El día en que los invisibles se hicieron visibles (Parte 2) : La calle y sus desafíos

La alumna de de Peridoismo de la Universitat de València Selena Badenas aborda en este reportaje de fin de carrera TFG la realidad vivida por las personas sin hogar en plena pandemia del coronavirus

La Vanguardia, SELENA BADENAS, 15-09-2021

Fernando y Paola vinieron a Valencia desde Benidorm. Él es de Córdoba, mientas que su mujer es de Colombia. Cuando charlas con ellos no adivinarías que son dos personas que viven en la calle, sino más bien, la clase de gente que podrías encontrar comprando en un supermercado o en la mesa de al lado en la terraza de algún bar. Tan solo hay un elemento que los delata. Su calzado. Curiosamente ambos van en chanclas y calcetines.

Fernando cuenta que él jamás habría imaginado que acabaría en la calle. “Yo era muy de tener mi moto y mi tele, por lo que todavía no me creo cómo hemos llegado hasta aquí”. Con la pandemia empezó a ganar menos en su trabajo hasta que llegó un momento en que ya no pudo pagar su casa. A sus 58 años explica que ya nadie lo quiere contratar. Su plan es ahorrar para pagar el pasaporte de su mujer, quien perdió sus papeles. Cuando lo consigan se irán juntos a Colombia, donde les esperan los dos hijos de Paola y su hermana.

Fernando cuenta que él jamás habría imaginado que acabaría en la calle. “Yo era muy de tener mi moto y mi tele"
Paola es una mujer de estatura baja, delgada y de cabello oscuro. Tiene una mirada cansada, pero mantiene intacto su mordaz sentido del humor. Por su parte, Fernando tiene el pelo más bien canoso y usa unas gafas de vista. Él siempre recibe a sus visitantes de buen humor y tiene un trato muy amable con la gente. Ambos son personas muy cultas, con gusto por charlar y con un gran amor por la literatura. De Paola, sus favoritos son Gabriel García Márquez e Isabel Allende. Él en cambio es más de libros sobre sociología y ensayos.

“Yo era muy de tener mi moto y mi tele, por lo que todavía no me creo cómo he llegado hasta aquí”
También intentan estar al día de las últimas noticias a través de los periódicos. “El sábado pasado le dije a Paola que miráramos bien al cielo, no fuera que con nuestra suerte también nos cayera encima el cohete chino a nosotros”, bromea Fernando en referencia al Long March 5B que mantuvo en alerta al mundo el pasado 8 de mayo. Desde hace algunas semanas, las cosas no han ido bien para la pareja. Ella cogió neumonía y tuvieron que trasladarla al Hospital La Fe, donde estuvieron cinco días. La odisea de problemas continuó. Hace poco cerraron el albergue donde se hospedaban, el Santa Catalina, por lo que han tenido que volver a la calle coincidiendo con los días de grandes lluvias torrenciales.

“En el albergue estábamos muy bien, teníamos televisión y nos daban de cenar y comer”, se lamenta Fernando. Sin embargo, la expresión “después de la tormenta sale el sol” puede aplicarse a su caso. Acaban de recibir unas ayudas para pagar el pasaporte de Paola y esperan llevar a cabo su plan nada más lo consigan. Por el momento ambos se cobijan bajo uno de los puentes del río junto a otras personas en situación de sinhogarismo. “Hemos vuelto a nuestro apartamentito de lujo”, afirma con humor Fernando.

Es muy curioso como ellos mismos cuentan su experiencia dentro de este colectivo. “La gente aquí parece sacada de Barrio Sésamo, hay de cada personaje”, se ríe Fernando. Los integrantes de esta pequeña comunidad no podrían ser más diferentes entre sí. Todos los que habitan los asentamientos de la zona parecen conocerse. En el interior de cada tienda de campaña pueden verse personas de etnias, culturas, idiomas y posiblemente de mundos distintos, pero, todavía así, reina un ambiente de comunidad y compañerismo.

La vida cambia en un abrir y cerrar de ojos

Quedarse sin casa no significa únicamente dejar de tener una cama donde dormir o un techo bajo el que resguardarse. “No tener un hogar significa que no tienes un espacio donde satisfacer tus necesidades de subsistencia, de protección, de afecto, de identidad, de intimidad o de libertad”, resalta Flor Jiménez del CAST. La estancia en la calle convierte la búsqueda de recursos y la supervivencia en el dolor de cabeza permanente de este colectivo. Desde Hogar Sí, Gonzalo Caro subraya que “las habilidades y estrategias que desarrolla este colectivo para subsistir son enormes”.

Las personas en calle viven 30 años menos que la población general
Terminar en la calle puede minar la autoestima y la salud mental de un individuo de diferentes maneras. Una frase muy recurrida tanto por los profesionales como por las personas que viven esta realidad es “la calle desgasta”. “El estrés que implica no tener un hogar y dedicar todas tus energías a sobrevivir acortan la vida”, afirma Gonzalo Caro de Hogar Sí. La Estrategia Nacional Integral para Personas Sin Hogar 2015-2020 señala que la esperanza de vida de este colectivo está entre los 42 y 52 años, lo que son unos 30 años menos que la población general.

El CAST es el recurso que el Ayuntamiento de Valencia tiene para la atención de las personas sin hogar y es la puerta de entrada a los recursos de alojamiento para personas en esta situación. Su objetivo principal es dar cobertura a las necesidades básicas de higiene, alojamiento y atención sanitaria para después plantear una intervención más específica e integral con cada persona. Y todo ello con el fin de que en el futuro pueda llevar una vida autónoma (o si no es posible, que pueda cuidar de sí misma), y garantizar la protección que necesita la persona en el recurso adecuado (residencias de tercera edad, centros específicos de enfermos mentales, viviendas tuteladas, etc.).

Flor Jiménez indica que para poder cubrir sus necesidades básicas existen numerosos recursos como centros de día, de baja exigencia (para personas que normalmente no pueden acceder a otros recursos porque no cumplen la normativa), comedores sociales o albergues. “El CAST opera de forma coordinada y en red con las diferentes entidades que trabajan en la ciudad con personas en situación de sin hogar. Esta coordinación también es extensible al resto de recursos y servicios que pueda ser necesario activar a lo largo de la intervención (centros de servicios sociales, centros de salud, oficinas de empleo, juzgados, etc)”, explica.

Viviendas de Valencia
Viviendas de Valencia Selena Badenas
“También se les asesora, informa y gestiona diferentes tipos de ayudas que puedan necesitar como odontológicas, de farmacia, de desplazamiento, de documentación, así como las pensiones o prestaciones económicas a las que pudieran tener derecho, como la Renta Valenciana de Inserción o el Ingreso Mínimo Vital”, informa Jiménez. Además, el Ayuntamiento tiene convenios con diferentes entidades como la Asociación Valenciana de la Caridad, San Joan de Déu Serveis Socials, Fundación Salud y Comunidad, Cáritas, Cruz Roja y la Asociación Natania.

Miquel, Calcetines y Marieta

Paseando por la avenida que conecta la Estación del norte y la Plaza del Ayuntamiento uno puede encontrarse con Miquel, un señor que da las buenas tardes a todo aquel que pasa frente a su esquina. No se adivina con certeza cuál es su edad, aunque seguramente supere los sesenta años. El hombre de incipiente barba blanca, ojos de un azul casi cristalino y piel bronceada, se extiende bien la manta que abriga sus pies congelados. Está sentado sobre un cartón y a su lado tiene un carro de la compra donde guarda sus escasas pertenencias. Él es valenciano de cuna y lleva más años de los que puede recordar viviendo en la calle.

Miquel comenta que este 2021 no está yendo nada bien. Pasa mucha más gente por delante de la caja que tiene a sus pies, pero nadie deja una moneda. Cuenta que por la mañana se va a la zona de El Corte Inglés, donde le pagan por repartir el periódico y así trata de reunir los diecisiete euros que le cuesta pasar la noche en un hostal. Si al final del día no los ha conseguido le toca dormir en la calle, sobre un cartón y lo más protegido que pueda del frío.

“Date cuenta de que hay mucha gente en Valencia pidiendo, que lleva ya tres o cuatro años”, replica ante la falta de interés de los viandantes por su caja vacía. “Hace un año y medio la faena estaba bien, pero ahora esto está fatal con la pandemia”. Ante la pregunta de si habría algún albergue donde pudiera dormir gratis, él responde que no quedan plazas. “En la mayoría estás una semana o un mes, y en cuanto te descuidas enseguida están ocupados de nuevo”, explica el hombre.

Miquel relata que durante el confinamiento estuvo casi un mes escondido y prácticamente no habría podido comer de no ser por la ayuda de las organizaciones que salían a repartir comida en pleno “encierro”. También explica que, pasadas esas semanas, cuando la policía lo veía en la acera no le decía nada. “Yo no molesto a nadie. A mí la gente me dice muchas cosas, pero yo no quiero contestarlos”, explica Miquel sobre el trato que a veces ha recibido de personas.

Mucha gente se pregunta qué hace un sin hogar con todo el tiempo que tiene. Miquel cuenta que en su vida no hay tiempo libre. Uno está obligado a permanecer atento. “Me ha pasado ya muchas veces que he ido al baño y me han robado el carro. La persona ya lo tenía en el autobús y todo cuando regresé a mi sitio. Un matrimonio me lo dijo, que estaba ahí y que subiera deprisa al autobús”, relata el hombre molesto.

Acerca de sus “adicciones”, él cuenta que el único vicio que tiene es fumar, aunque no lo hace mucho. Para hacer más llevaderas las largas horas de espera, el hombre cuenta que hay una paloma que le visita casi todos los días en su puesto. “Hay veces que viene y se pega a mi lado”, dice él sonriendo. A esa la llama Calcetines, por los colores de sus plumas, mientras que la que dice que es su pareja la llama Marieta.

Miquel no tiene libro favorito porque no sabe leer ni escribir. Él narra que fue a la escuela pero que salía por la ventana para ir a la huerta y almorzar. “Tomates, naranjas, lo que fuera, en mi casa no había de nada”, asegura él con cierta tristeza. A lo largo de la conversación cuatro personas se han acercado a dejar alguna moneda. Miquel les da las gracias educadamente, y continúa saludando a todos los que pasan por delante.

Resulta extraño sentarse a observar desde su perspectiva. La gente camina deprisa, algunos desvían la mirada para contemplar a la persona que habla con “el indigente”, y otros simplemente parecen tener la mente en sus asuntos. Casi nadie le devuelve el saludo. “Yo no soy quién para decir que son maleducados. Ellos son libres de contestarme, al igual que de meter dinero en la caja”, cavila él sin rencor.

Sobre el futuro del sinhogarismo, el valenciano no tiene muchas esperanzas. “La situación de las personas en la calle no se puede mejorar. Para ello tendrían que mejorar las personas que tienen dinero y ayudar. Pero los que lo tienen tan solo quieren más”, se lamenta él.

Miquel es una persona muy alegre y cercana, a pesar de las tristezas que arrastra. Se le desea suerte con la caja. Al despedirse, él suelta de pronto, “lleva el día con voluntad y alegría. Te alargará la vida”.

Aporofobia, la enfermedad de la incomprensión

El primer censo de personas sin hogar que se elaboró en la ciudad de Valencia reveló no solo que cerca de un millar de personas vivía en esta situación en 2019, sino que el 81% decía haber sufrido algún tipo de violencia física o verbal. Gemma Sequí, de Cruz Roja, explica que las situaciones de violencia en la calle son diarias. “Hay robos, peleas, y estas circunstancias se agravan en el caso de las mujeres”. El 25% de las censadas declaraba haber sufrido algún tipo de violencia sexual.

“El 81% de las personas en calle de Valencia afirma haber sufrido algún tipo de violencia física o verbal”

El observatorio Hatento, una iniciativa de Hogar Sí, está centrado en detectar y analizar los delitos de odio y situaciones de violencia que sufren las personas sin hogar en España. Este proyecto pretende reunir los datos y la información, con la ayuda de varias organizaciones de atención a personas sin hogar y de defensa de los derechos humanos, para generar un conocimiento fiable sobre este tema y poder actuar contra los delitos de odio.

Aunque la aporofobia se traduce como “odio al pobre”, también puede manifestarse de muchas otras maneras a raíz de los estigmas y perjuicios construidos alrededor de este colectivo. Gonzalo Caro de Hogar Sí afirma que “la violencia no es solo que te peguen o te insulten, también puede ser que te traten mal, te humillen o que tus únicas posesiones sean tratadas como basura por parte de los servicios de limpieza”. Un ejemplo de aporofobia es ver a una persona en situación de sinhogarismo en un portal y llamar a la policía para que la eche.

El 25% de las mujeres en calle de Valencia ha sufrido violencia sexual
“Se las considera algo menos que seres humanos, sujetos que no tienen dignidad y que molestan”, explica él. También ocurre que jóvenes que salen de fiesta destrozan y roban sus pertenencias. Para protegerse de este tipo de agresiones, las personas de la calle buscan lugares abiertos con cámaras de seguridad que les puedan grabar o espacios muy concurridos por la gente. De este modo, las posibilidades de que haya un testigo de las agresiones son mayores. Según los datos de Hatento, en dos de cada tres delitos de odio contra una persona sin hogar hay testigos, sin embargo, en el 68% de los casos los testigos no hacen nada.

“Esto provoca que terminen ocultándose en lugares donde no puedan ser encontrados ni agredidos. Por este motivo, cuando se van a hacer recuentos en ciudades de todas las personas que están en situación de sinhogarismo hay algunas que no llegan a ser localizadas”, aclara Gonzalo Caro.
Los papeles siempre encima

La documentación y los trámites administrativos son otras de las trabas que muchos individuos en situación de calle han de afrontar. Para este colectivo los robos o la pérdida de la documentación son muy frecuentes y supone que hayan de volver a la casilla de salida en su carrera por reincorporarse en la sociedad civil.

Para la mayoría, los papeles son lo más importante si quieren recibir ayudas como el ingreso mínimo vital, permisos de trabajo, un alojamiento o el pasaporte para salir del país. Gonzalo Caro explica que “hasta hace poco, si no estabas empadronado no podías pedir el ingreso mínimo vital, además de no haber forma de acreditar un año de residencia efectiva en España”.

“Ahora ha cambiado la ley y puedes hacerlo con un certificado”, declara él. Según el responsable de Hogar Sí, esta ayuda también contaba hasta hace poco la unidad de convivencia por el número de personas que estaban en el lugar. Hay personas que están empadronadas en un albergue al igual que otros cientos más. “Si tienes una unidad de convivencia de 200 personas, ¿quién se cobra el ingreso mínimo vital? ¿el primero que lo pide?”, dice Caro con incredulidad.

La gran “riada” de requisitos burocráticos supone, según el experto, una “verdadera yincana para ellos”. Por fortuna, ahora, a través de certificados que pueden emitir los servicios sociales y algunas entidades acreditadas, los requisitos se relajan para las personas sin hogar. Pero existen otras barreras como las tramitaciones telemáticas, para las que se requiere el acceso a un ordenador, tener competencias tecnológicas o un certificado digital.

Consumir para sobrellevar las penas

Flor Jiménez del CAST apunta que muchas de las personas en situación de sin hogar tienen patologías mentales. “A veces estas patologías pueden propiciar que acaben viviendo en la calle y, si no es la causa, son decisivas en cuanto a la pérdida de la vivienda y las relaciones sociales”. No obstante, una enfermedad mental también puede ser fruto del gran deterioro que se sufre por el hecho de vivir en la calle.

Según los datos de la campaña “Nadie sin hogar” de Cáritas, lanzada en octubre de 2020, “la inestabilidad residencial, vivir en una vivienda inadecuada o insegura, impacta directamente en el bienestar emocional y la salud psíquica de las personas”. Un estudio realizado en Granada en 2006 señalaba que el número de sucesos “traumáticos” padecidos por estas personas es más alto que el que pueda tener una persona con una vida normalizada”.

En este sentido, Flor Jiménez del CAST apunta que una persona “normalizada” en un mismo período de tiempo puede vivir hasta cuatro sucesos vitales estresores, como puede ser la pérdida del trabajo, muerte de un ser querido, divorcio, pérdida de la vivienda u hospitalización. Mientras que en el mismo período de tiempo una persona en situación de sin hogar puede haber vivido entre nueve y catorce sucesos. Estos van a repercutir de forma negativa en su bienestar psicológico, con una gran carga de estrés asociado a sus condiciones de vida.

“Hay gente que empieza a consumir drogas o alcohol por estar en la calle, porque entre otras cosas, necesitan emborracharse para poder dormir o sobrellevar sus circunstancias”, explica Gonzalo Caro. Belén Lado, responsable en Cáritas, afirma que “el deterioro psicológico es grande porque se trata de procesos largos de desestructuración personal, donde hay una pérdida de la autoestima, habilidades y del reconocimiento de que ellos son responsables de sus vidas y sus decisiones”.

El dilema sanitario

Gemma Sequí, de Cruz Roja, afirma que el impacto de la Covid-19 en las personas en estado de calle ha sido menor respecto al resto de la sociedad. “Creo que el hecho de vivir en espacios abiertos los ha protegido en un primer momento de la enfermedad en sí”, señala la responsable y lo compara con la población general, que se ha visto más afectada por la concurrencia de espacios cerrados como oficinas, colegios o transporte público.

Médicos sin fronteras hizo un informe en octubre de 2020 en París donde señalaba que el 50% de las personas sin hogar en los refugios de emergencia se había contagiado durante la pandemia. Un estudio realizado en Canadá asegura que las personas en situación de sinhogarismo tienen más posibilidades de coger el coronavirus y, en caso de hacerlo, tienen diez veces más posibilidades de necesitar cuidados intensivos y cinco veces más de morir por la enfermedad.

“También, el hecho de sobrevivir en la calle les hace supervivientes, porque muchos de ellos tienen enfermedades graves, como cáncer, VIH o diabetes, y sin embargo siguen adelante en su día a día”, afirma Gemma Sequí. Con la situación del coronavirus se han limitado mucho los ingresos hospitalarios y los servicios sanitarios. “Las altas hospitalarias se dan más fácilmente y hay menos ingresos”, apunta Belén Lado de Cáritas Valencia. Esta menor atención sanitaria provoca que las personas hayan de pasar la convalecencia en la calle, cosa que no es algo nuevo.

“Nosotros cuando nos dan el alta volvemos a casa donde nos recuperamos, ellos sin embargo vuelven a la calle, estén como estén. Por eso, hay algunos albergues que establecen plazas para personas que todavía están en proceso de recuperación”, asegura Lado.

Las personas sin hogar tienen cinco veces más posibilidades de morir por COVID-19
Otra realidad poco atendida es la de las personas en situación de sin hogar diabéticas que necesitan inyectarse insulina. “La insulina se tiene que guardar en una nevera para que no se estropee, pero ¿dónde la guardas si vives en la calle?”, inquiere Caro. “Y si tienes cáncer, a no ser que tengas un lugar donde descansar, como un albergue, nadie te va a dar quimioterapia, porque si vives en la calle, con las defensas tan bajas, sería el equivalente a matarte”, señala el representante de Hogar Sí.

Belén Lado de Cáritas indica que la falta de atención a este colectivo en la vacunación contra la COVID-19 ha sido reivindicada por las entidades sociales desde el comienzo de la inmunización en España. “Hasta ahora los llamamientos han sido por edad, pero a muchas personas no pueden avisarlas porque no tienen móvil o no están registradas en el sistema de salud, como por ejemplo las personas irregulares”. Sobre este aspecto, Gonzalo Caro explica que el problema reside en que no se había identificado a las personas sin hogar como un colectivo específico dentro de la vacunación. No obstante, desde hace poco se ha iniciado la vacunación de estas personas en la Comunidad Valenciana y en otros territorios de España.

Una oportunidad laboral

El escenario de pandemia ha perjudicado la evolución positiva de la recuperación económica, y ha terminado por desplazar a los que más difícil tienen el acceso al mercado laboral. Desde Hogar Sí, Gonzalo Caro explica que la búsqueda de trabajo es doblemente complicada para las personas que viven en un albergue o en la calle. “Imagina haber de pasar una entrevista de trabajo sin acceder a un sitio en el que poder ducharse y habiendo descansado la noche anterior en un banco o un portal”, expone el responsable.

Pero no todas las personas pueden plantearse buscar un empleo cuando la mayor parte de sus energías están puestas en sobrevivir al día a día. Aun así, aunque se pueda descansar en un albergue existen incompatibilidades como el tema de los horarios. “En un albergue tienes que entrar a una hora y no puedes salir antes de otra, por lo que determinados puestos de trabajo pueden estar fuera de tu alcance, cosa que a veces obliga a las personas a elegir entre dormir en una cama o trabajar”, expone Caro.

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