Jornada electoral

Sadiq Khan, musulmán de origen pakistaní, es reelegido como alcalde de Londres

En el conjunto de Inglaterra ha triunfado el conservadurismo social

La Vanguardia, Rafael Ramos, 10-05-2021

Si en la singular lógica ayusiana “Madrid es España dentro de España porque, si no, ¿qué es España?”, aquí no puede en absoluto afirmarse algo parecido. Las elecciones auto­nó­mi­cas y municipales han acelerado la sensación de que Londres no es Inglaterra e Inglaterra no es Londres ni nada que se le parezca lo más remotamente.

Mientras en el conjunto de la nación (la inglesa, no la escocesa o galesa) ha triunfado por todo lo alto el conservadurismo social blanco con tintes peronistas de Boris Johnson (gasto público por todo lo alto para seducir a las clases obreras antiguamente vinculadas a los sindicatos e igualar el norte y el sur), Londres ha reelegido como alcalde a un musulmán de origen pakistaní que propugna medidas radicales para defender el medio ambiente y critica a la policía por sus excesos contra los manifestantes, anti-Brexit, urbanita, cosmopolita, con un alto nivel de educación. La antítesis, en suma, de un votante de Boris Johnson.

Si etnia, cultura, clase social y geografía son los cuatro puntos cardinales de la nueva política inglesa, la geografía es tan importante como todos los demás. Las grandes ciudades ven el mundo de una manera que no tiene nada que ver con la visión de las pequeñas y medianas, y no digamos los pueblos. Londres es Londres, Manchester es Manchester, Liverpool es Liverpool, y ninguna de ellas son el resto de Inglaterra.
El País de Gales se mantiene fiel al Labour

En unas elecciones desastrosas para el Labour, uno de los pocos consuelos son los resultados del País de Gales, donde el partido ha ganado un escaño más del que tenía y repelido el ataque conservador que ha tomado por asedio el norte y el centro de Inglaterra. La desaparición del antiguo UKIP ultraderechista y fanáticamente antieuropeo de Nigel Farage, con gran predicamento en tierras galesas, se ha traducido en un trasvase de votos, sobre todo a los conservadores (seis escaños), pero también en menor medida al Labour (un escaño más) y al Plaid Cymru (PC, partidario de la independencia, otro escaño).
Del total de sesenta diputados que integran el Senned (Parlamento), justo la mitad pertenece al Labour, que se ha quedado muy cerca de la mayoría absoluta, como el SNP en Escocia, pero confía en gobernar en solitario, con apoyos puntuales, sin necesidad de una coalición formal. Los conservadores han subido a dieciséis, y el Plaid Cymru le pisa los talones con trece. A pesar del incremento progresivo del sentimiento soberanista desde que Gales tiene poderes autonómicos, muchos votantes no ven al PC como una opción realista para gobernar, y el Labour goza de unas bases muy leales en Rhondda y los antiguos valles mineros deprimidos.
La otra buena noticia desde una óptica laborista es la victoria en nueve de las catorce alcaldías en juego, prueba de su fuerza en las ciudades. Andy Burnham, el síndico de Manchester, se perfila como una posible alternativa a Starmer.

En Londres el mundo es un arco iris, se hablan todos los idiomas reconocidos por la ONU y hay gente de todas partes del planeta, la polución y el calentamiento atmosférico son un problema real que requiere soluciones, el acoso sexual es inaceptable (a veces, hasta el punto de ser castigado sin necesidad de juicio), la mayoría no se lleva las manos a la cabeza porque se desmitifique a Churchill, se condene el racismo y el imperialismo británicos o se quieran derribar las estatuas de políticos y empresarios vinculados al tráfico de esclavos. En la Inglaterra rural y de los suburbios es otra cosa.

Como demuestra la reelección de Khan con un 55% de votos (frente al 45% del conservador Shaun Bailey, quien aun así obtuvo mejor resultado del que se esperaba), y la de Andy Burnham en Manchester o Steve Rotheram en la región metropolitana de Liverpool, las grandes urbes y el resto del país se hallan de lados diferentes en un universo que ya no está dividido predominantemente por la economía y la clase, sino por la cultura y los valores.

Johnson ha apelado con éxito a los nostálgicos, los resentidos, los enfadados, los decepcionados, los que tienen miedo, los que se sienten parte de un mundo que cada vez existe menos, el mismo mercado de votantes al que apela Donald Trump en Estados Unidos. Aquí no están en Londres sino en Hartlepool, Middlesbrough, Sunderland, Rotherham, Bury, Bolton y otras localidades de la llamada muralla roja , los antiguos bastiones laboristas del norte y el centro inglés, vestigio de la época en que miembros de tres generaciones seguidas trabajaban en la mina o las fábricas textiles, se ganaban bien la vida a cambio de pagar un alto precio en su salud, eran colectivistas y solidarios y tenían un alto sentido de comunidad.
Puntos cardinales
La intersección de etnia, cultura, geografía y clase define la nueva política inglesa

Pero las elecciones municipales y autonómicas británicas han confirmado que la nueva división no es entre izquierda y derecha, sino entre cosmopolitas y tradicionalistas, entre quienes predomina el optimismo o la ansiedad. En todas partes hay un poco de todo, por supuesto, pero en ciudades como Londres o Manchester hay una proporción infinitamente mayor de licenciados universitarios, millennials , zoomers y creadores de start-ups que en Hartlepool, el escaño que los tories han arrebatado al Labour por primera vez desde su creación.

Las elecciones del 2019 en que Johnson obtuvo la mayoría absoluta (y las del jueves pasado como su apéndice) tal vez pasarán a la historia como un hito, lo mismo que las de 1906 (cuando los liberales de Henry Campbell-Bannerman derrotaron a los conservadores de Balfour), 1945 (Clement Atlee reemplazó a Churchill tras la guerra), 1979 (llegada de Margaret Thatcher) y 1997 (aparición de Tony Blair), la confirmación de un cambio colectivo en la manera de pensar y en la afiliación a los partidos.

El Labour, no hay que olvidarlo, nació como la rama parlamentaria del movimiento sindical británico, como la voz del proletariado industrial. Pero el proletariado industrial al que representaba ha desaparecido, y los repartidores de Amazon, operadores de call centers o empleados de plantas empaquetadoras que con suerte cobran el salario mínimo no sienten ni identidad de clase ni lealtad al laborismo, lo que quieren es vivir mejor. Y Johnson les promete que van a vivir mejor.

A estas nuevas clases trabajadoras desligadas de los sindicatos (cuya influencia mutiló Thatcher) se unen, en la coalición johnsoniana, los tradicionales votantes tories del campo: los párrocos y vicarios, los jubilados, los terratenientes, las señoras mayores que riegan las plantas de la entrada de sus cottages (casitas), votan al Brexit, murmuran, toman el té a las cuatro, miran con recelo a los forasteros, y no digamos si son inmigrantes, se sienten patriotas, defienden el espíritu del Raj y les ofende que les llamen racistas y machistas por no comprar cien por cien los programas del #BlackLivesMatter y el #MeToo.

El Londres de Khan es otra cosa, ha de reinventarse tras la pandemia y tiene sus problemas (precios desmesurados, falta de vivienda accesible, financiación del transporte público, ausencia de turistas, cierre de oficinas, teletrabajo, contaminación, delincuencia…), pero se siente parte de Europa y del mundo en vez de querer romper con ellos, no se identifica con la nueva filosofía de la camaleónica derecha británica de Johnson: keynesianismo sin Estado de bienestar, inversión pública pero sin servicios públicos.
Los tiempos cambian
El Labour nació como ala política de los sindicatos y voz del proletariado industrial

El Labour está en estado de depresión profunda, y su líder Keir Starmer, duramente criticado, obligado a hacer algo, ha emprendido una remodelación de su gabinete en la sombra para purgar a los pocos corbynistas (ala izquierda) que quedaban y meter sangre nueva. El partido tiene una base electoral de entre el 25% y el 30%, pero ya no son los obreros y afiliados a sindicatos, sino intelectuales, profesores, clases medias liberales, profesionales y estudiantes. El drama es que si intenta recuperar a los primeros con planteamientos pro Brexit, antiinmigración, más policía, más bandera y sentencias más duras, pierde a los segundos, que se van a los liberales o los Verdes. Está en un callejón sin salida. Tras el realineamiento de la política británica, los pobres tienden a votar tory y la gente acomodada a la izquierda socialdemócrata.

Para ir más allá de esa base que tiene ahora, el Labour necesitaría un líder como Tony Blair o Bill Clinton, no ideológico, capaz de establecer una conexión mágica con los votantes. Starmer no tiene ese carisma. Y enfrente, en un mundo donde el debate ya no es entre capitalismo y comunismo sino entre el capitalismo democrático occidental y el totalitario chino, se encuentra a un Boris Johnson que es como Ronald Reagan, de teflón, todos los problemas le resbalan, la gente lo encuentra auténtico, con una familia caótica, hasta sus corruptelas le hacen gracia. En el Londres que no es Inglaterra, no tanto. En la Inglaterra que no es Londres, desde luego.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)