MUNDIAL 2006 / A un día de la final

La segunda oportunidad

El Mundo, 08-07-2006

LA EUFORIA EN TORNO A LA SELECCION FRANCESA REABRE EL DEBATE DEL MODELO DE INTEGRACION TRAS LA EXPERIENCIA DE 1998 Jean – Marie Le Pen, líder xenóxobo del Frente Nacional, criticó hace unos días la proliferación de jugadores negros en la selección francesa. Echaba de menos el predominio ario de la Eurocopa de 1984, cuando Tigana era el único futbolista que desentonaba en la fotografía del once inicial. La reacción verbal de Thuram fue implacable e inmeditata – «Le Pen es un terrorista de la palabra» – , aunque la polémica también ha servido de excusa para desempolvar el conflicto de la integración racial (o social) en la Francia del siglo XXI. Más o menos como si la euforia colectiva del Mundial pretendiera actualizar el lema conciliador que trajo consigo la Copa del 98: «¡Francia es blanc (blanca), black (negra) y beur (magrebí)!».


¿Puede el fútbol demostrar que el mestizaje y la convivencia son posibles? Los jugadores franceses lo demuestran en cada partido.Incluso los hinchas se mezclan incondicionalmente en las plazas mayores para abrazarse entre sí o para vitorear al tótem argelino (Zidane), al bastión caribeño (Thuram) y al exiliado español de Cataluña (Domenech).


El problema es que la filantropía y la concordia, manejada con maquiavelismo desde el trono del Elíseo, no parecen prolongarse una vez alojada la Copa del Mundo en la vitrina. Francia no tiene un modelo de integración por mucho que el espejismo del fútbol conceda una tregua a la discriminación y a los guetos que distorsionan la realidad cotidiana. «No es cuestión de hacerse ilusiones, pero los últimos acontecimientos nos demuestran que la gente comparte la misma pasión hacia una camiseta y hacia una misma nación», explica Dogad Dogoui, presidente de la Asociación Africagora.«Las clases políticas», añade, «deben aprender de esta circunstancia.Cuando hay un proyecto común, no hay diferencias. Todos somos un bloque. Todos somos franceses. Todos queremos un mismo desenlace».


El «proyecto común» resulta un poco engañoso. No consiste tanto en un esquema de identificación patriótica como en la experiencia de una comunión colectiva que proviene de la victoria: «We are de champions. We will survive», cantan los franceses en las calles.


Así se explica la fragilidad a medio plazo de la fraternidad mundialista. Así se entiende también que nadie haya recordado el modelo «black, blanc, beur» cuando la selección nacional atravesó durante estos últimos ocho años una crisis adversa de resultados.


¿Ejemplos? Los espectadores abuchearon la Marsellesa, en mayo de 2002, cuando Francia se enfrentó a Argelia en Saint Denis.Había hinchas magrebíes, pero la mayoría eran hijos o nietos de inmigrantes con pasaporte francés. Igual que Zidane, cuya camiseta con el número 10 a la espalda ha vuelto a ponerse de moda en la periferia de Marsella al compás del himno nacional y de las consignas triunfalistas del 98.


«Los políticos siempre van con retraso respecto a la sociedad.No perciben estos signos que demuestran la predisposición de las distintas razas o etnias a integrarse en una misma idea de patria», señala Sonia Imloul en nombre de la asociación filantrópica Respect 93. «Existen unos lazos comunes con Francia», precisa.«Los negros y los árabes quieren participar de esa identidad común. Por eso creo que nuestros gobernantes tienen delante una segunda oportunidad. Esperemos que esta vez no la desaprovechen».


El diario Libération sostenía ayer una versión absolutamente pesimisita. No sólo por relacionar el entusiasmo patriótico con el factor efímero y circunstancial de la victoria. También porque su editorial define el fenómeno sociológico como una prueba de redención colectiva o colectivista: «Ribéry es popular porque es la demostración viviente de que cada uno puede escapar a su destino de pequeño villano».

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