Fin de semana de cruda tensión en El Elíseo

Macron y su gabinete se resistieron a imponer el estado de emergencia y confiaron el fin de la crisis a los grupos de asalto desplegados por la Policía

Canarias 7, Miguel Pérez, 04-07-2023

Pocas cosas son peores para un político que enfrentarse a un rival sin mensaje, ya que le deja sin palabras. Le imposibilita hacer uso de la retórica o la demagogia para oponer su propio discurso. Algo de eso le ha sucedido a Emmanuel Macron durante la crisis desatada en Francia tras la muerte hace ocho días de Nahel, un joven de 17 años que infundió sospechas a una patrulla en un control de carreteras y terminó muerto cuando uno de ellos le disparó con su arma.

En los días siguientes, el presidente galo se ha quedado en sucesivas ocasiones con la pegada perdida en el vacío mientras peleaba contra una oleada de disturbios carente de un único argumento al que poder combatir. O, en todo caso, provista de múltiples mensajes: el deseo de justicia, la desigualdad, la falta de oportunidades, la precaria vida en los suburbios convertidos en colonias para la inmigración, la cólera juvenil, el simple saqueo o la furia antisistema. Demasiados elementos como para intentar resolver el conflicto con un único discurso.
Noqueado. Macron culpó primero a las redes sociales y los videojuegos. Luego bajó a lo material y dijo que recuperaría el orden «sin tabús». Y finalmente apeló a la moral colectiva y la fe en la Justicia. Pero la ausencia de una razón más comprimida y tangible que explique por qué Francia ha necesitado proteger sus ayuntamientos con alambre de espino parece ser el motivo por el que el presidente convocó durante la tarde del domingo en El Elíseo a su primera ministra, Élisabeth Borne, y a los responsables de otras siete carteras Gérald Darmanin (Interior), Eric Dupond-Moretti (Justicia), Bruno Le Maire (Economía), Olivier Klein (Vivienda), Jean Noel Barrot (Transición Digital), Olivia Greogire (Comercio) y Christophe Béchu (Transición Ecológica) para tomar una decisión más filosófica que reactiva: darse «un tiempo» con el fin de «reflexionar» sobre la violencia sufrida y descubrir sus causas.

Los altercados han arrasado decenas de ciudades galas y políticamente incendian Francia y buena parte de Europa. La ultraderecha busca fortalecerse culpando a la inmigración, para la que reclama mano dura. La derecha más moderada apuesta por la «unidad», pero bien es cierto que numerosos alcaldes afiliados a Los Republicanos han reivindicado estos días el estado de emergencia. Macron pretende acallar esta semana el discurso ultraconservador con un despliegue político que incluye reuniones, domingo y lunes, con los líderes del Senado, la Asamblea Nacional y los regidores.

Un instrumento excepcional
El largo fin de semana ha constituido una olla exprés para el presidente y su gabinete, con constantes viajes entre el Palacio del Elíseo y el sótano del Ministerio del Interior. Allí, bajo la plaza Beauvau de París, el Gobierno instaló el centro de crisis y Macron escuchó «cuantas veces fue necesario» los informes de los directores de seguridad. La inquietud se disparó de modo especial entre el jueves y el viernes tras unas horas cuajadas de morteros pirotécnicos y grupos de radicales capaces de resistir a un amplio dispositivo policial desplegado desde el miércoles. El presidente regresó del Consejo Europeo en Bruselas sin esperar siquiera a la rueda de prensa final. Anunció que estudiaría «todas las posibilidades» para aplacar las protestas.

Un empleado pasa por delante del teatro Coliseum de Roubaix.
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Un empleado pasa por delante del teatro Coliseum de Roubaix. Denis Charlet/AFP
Reagrupación Nacional le exigió imponer el estado de emergencia. Poca broma. Sólo unas semanas antes, al final de las manifestaciones por la reforma de las pensiones, las encuestas electorales daban la ventaja a su líder, Marine Le Pen. ‘Le Figaro’ confirmó este fin de semana que el 69% de los franceses apoyaba una declaración de excepción para terminar con los alborotos. Pero aparte de las implicaciones jurídicas y sociales implícitas al recorte de los derechos ciudadanos y el despliegue del ejército, el ministro Olivier Klein le hizo notar a Macron que sería la «admisión de un fracaso». Expertos juristas tampoco aconsejaban un instrumento «tan excepcional» para «controlar un problema de orden público» contra el que «existen herramientas policiales y judiciales».

Esa misma noche estaba claro que el presidente anularía el viaje de Estado a Alemania que debía iniciar el domingo. «No podía abandonar el país en un momento tan tenso», según sus colaboradores. Y menos después de que el miércoles, con Francia ya en llamas, él y su mujer, Brigitte, se hubieran fotografiado distendidamente con Elton John al final de un concierto en París. El aplazamiento de la visita a Berlín resultó una decisión difícil de tomar, según fuentes oficiales, puesto que significaba revelar al mundo la impotencia del Ejecutivo. Y, de paso, hacía más intenso el recuerdo de cuando Carlos III tuvo que suspender su viaje a la capital gala por otra ola de violencia, en ese caso a causa de las pensiones. La sensación de una nación sin control y cuesta abajo ha inquietado sobremanera al gabinete.

Al volante de la crisis
Macron pasó gran parte del fin de semana en la sala de crisis desgranando informes desastrosos de saqueos, agresiones a la Policía y fuegos por doquier. Mantuvo un contacto permanente con Élisabeth Borne y Gérald Darmanin, los rostros visibles del Gobierno en los medios de comunicación y las plazas devastadas, y el sábado envió al ministro de Economía a calmar los ánimos de los comerciantes y hosteleros que veían amenazados o directamente destruidos sus negocios. La situación en Lyon, Marsella y Grenoble fue especialmente cruda. El presidente quiso demostrar que estaba al volante. Siguió los incidentes «hasta muy tarde en la noche», revela ‘Le Monde’. Y la mañana dominical no fue mejor. La noticia agitó el país. La vivienda del alcalde de L’Hay-les-Roses había sido atacada de madrugada con un coche incendiario. La familia escapó de milagro.

Contra la migración
Las protestas incendian políticamente Europa, con un protagonismo al alza de la ultraderecha
Las grandes crisis son como el dial de la radio. Todo consiste en ajustar la modulación para conseguir una señal clara. Algunos analistas consideran que el acierto del Ejecutivo tras el desbordamiento inicial ha consistido en definir la línea entre una respuesta templada a los tumultos que diera apariencia de fragilidad y una represión que, en las manifestaciones por las pensiones, le trajo importantes complicaciones ante la multiplicación de denuncias por excesos policiales.

Resultó clave la orden del ministro del Interior de sacar a la calle a 45.000 agentes, entre los que figuraban los miembros de las unidades especiales de asalto e intervención de la Policía y la Gendarmería BRI, GIGN y RAID, capaces de ofrecer una imagen de firmeza y respeto que enfrentar a la del vandalismo sin control. La segunda sería la apelación de Macron a los ciudadanos para mantener la fe en la Justicia. Desde ayer, se materializa en Lyon: sus tribunales estrenaron un sistema ínédito de juicios exprés con vistas simultáneas que permiten juzgar a decenas de alborotadores en una mañana. Aun así, nadie duda de que el fuego político todavía tardará en apagarse.

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