Refugiado sirio en Gipuzkoa

Diez años de vida con metralla en el corazón

Nour Al Din, víctima de un bombardeo en 2012 en la guerra de Siria, ha sido operado en Gipuzkoa de la herida de un proyectil que tenía incrustado en la zona superior del tórax

Diario Vasco, Aitor Ansa San Sebastián, 08-02-2024

Nour Al Din tenía una vida feliz y tranquila, sin apenas contratiempos que alterasen sus quehaceres cotidianos: ir a trabajar y cuidar de su familia. Una vida sin grandes alardes ni ostentaciones pero bastante llevadera y sosegada, si es que este calificativo se puede utilizar para describir el modo de vida en un país como Siria. Hasta que llegaron los tanques, y su vida cambió por completo. Era 2012 y hacía unos meses que había estallado la guerra. «Hubo un bombardeo y la metralla de la explosión me alcanzó el corazón», rememora a través de la voz de Salma, que hace las veces de intérprete, ya en Donostia, donde acaba de ser operado a corazón a abierto en Policlínica Gipuzkoa.

Su mirada se pierde mirando al horizonte por una de las ventanas de una consulta mientras las palabras evocan los instantes siguientes a la explosión, cuando fue trasladado a un hospital, donde le hicieron una primera exploración, pero tampoco le dieron mayor importancia a lo que le acababa de suceder.«Yo empecé a notar que no estaba bien de salud, pero solo me recetaron unos medicamentos», explica.

Al cabo de un año, Nour logró huir con su mujer e hijos, como miles de sirios, a Líbano, el país con mayor tasa de refugiados per cápita. Para entonces las consecuencias del bombardeo le habían provocado edemas por diferentes partes del cuerpo como los brazos, las piernas, la cara o el abdomen, que presentaban hinchazones considerables como consecuencia de la metralla que, tras la explosión, se le había incrustado en la zona superior del tórax. «Los médicos me dijeron que se trataba de una cardiopatía congénita, algo con lo que había nacido, y no lo relacionaron con el bombardeo, a pesar de que yo les enseñé las heridas que me había provocado», sostiene mientras se baja el cuello de la camiseta, señalando una notable marca en la zona alta del pecho, bajo el cuello.

Suceso
«Hubo un bombardeo y la metralla de la explosión me alcanzó el corazón. Empecé a notar que no estaba bien de salud»
Allí mismo le dijeron que le podían operar, pero que la intervención, que costaba alrededor de 20.000 dólares, «era muy arriesgada y que podía morir. No me dieron ni un 10% de éxito de cara a la intervención. Tampoco tenía el dinero que me pedían para operarme así que, tras consultarlo con mi familia, seguí intentando hacer una vida normal», asegura con pesar.

Entre tanto, Nour seguía trabajando en el campo, «cuidando una finca para un señor y cultivando» en la huerta para tratar de mantener a su familia. ¿Cómo? Como buenamente podía. «No me quedaba otra.Trabajaba, me cansaba, descansaba, volvía a trabajar… Enfermaba bastante y esos días me quedaba en la cama. Afortunadamente trabajaba para un señor que entendía que tenía una enfermedad. Así estuve diez años, con la metralla en el corazón», sentencia.

El joven, que ahora tiene 38 años, recuerda el infierno que es vivir como refugiado sirio en un país como Líbano donde, asegura, «hay un racismo impresionante contra la población siria. Pueden matar a un sirio y seguir, no les pasa nada. Nuestra vida allí no vale nada». Como él, miles de personas salieron en estampida al comienzo de la guerra hacia el Líbano o Jordania. Creían que se trataría de un éxodo temporal, pero pocos pensaron que su viaje iba a durar lustros o décadas. «A mí mismo me secuestraron, me torturaron y casi me matan», cuenta con una entereza asombrosa, aunque prefiere no entrar en más detalles. «Diez años allí y ni si quiera nos dieron ningún tipo de documento», añade.

Patología
«Enfermaba con bastante asiduidad, pero no me quedaba otra que seguir yendo a trabajar para mantener a mi familia»
En febrero del pasado año, Nour Al Din y su familia lograron huir y dejar atrás aquel horror. Fue a través del Programa Nacional de Reasentamiento de Refugiados y, gracias a la necesidad urgente de operarse tras el bombardeo sufrido una década atrás, como consiguieron el asilo político para asentarse en Gipuzkoa, donde van a cumplir ahora un año. «Primero llegamos a Madrid y luego aquí a San Sebastián. Si no llega a ser por la enfermedad todavía estamos allí», reconoce.

Lesión traumática
Ya en nuestro territorio, en la primera consulta médica que le realizaron en el Hospital Universitario Donostia, los facultativos descubrieron que Nour no padecía ninguna cardiopatía congénita, sino que se trataba de una lesión traumática producida por el bombardeo que había sufrido en 2012. Los estudios médicos, incluyendo un ecocardiograma transtorácico y un AngioTAC – estudio mínimamente invasivo que estudia las arterias, las venas y otros vasos sanguíneos de una parte del cuerpo mediante la inyección de contraste– revelaron una fístula arteriovenosa dependiente del cayado aórtico.

Es decir, la metralla de la explosión le había provocado una conexión irregular del flujo sanguíneo en el corazón, causándole una red de dilataciones venosas por el cuerpo que alcanzaban a la carótida izquierda, el principal suministro de sangre al cerebro.

El equipo médico, compuesto por expertos en cirugía cardiaca, radiología intervencionista y hemodinámica, determinó que el tratamiento requeriría una intervención quirúrgica a corazón abierto que se llevó a cabo en Policlínica Gipuzkoa el pasado 18 de enero. «Haciéndole un poco el historial y viendo la localización, no cuadraba muy bien que fuera algo congénito», explica el doctor Alberto Sáenz, cirujano cardiovascular que dirigió la operación.

Escapar de la guerra
«En Libia hay un racismo impresionante contra los sirios. Allí me secuestraron, torturaron y casi me matan»
«Normalmente, la metralla del bombardeo rompe la aorta y esas roturas, habitualmente, se desangran y se acabó.Curiosamente, aquí se solapa con algo de las estructuras del interior del tórax y, como si alguien le hubiese puesto un dedo divino, se ha ido controlando», añade Ignacio Gallo, jefe del servicio de cirugía cardiovascular, recalcando lo asombroso del caso. Las consecuencias, relatan los dos facultativos, es que tenía un corazón«del doble de su tamaño porque la sangre estaba pasando, de forma incorrecta, desde la aorta a la vena, que tiene una presión menor».

La cirugía, que duró «entre seis y siete horas», se realizó mediante circulación extracorpórea; es decir, «con un sistema circulatorio paralelo al suyo, permitiendo ir transfiriendo todo el volumen de sangre hacia ese sistema, enfriándolo a él en hipotermina profunda, que garantizase que pudiésemos parar todo». Dicho de otra manera, le dejaron ‘morir’ para después revivirlo.«Garantizada la protección de los órganos vitales, como es el hígado, el riñón y el cerebro, le abrimos totalmente la aorta, localizamos la salida de la rotura que generaba la fístula para después volver a hacer el camino inverso», detalla Gallo. «La intervención en sí es lo más corto. Enfriar a un paciente lleva una hora u hora y media, pero tienes que hacer todo eso para proteger todos sus órganos», apuntilla Sáenz.

Las explicaciones de la compleja intervención por parte del equipo médico no amedentraron en nada al joven, deseoso de poner fin a un dolor que venía arrastrando más de una década. «No tenía ningún miedo, estaba decidido a operarme», admite con entereza. «¿Miedo? Ninguno, no dudó ni un momento», ratifican los dos facultativos.

Impresión en 3D
Para superar los desafíos del caso, el servicio de cirugía cardiovascular contó con la colaboración del departamento de bioimpresión 3D de Biogipuzkoa, que proporcionó una reproducción en tres dimensiones de la anatomía del paciente, facilitando con ella la estrategia del abordaje quirúrgico a los médicos.

Futuro
«Le doy gracias a Dios porque todo haya salido bien. Mi sueño ahora es darles una vida digna a mis tres hijos»
Nour recibió el alta hospitalaria apenas una semana después de la intervención, mostrando una evolución postoperatoria muy favorable. «Me encuentro muy bien. Con muchísima diferencia respecto a antes de la operación, sobre todo en la parte del cuello», relata tocándose la zona con una de sus manos. Tras la cirugía, el paciente fue trasladado a la unidad de Cuidados Intensivos, donde permaneció en observación las primeras 48 horas y después fue trasladado a la planta de hospitalización. El pasado 25 de enero pudo abandonar el hospital tras recuperarse sin complicaciones ni secuelas. «Ahora puedo hacer vida normal», reconoce.

En ocho meses le expira el asilo político que le fue concedido hace ahora un año, pero confía en poder encontrar un trabajo en ese tiempo para rehacer su vida aquí en Gipuzkoa junto a su familia, lejos del horror que a día de hoy se sigue viviendo en su país de origen. «Le doy gracias a Dios porque todo haya salido bien. Ahora mi sueño es darles una vida digna aquí a mis tres hijos», asegura.

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«Es un hombre con muchísima suerte»
La operación de Nour Al Din, refugiado sirio de 38 años que ha sido intervenido en Gipuzkoa por las heridas sufridas en el corazón durante un bombardeo una década atrás, ha supuesto un auténtico reto para el equipo médico tanto del Hospital Universitario Donostia como para el de Policlínica. El doctor Alberto Sáenz, cirujano cardiovascular que dirigió la intervención que se llevó a cabo el pasado 18 de enero, reconoce que este tipo de patologías se ven muy poco en la actualidad, sobre todo en nuestro entorno. «Cirugías de esta dificultad hemos visto muchas, incluso más», reconoce el facultativo, sin embargo «las ves en las publicaciones, pero buscando y buceando mucho en ellas». En la actualidad, añade, «fístulas de este tipo no se encuentran. Los casos conocidos son de los años 50 o 60, de épocas de guerras».

Ignacio Gallo, jefe del servicio de cirugía cardiovascular, asiente con la cabeza. «Necesitas una guerra o gente que esté disparándose, que hoy, afortunadamente, aunque haya muchas guerras en el mundo simultáneamente, no nos llegan esos casos», recalca. Aparte de un conflicto bélico y el intercambio de municiones, el experto resalta el hecho de que el paciente haya podido sobrevivir una década con esa patología «en las condiciones de penuria» que ha tenido que vivir junto a su familia, en primer lugar en Siria, su país de origen y donde sufrió el fatídico bombardeo, y posteriormente en Líbano, a donde se exilió junto a su mujer intentando escapar del conflicto armado. «Este es un hombre con muchísima suerte, eso es evidente. Le recomendaríamos que compre lotería y juegos de azar, porque tiene que tener mucha suerte», afirma Gallo en tono jocoso.

Llegados a este punto, la cuestión es qué le hubiera sucedido a Nour si no hubiese podido dejar atrás ese horror para recalar en Gipuzkoa y operarse de la metralla que tenía incrustada en la zona superior del tórax. «Desde luego el riesgo hubiese sido muchísimo mayor y la limitación para su vida también. Ya se le veía limitado cuando llegó», asegura de manera tajante Sáenz, que acredita su alocución. «Es un hombre joven, pero si eso se llega a dejar y evoluciona, llega un momento en el que el corazón capota. Pierde su función porque ya no tiene capacidad de seguir bombeando la sangre. Hubiese necesitado un trasplante o no sé cuál hubiese sido la solución», explica.

A pesar de que en un primer momento se le había diagnosticado una cardiopatía congénita, en Gipuzkoa se descubrió que el joven tenía dañadas la aorta y la carótida, la arteria principal que suministra de sangre al cerebro, hasta tal punto que «el corazón mantenía su función duplicando o triplicando el volumen de sangre» que maneja habitualmente.

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