LOS MOROS QUE BAJAN

Diario Vasco, 19-07-2006

JULIO DÍAZ DE ALDA/

Estos días, mitad de mes de la canícula juliana, se les vuelve a ver por las carreteras donde se pierden los puntos y, en ocasiones, la paciencia. Son los magrebíes que pueblan Francia y Bélgica desde hace decenios y que ‘bajan’ a casa en un viaje largo, agobiante, sudoroso y lleno de bidones de agua que sólo aguanta fresca una decena de kilómetros. Forman parte del paisaje veraniego como los puestos de venta de melones de las curvas de Despeñaperros donde se les puede ver apiñados en la escasa sombra que brinda aquella abrupta cortada. Es una de sus habituales paradas en el camino antes de volver a montar en sus coches camino de Algeciras.

Si ya es un milagro que quepan ocho o diez en un coche con espacio oficial para cinco, lo es mucho más que sean capaces de apretujar sobre la baca de su Peugeot los elementos de una auténtica mudanza. Algunos ‘modernos’ con más posibles han resuelto el asunto con una maletas especiales en las que cabe casi todo y llaman menos la atención. Los demás, que son mayoría, siguen haciéndolo como lo hacían sus padres. Una montonera variopinta y multicolor sujeta con cuerdas elásticas bajo las que gimen y crujen sillas, cajas, algún colchón, botellas, ropa, mesas, sandías, alfombras, sombreros, libros, y hasta cajones con pollitos – yo los he visto en una de esas paradas a la altura de Bailén – . Me imagino que los pobres picantones quedarían ‘cocinados’ al last antes de llegar a Écija, la de las cien torres (que no son cien).

Lo cierto es que hay una gran diferencia entre «bajarse al moro» y ver «bajar a los moros». Lo primero se ha pasado de moda porque ya hay ofertas de costo en cualquier esquina. Lo segundo sigue de actualidad y parece que hay para años.

Y, no lo olvidemos, a finales de agosto – cuando justo se les han asentado los riñones – hacen el viaje de vuelta con menos sillas y mucha más nostalgia.

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