La ciencia vasca, al rescate de científicos ucranianos

Cuatro investigadores se han sumado ya a los programas de acogida puestos en marcha por centros de excelencia de Euskadi tras la invasión rusa

Diario Vasco, LUIS ALFONSO GÁMEZ, 05-08-2022

Cuatro investigadores ucranianos se han mudado a Euskadi por la invasión rusa y trabajan ahora en San Sebastián, dos en el Donostia International Physics Center (DIPC) y otros dos en el CIC biomaGUNE. Al comenzar la guerra, la comunidad científica internacional se volcó en sus colegas ucranianos y creó programas de acogida a los que inmediatamente se sumaron los centros vascos integrados en la Basque Research & Technology Alliance (BRTA) y el DIPC.

«La idea nace en cuanto estalla la guerra», recuerda Ricardo Díez Muiño, director del DIPC. Alexey Nikitin (Járkov, 1980), uno de los investigadores del centro, le preguntó entonces si podían ir más allá del comunicado de condena de la invasión. «Lo que se nos ocurrió es crear un programa para traer a científicos ucranianos», dice el físico guipuzcoano. «Fue algo que surgió, por un lado, en conversaciones con Ricardo Díez Muiño y, por otro, en una propuesta en una reunión de los directores de la BRTA», explica Txema Pitarke, director del CIC nanoGUNE.

A Díez Muiño le viene a la cabeza lo que pasó tras la Segunda Guerra Mundial cuando, a través de la Operación Paperclip, Washington captó a científicos alemanes como Wernher von Braun, el ingeniero que diseñó el misil V-2 y, ya en Estados Unidos, el cohete que llevó a los astronautas a la Luna. «No es lo mismo porque no buscamos aprovecharnos de la situación, pero podemos ayudarles y, al mismo tiempo, es beneficioso para nosotros, porque hablamos de científicos muy buenos. No se trata de caridad, sino de traer a investigadores que pueden contribuir mucho a nuestro sistema». Y también de crear vínculos para cuando acabe la guerra y esos científicos, si quieren, regresen a su país.

Apoyo integral
El DIPC tiene un programa «muy intenso» de investigadores visitantes. «Vienen unos doscientos al año. Muchos se quedan aquí varios meses. Así que decidimos aprovechar ese programa para ofrecer plazas a científicos ucranianos». Como en los otros centros implicados, no se creó una partida presupuestaria específica para el plan de acogida, sino que se dio prioridad a los ucranianos en los programas de investigadores visitantes. La iniciativa se centró en las mujeres y en hombres de edad avanzada, dada la prohibición de salir de Ucrania para todos los varones de entre 18 y 60 años.

Dos físicos ucranianos se han acogido ya a la oferta del DIPC, lanzada en colaboración con la Universidad del País Vasco, y otros tres van a llegar este verano dentro del programa normal de investigadores visitantes. Los dos primeros cuentan con sendos contratos de trabajo de un año y con apoyo logístico para traer a sus familias, facilitando la escolarización de los hijos, si los tienen, y una salida laboral de la pareja. Algo que se hace habitualmente con los científicos que llegan a Euskadi en los programas de captación de talento.

«Hasta ahora se han incorporado al CIC biomaGUNE dos investigadoras. No estamos hablando de caridad. Han venido a trabajar», recalca el bioquímico José María Mato, director de ese centro y del CIC bioGUNE. Cuando los tanques rusos cruzaron la frontera con Ucrania, en la Unión Europea se creó una web de instituciones científicas que ofrecían ayuda a investigadores ucranianos. Mato habló con los responsables de los dos centros que dirige de la posibilidad de hacer algo en esa línea, les pareció bien y planteó la idea en una reunión de la BRTA, que es «una alianza de 17 centros tecnológicos y de investigación en los que trabajan unos 4.100 profesionales», explica Rikardo Bueno, su director.

La BRTA nació en 2019 «con dos fines principales: que los centros lleguen mejor al mundo de la empresa y que cooperen más y mejor entre ellos». Bueno destaca cómo, «ante la invasión de Ucrania, el tejido científico y tecnológico europeo se ha puesto las pilas». Una reacción «lógica», dice Pitarke, porque «la ciencia es algo abierto a todo el mundo. Ahora mismo, tenemos en el CIC nanoGUNE investigadores de 27 países. La colaboración internacional está en nuestros genes. Nosotros siempre hemos incorporado a nuestros equipos a gente de otros países».

Lejanía geográfica
Los centros vascos han anunciado sus iniciativas en sus webs, en la de la BRTA, en las de sociedades científicas y también en ‘Science for Ukraine’ (https://scienceforukraine.eu/), un sitio que recoge las ofertas de acogida de todo el mundo. «Hasta ahora, ha contactado con nosotros alrededor de una docena personas, de las que cuatro ya están trabajando en dos centros. ¿Es mucho? ¿Es poco? No lo sé. Me da la sensación de que es poco, pero no estoy seguro», dice Bueno, consciente de que Euskadi queda muy lejos de Ucrania y de que puede haber otros países que los solicitantes consideren más atractivos. El CIC nanoGUNE todavía no ha captado a ninguna investigadora. «Somos un centro con bastante física y tradicionalmente siempre hemos tenido más dificultad para atraer mujeres. No hemos recibido ninguna solicitud de científicas ucranianas, pero sí de hombres, y estamos estudiando algunas», dice Pitarke.

«En el CIC biomaGUNE están trabajando dos investigadoras con contratos de seis meses, pero es que España queda muy lejos de Ucrania», advierte el director del centro. Mato, que fue presidente del CSIC entre 1992 y 1996, cree que en Euskadi se han recibido pocas solicitudes de científicos ucranianos por la lejanía. «Seguramente quieren estar cerca de su país, como los refugiados de la Guerra Civil preferían quedarse en Francia. Además, también es más fácil que sepan alemán». Aunque la lengua es un problema menor si el investigador llega solo, ya que en todos los centros de excelencia el idioma oficial es el inglés.

Como sus colegas del DIPC, las investigadoras ucranianas del CIC biomaGUNE han aterrizado en la Talent House, un equipamiento de la sociedad municipal Fomento San Sebastián que ofrece alojamiento y servicios de apoyo a investigadores de alto nivel y sus familias. «Esto no es beneficencia. Vienen a trabajar. No son un problema», dice Mato, un punto de vista que comparten sus colegas. «Es algo que había que hacer ante una tragedia como una guerra en Europa. Comparado con lo que hace otra gente, como los particulares que acogen a familias, nuestra ayuda es pequeña», afirma el bioquímico.

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