¿Provoca la inmigración un aumento de la criminalidad?

De dónde vienen, adónde se dirigen, qué impacto tienen en nuestra cultura y cómo afectan a los índices de criminalidad

La Razón, Alfonso Masoliver, 14-09-2021

Estoy de pie frente al Museo de Artes y Oficios de Hamburgo, fumando un pitillo deseado. Aprovecho esta pausa para mirar a mi alrededor. El bullicio eléctrico de la ciudad alemana, histórico puerto europeo, histórico objetivo bélico para los enemigos de Alemania, entreteje un runrún de ruidos hasta conformar un denso manto que me abriga casi por completo. Cerca de dos millones de personas viven aquí todos los días. Hilando sus propios sonidos. Pero ocurre que en este momento, con el cigarrillo todavía a medio consumir, me encuentro frente a una situación del todo imprevista: a mi derecha, sentadas sobre el mullido césped de la Plaza de Carl Liegen, dos mujeres alemanas pican y preparan su próximo chute de porquerías, los ojos les bailotean sobre las mejillas chupadas mientras lo hacen. A mi izquierda, sentado en las escaleras del museo, distingo a un individuo subsahariano. Está vestido con una bonita camisa a cuadros y calza una boina blanca que le cobija la cabeza, se lleva las manos a la cara como derrotado, todo esto porque parece no entender un manojo de instrucciones de algún aparatejo eléctrico. Pasa las páginas de las instrucciones y se lleva las manos a la cabeza, vuelve hacia atrás, se pasa la palma de la mano por la barbilla, agarra firmemente los papelotes, suspira.

Las mujeres ya se han chutado. Todavía están reclinándose en el césped para disfrutar del subidón cuando aparece una pareja de agentes de policía. Saludan con un gesto seco al subsahariano y piden los papeles a las alemanas. Y yo estoy aquí, observando todo esto con sumo interés. Pero de verdad creo que un periodista de viajes no solo debe recomendar dónde ir, qué comer, cómo respirar; creo que también tenemos la obligación de contar al lector lo que vemos, nosotros que vemos muy lejos y mucha variedad. Así podríamos traspasar al papel un pedacito del mundo que de verdad nos pueda interesar.

¿De dónde vienen los inmigrantes?

Esto dependerá del periodo histórico al que nos refiramos. Durante los primeros siglos de nuestra era, la mayoría de la inmigración europea procedía de otros puntos del Imperio Romano, con ligeras excepciones procedentes de los estados fronterizos. Quiero decir que chinos, lo que se dice chinos, en la Europa romana encontraríamos más bien pocos. Mientras que era de lo más habitual que un legionario romano, al terminar los 25 años de servicio militar obligatorio, recibiera como recompensa una parcela de tierra para cultivar. La única condición para recibir este pedazo de tierra era inamovible: tenía que ser en una zona diferente al lugar de nacimiento del legionario. Así, si un legionario había nacido en la Galia, probablemente recibiría una parcela en la Península Itálica, quizá en Hispania. Y con la caída del Imperio se sucedieron nuevos movimientos migratorios: hordas de tribus germanas se instalaron a sus anchas por el territorio europeo, la conquista musulmana de la Península Ibérica trajo consigo grandes números de magrebíes, árabes y judíos…
Refugiados sirios esperan en la frontera con Turquía tras dejar sus hogares

¿Y hoy? La respuesta no es tan sencilla como antes. En un mundo globalizado, las alternativas para ingresar en el país deseado son tan variadas como medios de transporte existen, y no podemos más que conjugar los distintos datos disponibles para procurar hacernos una idea del conjunto. Por ejemplo, según nos indican los datos del 2019 ofrecidos por la Comisión Europea, las nacionalidades procedentes de países fuera de la UE que recibieron más permisos de residencia fueron la ucraniana, la marroquí y la india, en este orden. Aunque resulta esclarecedor que fueron 756.574 ucranianos frente a 133.009 marroquíes. Una información que contrasta bruscamente con las nacionalidades que solicitaron asilo a la Unión Europea durante ese mismo año: sirios, afganos, venezolanos, colombianos, iraquíes, pakistaníes… en definitiva individuos venidos de estados fallidos, en situación de guerra o con escasas posibilidades de llevar una vida digna.

Estos refugiados (llamémoslos por su nombre) son a su vez los grupos mayoritarios a la hora de hablar de cruces ilegales de fronteras. La medalla de oro en esta triste categoría se la llevan los sirios, que ocupan un 17,3% de los cruces irregulares de fronteras europeas. De las doce nacionalidades incluidas en esta lista, únicamente tres pertenecen a países subsaharianos, mientras que las doce proceden de países con una mayoría de la población musulmana. Pese a todo, en 2019 se contabilizaron 125 100 cruces irregulares de fronteras, el número más bajo de los últimos siete años. Y la otra cara de la moneda nos muestra que hasta 491.000 ciudadanos de fuera de la UE recibieron la orden de abandonar la UE, siendo las cinco nacionalidades más expulsadas la argelina, marroquí, albanesa, ucraniana y pakistaní, en ese orden.

Si hacemos caso a los números, los inmigrantes llegados a la Unión Europea proceden en su mayoría de países musulmanes y de Europa del Este.

¿Adónde van?

Según datos del 2020 ofrecidos por la Comisión Europea, cerca de 37 millones de habitantes en la UE han nacido en el extranjero, lo que significa un nada despreciable 8,2% de nuestra población. Aunque quizá sorprenda saber que, en términos porcentuales, los cinco países del mundo con más residentes nacidos en el extranjero son Australia, Suiza, Canadá, Noruega y Estados Unidos, en este orden. No son Suecia ni España, tampoco Francia o Alemania, como uno tiende a pensar al observar el auge de los nacionalismos en dichos países. Por el contrario las solicitudes de asilo se dieron principalmente a Alemania, Francia, España e Italia. En término numéricos sí que podríamos señalar a Alemania, Francia, Italia y España como los cuatro países europeos con más inmigrantes llegados en 2019.

Afganos refugiados a su llegada a la Base Aérea de Torrejón, a 27 de agosto de 2021, en Torrejón de Ardoz, Madrid (España). FOTO: Jesús Hellín Europa Press

Y todavía, pese a todo, únicamente el 10% de los refugiados del mundo se encuentran actualmente en la Unión Europea, en torno a tres millones de individuos. La mayoría se asientan en países vecinos, tal y como Turquía. En términos porcentuales (en relación con la población), por otro lado, se dieron un mayor número de solicitudes en Chipre, Malta y Grecia. Algo bastante lógico cuando consideramos que son los países europeos más próximos a Turquía.

En 2020, los Estados miembros notificaron 93 700 solicitudes con arreglo al procedimiento de Dublín enviadas a otros Estados miembros para asumir la responsabilidad del examen de una solicitud de protección internacional. De las 84 400 decisiones relativas a esas solicitudes, se aceptaron 49 500 (59 %) y se ejecutaron 12 200 traslados de salida, lo que corresponde al 25 % de las solicitudes aceptadas. La mayoría de las personas reasentadas (53 %) eran de nacionalidad siria.

¿La inmigración afecta a la delincuencia?

A continuación compararemos los índices de criminalidad entre 2012 y 2020 de los cinco países con un porcentaje mayor de individuos nacidos en el extranjero (Australia, Suiza, Canadá, Noruega y Estados Unidos).

1. Índice de criminalidad en 2012:

Australia: 41.36 Suiza: 21.6 Canadá: 39.67 Noruega: 35.43 Estados Unidos: 47.2

2. Índice de criminalidad en 2020:

Australia: 40.63 Suiza: 25.78 Canadá: 39.82 Noruega: 19.07 Estados Unidos: 64.93

A continuación compararemos los índices de criminalidad entre 2012 y 2020 de los cinco países europeos con un número mayor de individuos nacidos en el extranjero (Alemania, Francia, Italia y España).

1. Índice de criminalidad en 2012:

Alemania: 21.02 Francia: 44.76 Italia: 56.67 España: 32.96

2. Índice de criminalidad en 2020

Alemania: 34.81 Francia: 46.79 Italia: 44.26 España: 31.96

No parece que exista una relación directa e irrefutable entre un aumento de la inmigración y una subida del índice de criminalidad en los países receptores. Quiero decir que todos conocemos los problemas que pululan actualmente en Estados Unidos, y señalar a los inmigrantes como culpables en un país donde 331 millones de habitantes son propietarios de 391 millones de armas de fuego, culpar a los inmigrantes quizá sea un tanto simplón. Tampoco existe una relación más allá de la generalización cuando hablamos de un aumento de criminalidad al tratar con individuos musulmanes, desde que los dos países con un índice de criminalidad menor en 2020 fueron Qatar y Emiratos Árabes (precisamente los dos países con un mayor porcentaje de inmigrantes contabilizados en 2017). Por otro lado, según el Índice de la Paz Global, los países africanos de Mauricio, Tanzania, Ghana, Zambia, Sierra Leona, Namibia, Gambia y Guinea Ecuatorial se encuentran en posiciones mejores (más pacíficas) que Francia, y varios de estos países también se sitúan por encima de Grecia y Reino Unido. Habría que considerar hasta que punto tiene sentido que la violencia sea exportada desde los países de origen de los migrantes.

Si consideramos el consumo de drogas como una importante causa de criminalidad en los países europeos, convendría saber que Dinamarca, el país más estricto de la UE en políticas de inmigración, supera a Italia y España en el consumo de cocaína, MDMA y anfetaminas, además de poseer una tasa de mortalidad por drogas muy superior a la española y la italiana. Asimismo, recomiendo al lector informarse sobre la vertiginosa relación entre Países Bajos y las drogas sintéticas que se comercializan en Europa, teniendo siempre en cuenta que Países Bajos no entra en la lista de top 40 de países en porcentaje de inmigrantes. Estos son solo algunos ejemplos que nos permitirían conocer por qué me encontré al subsahariano estudiando las instrucciones y a las alemanas chutándose en el parque.

¿La inmigración aniquila culturas?

Supongo que todos sabemos que, en efecto, la inmigración es una de las aniquiladoras de cultura más fiables que podemos encontrar. El proceso de romanización (alimentado por aquellos legionarios romanos con parcelas a lo largo y ancho del Imperio) llevado en Hispania consistió en la erradicación sistemática de las culturas celta e íbera. Luego llegaron los norteños con una ola de fuego y derribaron las columnas de mármol. Los árabes insertaron el Islam en el sur peninsular durante prácticamente todo el medievo, los Borbones trajeron la moda y las manías de su Francia natal….

Pero hablamos de hoy. ¿Podemos decir que la inmigración aniquila culturas? Podríamos. Pero, otra vez, la respuesta se complejiza a cada duda que nos formulamos, y la duda inicial hace como los árboles, se ramifica y nacen dudas nuevas, frescas: ¿de dónde procede la inmigración “aniquiladora”? ¿Acaso se necesita la presencia de individuos para provocar este derrumbe?

Apertura del McDonald’s número 550 de España en Santiago de Compostela. FOTO: Álvaro Ballesteros Europa Press

En 1970 no había un solo McDonald’s en Europa. Actualmente podemos encontrar más de 6.000 franquicias repartidas por todo el continente. En países como Suecia o Francia, encontraríamos la escalofriante cifra de 22 y 21 McDonald’s por cada millón de habitantes. Y cada McDonald’s significa un restaurante de comida tradicional que pierde clientela, esto parece evidente. Ahora debo reconocer que antes mentí: no estoy en Hamburgo, en Hamburgo estuve la semana pasada. Ahora estoy en Sundsvall, Suecia, y llevo días buscando sin descanso un lugar donde pueda probar la gastronomía tradicional de los samis (carne de reno ahumada, principalmente). Sin embargo no encuentro más que cafés, restaurantes de comida rápida estadounidenses y puestos de comida asiática.

Sabiendo todo esto, propondré un divertido ejercicio al lector, para que pueda formarse una opinión propia sin que esta turbamulta de datos le envenenen los pensamientos. Cálcese los zapatos, póngase las gafas del racista más anticuado y pasee por su localidad en busca de aniquiladores culturales. Probablemente, si vive en una ciudad, encontrará tantos que se llevará un buen susto. Tiendas de ropa extranjeras, restaurantes asiáticos e italianos, bailecitos de adolescentes que alimentan las bases de datos chinas, capturas de Instagram… mezquitas y restaurantes que sirvan falafel no serán tan sencillos de encontrar. Mientras que los pueblos, incluso los más chiquitines, muchos de ellos con porcentajes de inmigrantes iguales o superiores a los de las ciudades, mantienen con firmeza los rasgos culturales que les caracterizan.

¿Podríamos decir entonces que el mayor daño que la inmigración provoca en nuestra cultura es la inmigración de ideas, productos y estilos de vida ajenos a los nuestros, antes que la presencia física de extranjeros? ¿Qué los musulmanes criminales y homófobos y machistas no dejan de ser una anécdota dentro del entramado de números y porcentajes? ¿Cobra ahora sentido esta imagen de Hamburgo, donde fácilmente encuentras alcohólicos rubios dormitando en los parques, mientras los pakistaníes, subsaharianos y demás extranjeros corren como locos de un lado a otro rebosantes de ambición, leyendo las instrucciones una y otra vez hasta memorizarlas? ¿Que si los inmigrantes musulmanes resultan en un peligro para el estilo de vida europeo, apenas existe ya un estilo de vida europeo por el que preocuparnos? ¿Será que el estilo de vida europeo fue devorado por el estilo de vida occidental?

¿Podrá ser (y aquí ando especulando) que el problema no subyace tanto en echar las culpas fuera, y que los europeos estamos cayendo en picado rodeados de excusas, manifestaciones, alcohol y drogas y fantasías digitales, mientras los inmigrantes cruzan desiertos y mares violentos cogidos firmemente de la mano, ejercitando así una clase de valor inexcusable que en Europa hemos perdido? No lo sé. Pero puede ser. No quiero convencer de nada al lector. Allí están los números para insinuárnoslo.

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