Cómo las redes se volvieron antisociales

Un nuevo libro analiza el contraste entre la utopía que se planteaban sus creadores y el auge de los extremismos que han propiciado

Diario Vasco, CARLOS BENITO, 27-01-2021

Si tuviésemos que resumir la historia reciente de internet en un meme, una de esas unidades mínimas de información que se difunden igual que virus, tendría que ser una de esas composiciones con dos imágenes, una de lo que creíamos que iba a ser y otra de lo que (al menos en parte) ha acabado siendo. Los impulsores de las redes sociales, que detonaron lo que se llamó web 2.0, solían tender hacia la utopía, al menos cuando hablaban en público: sus plataformas iban a potenciar el debate público, sin guardianes que lo condicionasen en función de sus intereses, y acabarían forjando así una sociedad más madura, más sana y más democrática. Entre las convicciones que les servían de guía figuraban principios como que lo popular equivale a lo bueno, igual que la nata sube por sí misma a la superficie.

«Y entonces, de repente, llegó lo impensable: personas inteligentes y bienintencionadas incapaces de distinguir la simple verdad de informaciones falsas viralizadas, una broma pesada de la cultura popular ascendiendo a la presidencia, neonazis desfilando con la cara al descubierto por distintas ciudades estadounidenses. Este no era el tipo de alteración que habían imaginado. Se había producido un grave error de cálculo», argumenta el periodista Andrew Marantz. El redactor de ‘The New Yorker’ analiza en su libro ‘Antisocial’, recién publicado en España por Capitán Swing, cómo se pasó de la utopía a la pesadilla, esa segunda imagen del meme tan inquietante y tan alejada de los ideales de la primera. Para ello, ha pasado años tratando con ideólogos de la red y con troles de lo que se ha dado en denominar ‘derecha alternativa’, un término comodín que puede abarcar desde una visión irreverente y agresiva del conservadurismo hasta el supremacismo blanco y el antisemitismo de los neonazis.

«Llegó lo impensable: personas inteligentes y bienintencionadas incapaces de distinguir la simple verdad de informaciones falsas viralizadas»
«Llegó lo impensable: personas inteligentes y bienintencionadas incapaces de distinguir la simple verdad de informaciones falsas viralizadas»
ANDREW MARANTZ

En realidad, todas las revoluciones comunicativas suelen tener un reverso oscuro. A los capos de las redes sociales les ha encantado siempre compararse con la imprenta y reclamar para sus empresas ese efecto difusor del conocimiento, pero Marantz les recuerda que los estafadores, los intolerantes y los desinformadores también aprovecharon muy pronto el artilugio de Gutenberg: Martín Lutero no solo publicó las tesis que sustentaban el protestantismo, sino también un panfleto que abogaba por prender fuego a sinagogas y escuelas judías. ¿La gran diferencia? En el caso de las redes, la propia mecánica de funcionamiento ha potenciado de alguna manera la difusión del material más controvertido. Mike Cernovich, una de las figuras de esa derecha radical, lo resumió en dos leyes: ‘El conflicto es atención’ y ‘La atención es poder’.

Cada red desarrolló sus propios algoritmos de clasificación de contenidos, que desembocaron en el ‘microtargeting’, es decir, la práctica de mostrar a cada usuario los enlaces en los que era más probable que pinchase. El impulso que lleva a cliquear o a compartir se conoce como ‘emoción activadora’ y puede ser positivo o negativo, de afinidad o de rechazo. En cualquier caso, está desligado de nociones clásicas como la trascendencia o la verdad. «Una ardilla que muere frente a tu casa puede ser más relevante para tus intereses ahora mismo que la gente que muere en África», escribió en una circular interna Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook. YouTube recomienda vídeos relacionados con el anterior, pero pronto se comprobó que el algoritmo se volvía más efectivo si cada una de las sugerencias incrementaba el nivel de emoción, si era –podríamos decir– más dura que la precedente. Y Twitter siempre ha premiado la interacción y por ello, como resume Marantz, «sobrerrepresenta la controversia». Las redes comparten además el efecto de burbuja, por el que sus usuarios acaban viendo solo una parte del flujo de información y dan por hecho que el mundo entero está hablando de eso.

«Una ardilla que muere frente a tu casa puede ser más relevante para tus intereses que la gente que muere en África», escribió en una circular el fundador de Facebook
«Una ardilla que muere frente a tu casa puede ser más relevante para tus intereses que la gente que muere en África», escribió en una circular el fundador de Facebook

La ultraderecha ha sabido sacar tajada de esa idea de la libertad de expresión que prescinde de moderadores y da un empujón adicional a los contenidos polémicos. «En 2014, las hordas de la derecha alternativa comenzaron a unirse en torno a un conjunto de temas de conversación más evidentes: que ser racista era ser realista, que la diversidad era un código para el genocidio blanco, que la inmigración no blanca representaba una amenaza», detalla Marantz. Cualquier ocurrencia sobre esos asuntos podía transformarse en un meme y propagarse a velocidad de vértigo, aunque su contenido fuese ficticio. Además, con la ayuda de consultoras como Cambridge Analytica, los desinformadores aplicaron las enseñanzas de los pioneros del ‘clickbait’, los titulares-cebo que obligan a pinchar, y utilizaban las propias redes como campo de pruebas para evaluar distintas maneras de difundir una idea y quedarse con la que mejor funcionara.

Un gamberro borracho
«Si un gamberro borracho te grita barbaridades por la calle, tú vas y le ignoras. Pero, si ves a alguien soltando disparates en Twitter (…), no haces oídos sordos de la misma manera», le comenta a Marantz el biólogo británico Richard Dawkins, creador del concepto de meme. Las propuestas de los extremistas, por peregrinas que fuesen, prendían el conflicto de manera inmediata y se alimentaban a partir de ahí de la pólvora del algoritmo. Daba igual que fuesen planteamientos demenciales como el Pizzagate (la teoría conspiratoria que implica a políticos, actores y financieros en una red de pedofilia con derivaciones satánicas) o de afirmaciones sin ninguna prueba como la enfermedad que le inventaron a Hillary Clinton.

Gracias a las redes, aportaciones que antes habrían quedado arrumbadas en los márgenes de internet se incorporaban a velocidad asombrosa a la corriente principal. A menudo, aprovechaban además la coartada de no dejar muy claro si iban en broma o en serio. El principio de neutralidad de los medios tradicionales no ayudaba: «La derecha alternativa era un movimiento racista lleno de asquerosos y mentirosos. Si el libro de estilo de un periódico no permitía que los reporteros dijesen esto, ni siquiera de manera implícita, entonces dicho libro de estilo impedía a sus periodistas contar la verdad», lamenta el redactor de ‘The New Yorker’.

Miembros de Proud Boys, grupo neofascista exclusivamente masculino, marchan en apoyo a Trump.
Miembros de Proud Boys, grupo neofascista exclusivamente masculino, marchan en apoyo a Trump. / TASOS KATOPODIS/AFP
Donald Trump surgió como el candidato ideal en estas circunstancias. «Todo lo que él hacía o decía, todo lo que él era, incitaba un pico máximo de emociones activadoras, tanto positivas como negativas, en casi todo el mundo. Era un meme viral a punto», resume Marantz. Además, el magnate siempre fue un entusiasta difusor de todo el material cuestionable que brotaba de los sótanos de la derecha más sórdida, desde la tesis de que Barack Obama había nacido en África hasta aquella supuesta dolencia de Hillary Clinton.

Lejos de la utopía tecnológica que manejaban Zuckerberg y compañía, estos últimos quince años han devuelto al discurso público expresiones de misoginia, racismo, homofobia, odio religioso y xenofobia que parecían erradicadas del debate. Aun así, Andrew Marantz se esfuerza en recalcar que la conclusión de ‘Antisocial’ no es «que los fascistas han ganado o vayan a ganar», sino que más bien aspira a hacer una llamada de atención sobre la delicada situación en la que nos encontramos, ya que la confianza en que «el buen juicio prevalecerá» y «lo bueno se extenderá» es de un optimismo temerario: «El vehículo no se conduce a sí mismo –apunta–. Llegar al lugar correcto requiere trabajo».

¿Está justificada la suspensión de la cuenta de Trump en Twitter?

Portada del libro.
La publicación de ‘Antisocial’ en España se ha producido días después del asalto al Capitolio, muy relacionado con las disfunciones de las redes que Andrew Marantz expone en el libro. Los responsables de Twitter, que se han definido en más de una ocasión como «el ala de la libertad de expresión del partido de la libertad de expresión», tomaron la resolución de suspender permanentemente la cuenta de Donald Trump por entender que presentaba «riesgo de incitación a la violencia», igual que habían hecho anteriormente con algunos portavoces de la ultraderecha estadounidense.

Marantz ha analizado esta decisión en un artículo publicado en la revista para la que trabaja, ‘The New Yorker’. Según apunta, la reacción de los partidarios de Trump ha sido la esperable: consideran que Twitter ha incurrido en «una tiranía orwelliana» que pisotea la libertad de expresión. Entre los críticos del expresidente, en cambio, predominan los sentimientos encontrados: por un lado, les parece acertada la medida; por otro, consideran muy inquietante que una empresa privada pueda intervenir en el debate público hasta el extremo de silenciar a uno de sus protagonistas principales.

Es un dilema complicado que Marantz no elude: «¿Censurar a un jefe de estado sienta un peligroso precedente? Sí, lo hace, pero igual que permitir a un jefe de estado utilizar el enorme poder de una plataforma, durante varios años, para deshumanizar a las mujeres, inflamar la paranoia racista, flirtear con la guerra nuclear e incitar a la sedición armada, a menudo en violación flagrante de las propias normas de la compañía», argumenta.

«La supresión de discursos que despreciamos –añade– puede llevarnos por una pendiente resbaladiza hacia la supresión de discursos que estimamos. De hecho, casi siempre lo hace, pero deberíamos preocuparnos también de otra pendiente resbaladiza». Se refiere al «experimento global sin precedentes» que ha llevado a «varias democracias estables a encontrarse ante el precipicio del autoritarismo, a Gran Bretaña a dejar la Unión Europea, a Brasil y Filipinas gobernados por matones que rutinariamente amenazan con matar a sus oponentes políticos, a India en un descenso hacia la violencia islamofóbica».

A juicio de Marantz, Trump debería haber sido ‘baneado’ hace años, pero en cambio fue la arquitectura tecnológica de las redes la que potenció sus mensajes y alentó el auge del populismo. Ahora, su eliminación de la plataforma no va acompañada de ninguna medida que corrija el funcionamiento del algoritmo y mejore lo que Jack Dorsey, el cofundador y CEO de Twitter, suele llamar «la salud conversacional». El periodista estadounidense señala, además, que los dos tuits por los que se ha vetado a Trump se encuentran muy lejos de ser «los más incendiarios» que ha difundido y, con cierta malicia, recuerda que el castigo ha llegado cuando el expresidente es «un fracasado que ya no puede castigarles moviendo las palancas del Gobierno federal».

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