En los años de la crisis inmobiliaria decidí que tenía que buscar mejores oportunidades. Lo hice con mi mujer e hijo y el destino elegido, Estados Unidos, no gozaba de muy buena prensa en la mente colectiva de España. Fuimos con miedo e inseguridad, legalmente, como no podía ser de otra manera, si un país aspira a ofrecer unas mínimas garantías , estabilidad y éxito a las familias que llegan después de no pocos requisitos.

El miedo a lo desconocido fue desapareciendo poco a poco al comprobar de primera mano que el nivel de organización que tenían establecido aquí emanaba del sentido común y de la aplicación de la ley, concepto que en contraste con España me dio la impresión de estar al servicio del ciudadano.

Muchas preguntas y muchas respuestas me hicieron comparar las ventajas y desventajas de este sistema tan opuesto en todos los niveles al sistema del que “disfrutaba” en España, pero dos elementos destacan muy por encima del resto en relación al contrato social que se dan todos y cada uno de los individuos pertenecientes a toda sociedad. Son la unión y el respeto. Dos palabras muy sencillas que, si se diesen de la mano con toda la fuerza y magnitud de sus significados en el conjunto de España, harían que no necesitara ser una potencia mundial para avanzar en la dirección correcta, que es la del del sentido común.

Dos palabras que la política en España me vendieron como algo negativo de los americanos para tapar las propias deficiencias. Qué atrasados que son y qué poco ejemplo que dan esos patriotas enloquecidos que están todo el día dando tiros para hacerse respetar. Nada más lejos de la realidad que estamos viviendo aquí, en estos tiempos marcados por el coronavirus. Ni el patriotismo ni los tiros tienen nada que ver con la prosperidad y oportunidades de este inmenso país.

Van a ser más bien el esfuerzo bien recompensado y la competitividad los generadores de sus aciertos, dos cositas que por cierto en España tienen mosqueadas a tres cuartas partes de la juventud, la que precisamente ha de sacar el país adelante, los verdaderos perdedores de esta historia y de las demás.

La percepción de cada uno y del entorno influyen en cómo lo vive, pero, ¿qué ocurre cuando los políticos trabajan como verdaderos líderes para formar sociedades que tengan esa “percepción” general de unión o desunión? ¿Da el mismo resultado? ¿Está cada país condenado y determinado por sus acontecimientos históricos y por tanto revertir esa desunión se torna imposible en España?

¿Cómo puede ser la “nueva normalidad” llamada como tal si ni siquiera se ha sometido al escrutinio y consenso de todos los integrantes del Estado?. Para que éste sea el que emita una decisión no por simple mayoría, sino mayoría aplastante. ¿A quién beneficia esta distorsión de la verdad proclamada y pregonada por los que están en el poder con su maquinaria propagandística?.

• Miguel Ángel Fraile González vive en Arizona, Estados Unidos.

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