio por Europa como refugiada política, judía y apátrida que la llevará a buscar asilo en Francia, donde la sorprenderá, como a tantos otros, la ocupación nazi y la colaboración del Gobierno de Vichy con las deportaciones masivas. Como muchas otras mujeres de su generación, no se conforma con su suerte y, curtida en la lucha antifascista, aplica su experiencia y conocimientos de vida clandestina a la nueva situación. Será una de tantas mujeres –en su mayoría anónimas– que se compromete y arriesga, ayudando a personas desesperadas a pasar la frontera de Francia con España para poder así alcanzar Portugal y, de ahí, marchar a América.

A pesar de que muchas de esas mujeres, fundamentales para salvar la vida de miles de judíos y perseguidos políticos, también de pilotos y soldados aliados, han sido olvidadas, poco a poco las vamos redescubriendo, en parte gracias a editoriales que rescatan sus memorias. Es el caso del libro de Lisa Fittko, editado por ContraEscritura en 2022 y titulado ‘Mi camino a través de los Pirineos’, con traducción de Julia Gómez Sáez. En estas memorias Fittko narra sus peripecias durante 1940-1941: su internamiento en el campo de concentración de Gurs, donde el Gobierno francés recluyó primero a los refugiados españoles que huían de la Guerra Civil y después a los alemanes judíos y disidentes que escapaban del nazismo; su fuga del campo aprovechando el desorden del armisticio que el mariscal Pétain firma con Hitler; su colaboración con el Comité de rescate de emergencia de Marsella, dirigido por el estadounidense Varian Fry, responsable de evacuar a miles de refugiados, entre los que se encontraban escritores, artistas e intelectuales como Hannah Arendt, Remedios Varo, André Breton, Marchel Duchamp, Walter Benjamin.

La autora recuerda que «la inhumanidad es característica del fascismo, no de la nación. Solo cambian las formas»
Este último pasa, ayudado por Lisa Fittko, de Port-Vendres a Port-Bou a través de la que entonces todavía se llamaba ‘Ruta Líster’. Fue el primer paso organizado por ella, cuando todavía ni siquiera conocía bien el camino. Su descripción del ‘Viejo Benjamin’, que solo contaba 48 años, es conmovedora: «De pensamiento cristalino, fuerza interior inquebrantable y, al mismo tiempo, torpe sin remedio». A pesar de las dificultades y la mala salud de Benjamin, alcanzaron España sin problemas. La felicidad de Lisa Fittko por haber salvado al filósofo de la persecución nazi no duró demasiado. Al día siguiente se enteró de que, pocas horas después de llegar a Port-Bou, creyendo que las autoridades españolas le iban a devolver de nuevo a Francia, Benjamin se quitó la vida. Fittko, después de ayudar a más de cien personas a pasar, logró llegar a Cuba en 1942. De allí partió a EE UU, donde viviría hasta su muerte en Chicago en 2005.

Fitkko construye una memoria política, íntima y cotidiana de la persecución a la que fueron sometidas miles de personas por el nazismo con la connivencia de la mayoría de las naciones europeas, incluso las supuestamente neutrales como España. Pese a la violencia física de las deportaciones y el exterminio, pese a las maquinaciones burocráticas —visados, salvoconductos, certificados de divisas— que atrapaban a miles de personas, pese al oportunismo de tantos que se enriquecieron con el mercado negro y el tráfico de influencias, Fittko reconoce y valora la solidaridad de los gestos de la gente común. Dice: «Ninguno de nosotros habría sobrevivido sin la ayuda de franceses. En cada rincón del país hubo franceses cuya humanidad les confirió el valor para hospedar, ocultar y alimentar a aquellos extranjeros desplazados».

En su recuento minucioso de aquellos meses, en el que se incluyen entradas del diario que escribía entonces, destacan gestos que parecen pequeños pero que en ese contexto eran inconmensurables: el dueño de la pensión en la que dormían los refugiados que iban a hacer el paso, que nunca pedía documentación a nadie; el carnicero que no le exigía la cartilla de racionamiento porque sabía que no tenía acceso a ella y eso la condenaba al hambre; la mujer de la tienda de lanas que le vende a bajo precio un montón de ovillos para que se pueda hacer un traje porque observa que Fittko siempre está muerta de frío. Tantos pequeños gestos que contribuyeron, uno a uno, a salvar la vida de cientos, incluso miles.

Me pregunto si las memorias de Fittko se han reeditado en Francia recientemente. No vendría mal recordar, mientras se exige cerrar las fronteras, crece el discurso ultranacionalista y se intentan elevar a ley medidas antihumanitarias contra los migrantes, a esa Francia generosa, abierta y solidaria que ayudó a salvar la vida de miles de personas. Tampoco está de más recuperar las palabras con las que Fittko cierra su libro. Cuenta que una de sus sobrinas le pregunta si algo como lo que ella vivió podría volver a suceder en algún país y ella responde: «La inhumanidad es característica del fascismo, no de la nación. Solo cambian las formas. Hay quienes prefieren creer que fue posible por el carácter del pueblo alemán. Eso les lleva a pensar que nunca podría ocurrir en su país. Quienes lo ven así no han entendido nada».

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)