REGULARIZACIÓN DE MIGRANTES: UNA NECESIDAD, UNA OPORTUNIDAD

Los papeles debidos que no le dieron a Oussama: "No vine a España a estar de brazos cruzados"

Se fue de Tetuán a Ceuta, vivió en la calle, se coló en ferrys. Aún era menor cuando logró cruzar el Estrecho, pero solo pasó unos meses tutelado por la Junta de Andalucía en un centro de acogida. Al cumplir 18 fue expulsado del sistema de protección sin que le hubieran tramitado los permisos de residencia o de trabajo. Si no los consigue pronto, seguirá yendo rumbo al norte de Europa.

Público, JAIRO VARGAS, 23-09-2020

Oussama dice que hay momentos que ya nunca va a olvidar, como aquella noche de otoño que volvió a lloverle encima. Le despertó un trueno y, luego, el sonido de las gotas chocando con el plástico que le servía de techo en un parque de Ceuta. “Hacía toc, toc, toc. No me lo sacaré de la cabeza”. En momentos como ese le atacaba la nostalgia, “te preguntas por qué no estás en tu casa, durmiendo en una cama, como todo el mundo. Te pones triste”. Tenía 16 años.

Tampoco olvidará las llamadas de desvelo de su madre, a las dos o las tres de la mañana, preocupada por el hijo que se fue, todavía siendo un niño, buscando un porvenir para él y para una amplia y humilde familia; limpiadora la madre, porteador el padre y cinco hermanos. Recuerda bien aquella madrugada que sonó su teléfono entre los hierros de los bajos de un camión que embarcaba hacia Algeciras, aquel “mamá” iluminado en la pantalla, aquella llamada que no atendió porque, como siempre, le pediría que volviera a casa, le diría “que no hacía falta arriesgarse de esa manera”.

“Regresar es perder el partido, siempre hay que seguir adelante”
Pero Oussama no iba a volver a Tetuán. Ya lo había hecho alguna vez, cansado de vagabundear en Ceuta. Pero una y otra vez regresaba a ese trocito de España en África, a dormir en coches, en el puerto, en las calles. “Por el día tienes que preocuparte de comer y por la tarde buscas la forma de irte, intentas hacer risky [engancharse a los bajos de un camión para intentar llegar a la Península]”, explica. No era mal estudiante, porque, incluso durante sus idas y venidas en la frontera para probar suerte, logró terminar el Bachillerato. Hasta pensó en matricularse en la universidad y estudiar Derecho, pero Marruecos no es un país “de futuro”, dice, “hay trabajos de poco salario, no hay mucho para los jóvenes”. Decidió insistir en su sueño europeo. “Regresar es perder el partido, siempre hay que seguir adelante, hasta alcanzar tu objetivo”.

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JAIRO VARGAS
No quiere dar su apellido ni tampoco mostrar su rostro, pero sí quiere ponerle voz a la historia de muchos, a la historia mil veces contada y nunca resuelta, la de las promesas rotas, la del papel mojado en el que se escriben algunas leyes, la historia de un sistema que les pasa por encima, los sostiene un momento y los vuelve a soltar en el mar de la desprotección, en la irregularidad.

Decenas de veces intentó colarse en un ferry que le sacara de Ceuta, y lo logró en más de una ocasión, “pero siempre me cogían. Debajo de un camión, escondido al lado de las turbinas… Te pillan y te llevan otra vez a Ceuta”, explica por teléfono. Así desde 2015, “mucho sufrimiento”, apostilla.

Desprotegido a los 18 años
Consiguió llegar a la Península, a la Línea de la Concepción, el 29 de agosto de 2019. Prefiere no contar cómo, pero hay una lancha, oscuridad y un destino incierto. Lo cogió la Policía y, afortunadamente, tenía su pasaporte encima. Era menor, por poco tiempo, pero el suficiente para ser tutelado por la Junta de Andalucía. Le derivaron a un centro de acogida para menores extranjeros no acompañados en Salinas, Málaga. “Me trataron bien, no tengo muchas quejas”, recuerda, pero a los pocos meses llegó de nuevo el abandono, cumplió 18 años y fue expulsado del sistema de protección de menores. “Desde el principio pedí que me arreglaran la tarjeta de residencia, sabía que era fundamental, pero no lo hicieron. Ahora estoy en situación irregular”, explica.

Samba, senegalés de 28 años, muestra el el salón de su casa de Lavapiés la manta con los bolsos que no ha podido vender en la calle durante el confinamiento decretado por el coronavirus.- JAIRO VARGAS
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Sin nada, “ni familia ni conocidos ni contactos”, su única tranquilidad fue que no se iba a quedar en la calle. La Asociación Marroquí para la Integración de Inmigrantes, en Málaga, le acogió en un piso junto a otros cinco chavales en situación parecida, en la cercana localidad de Casabermeja. Oussama dejó de ser un MENA (menor extranjero no acompañado) para convertirse en un JIEX (joven inmigrante extutelado), otras siglas que solo encubren desprotección y vulnerabilidad, que enmascaran que un niño ha dejado de serlo para transformarse de golpe en un inmigrante en situación administrativa irregular, con reducidas perspectivas de integración. Según Interior, a cierre de junio había más de 10.000 menores migrantes que han llegado solos a España, y el destino de Oussama es el que les espera a muchos de ellos.

Sin papeles no hay trabajo, sin trabajo no hay papeles
Encontrar trabajo es ahora su única obsesión, y para eso necesita el permiso de residencia que deberían haberle tramitado durante su estancia en el sistema de protección de menores. Rocío Roca, la abogada de la asociación experta en Extranjería, recuerda que la comunidad autónoma que tutela a un menor migrante debe tramitar su autorización temporal de residencia, que se va prorrogando hasta que el menor cumple los 18 años. Después, su tarjeta de residencia tendrá un año de validez. Solo será de más tiempo, hasta de cinco años, si el menor entró en el sistema de protección a una edad muy temprana y pudo renovarlo en tres ocasiones.

“El resultado es que cientos de chavales salen del sistema sin la posibilidad de buscar trabajo y en situación irregular”
Pero eso es solo la teoría, “es muy habitual que no dé tiempo a tramitarlo si al joven le falta poco para cumplir los 18 años. Aunque también por dejación”, explica. Desde hace años hay dificultades para que las comunidades autónomas cumplan este trámite. Desde Madrid a Andalucía, de Catalunya a Murcia, las denuncias de organizaciones y colectivos por esta dejación administrativa son numerosas, aunque hay regiones más diligentes que otras.

Un trabajador migrantes se lava las manos en el asentamiento en el que vive en Lepe, Huelva, en julio de 2020.- JAIRO VARGAS
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“Es una desesperación constante. El resultado es que cientos de chavales salen del sistema sin la posibilidad de buscar trabajo y en situación irregular. En la mayoría de los casos, se ven abocados a la calle y a la violencia que esto conlleva”, resume la letrada, que intenta ahora sacar de la irregularidad a Oussama. “Lo tiene difícil”, dice, porque además ha perdido su pasaporte.

Cuando consigan uno nuevo en el Consulado de Marruecos, intentarán la vía del arraigo social, aunque debe acreditar tres años de estancia en el país y contar con un contrato de trabajo de un año, entre otros requisitos.

Pero su situación no es la única que conduce a la irregularidad a los chicos y chicas migrantes tutelados. “Normalmente, su tarjeta de residencia al cumplir los 18 es sólo válida para un año, tienen que encontrar un empleo en ese plazo de tiempo. Un empleo indefinido, algo imposible en el devastado mercado laboral actual”, señala Roca. “Es muy fácil que vuelvan a caer en una irregularidad sobrevenida por esto”, insiste.

Un trabajador migrante, en el asentamiento de chabolas donde vive en Lepe, Huelva.- JAIRO VARGAS
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El ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivà, reconoció públicamente la despreocupación institucional por la situación sociolaboral de estos jóvenes que buscan solos un futuro. A las pocas semanas de asumir el cargo, habló de “un régimen disperso y complejo” y de “enorme rigidez burocrática”, se planteaba reformas para adaptar los flujos migratorios a las necesidades laborales de una España que envejece.

El pasado marzo, la Secretaría de Estado de Migraciones dio orden a todas las oficinas de Extranjería del país para que las autorizaciones de residencia de este colectivo también les habilitaran para acceder al mercado laboral desde los 16 años, como cualquier menor español o con autorización de sus padres.

“Sin papeles no puedo hacer nada, ni siquiera tengo contactos para trabajar en negro”
Ya durante la pandemia, el Gobierno también concedió permisos temporales de trabajo para jóvenes extutelados de entre 18 y 21 años en tareas agrícolas, cuando escaseaba la mano de obra para esta actividad esencial. Varios cientos de jóvenes migrantes pudieron acceder por primera vez a un puesto de trabajo y, en teoría, esto les permitiría buscar trabajo durante otros dos años más.

Sin embargo, para Oussama es reloj está detenido a la espera de que su abogada consiga regularizar, al menos temporalmente, su situación documental. “Sin papeles no puedo hacer nada y tampoco puedo trabajar en negro, no tengo contactos para eso”, explica. Sobrevive con los 20 euros para alimentación que le da semanalmente la asociación que lo acoge, cada día habla con su abogada, busca trabajo de cualquier cosa y en cualquier condición. Pero el tiempo pasa y también pesa. “Estoy desesperado, siento que estoy estancado. Me levanto por la mañana y es el mismo día una y otra vez”, explica. “Yo no vine a España, a un país del primer mundo, para estar de brazos cruzados, para estar todo el día tumbado esperando los papeles. Necesito trabajar y mi familia también”, apunta.

No es el único de su familia que migró. Uno de sus hermanos, mayor que él, hace años que está en Alemania, “está bien, todavía no trabaja, pero está haciendo cursos de albañilería”, dice. Él no quiere irse, “sería empezar de cero”, aquí ya maneja con solvencia el idioma, ha recibido algo de formación, “cursos para los que no piden un NIE (DNI para extranjeros) para entrar”, matiza. “Lo único que pido es un permiso de residencia y poder buscar un trabajo para vivir como todo el mundo, para dejar de luchar cada día”, un respiro.

No tiene ni idea de cuanto tardará ese proceso. Nadie puede saberlo en realidad. Por si acaso, va pensando en la siguiente pantalla, un poco más al norte cada vez. “Bélgica, Suiza, Inglaterra”, enumera. En su teléfono recibe noticias de otros que pasaron por su situación o, al menos, eso cree. “Hay gente que dice que en Bélgica es fácil trabajar en negro, que se puede ahorrar dinero y luego intentar llegar a Londres desde allí, cruzando el mar”, apunta. Está dispuesto a jugársela otra vez, no tiene más elección en realidad, volver “como si hubiera perdido la partida” o insistir, cueste lo que cueste. “Ojalá no tuviera que seguir, ojalá pudiera quedarme aquí, trabajar en el campo, ser camarero, hacer un curso de peluquería”, sueña en voz alta. Ojalá, dice, pudiera volver a Marruecos “solo de vacaciones”.

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