Nueva vida en Occidente

Diario Vasco, 14-06-2006

El fenómeno de la inmigración no se circunscribe únicamente al tránsito de personas del mundo pobre al rico. Los países desarrollados también generan este tipo de movimientos, bien es cierto que por motivaciones distintas, y no siempre económicas. Junko Yamaguchi, a quien todo el mundo llama June, es fiel reflejo de ello. Nació en Hiroshima hace 33 años y vivió en las proximidades de Tokio. Pero en Japón no encontró su sitio.

En Tokio trabajaba como diseñadora gráfica. June es una mujer menuda, inquieta y creativa. Pero las condiciones laborales eran duras. Su lugar de residencia, a casi dos horas de su oficina, las largas jornadas frente al ordenador y la exigencia de la empresa convertían su vida en una inmensa jornada laboral de seis días, que se desperezaban a las seis de la mañana y terminaban casi a las doce de la noche. El séptimo día realmente era para descansar.

«Yo recuerdo que no podía soportar perder un tren, aun sabiendo que como máximo en cinco minutos disponía del siguiente. Así es la vida en mi país, acelerada», cuenta June, ahora afincada en San Sebastián.

La presión le obligó a escapar de un país en el que no está bien visto disfrutar de vacaciones para no quedarse fuera de las políticas de ascenso, en el que el trabajo es una religión donde se asumen más responsabilidades de las debidas y en el que el cargo en la empresa se lleva hasta casa – «no eres un padre de familia, sino que sigues siendo el director general de….», explica esta joven.

Las nuevas generaciones

Afortunadamente, las nuevas generaciones de japoneses están cambiando esta actitud ante la vida. «Por eso hay cada vez más jóvenes que salen de Japón, sobre todo mujeres. La sociedad japonesa sigue siendo muy machista . En el contexto de esa cultura que idolatra el trabajo, más que en cualquier otro lugar, las mujeres deben elegir entre promocionarse profesionalmente o dedicarse a su familia».

A pesar de todo, Junko no pensaba en abandonar Japón. Sus inquietudes se dirigían a conocer nuevas culturas. Y su primer viaje, hace ahora trece años, le llevó a París. La ciudad de la luz le impresionó sobremanera. Conoció Europa y descubrió una nueva forma de vivir. Después llegó Estados Unidos y más tarde Hong Kong.

Después comenzó su experiencia laboral en Japón hasta que decidió viajar de nuevo. El destino: España. Llegó empujada por un amigo, pensando que encontraría un trabajo fácilmente. Aprendió castellano, pero las expectativas pronto se encontraron con la realidad: en noventa días los ahorros de su trabajo quedaron bajo mínimos pero ingenió una nueva fórmula para llegar, en esta ocasión, a Barcelona.

Accidente en Alemania

«Me matriculé en un curso para extranjeros en el que perfeccioné mi castellano y llegó el hecho que marcó definitivamente mi vida. Viajábamos a Dinamarca a visitar a unos amigos que habíamos conocido en Barcelona. Y tuvimos un grave accidente en Alemania».

El conductor era Iñigo, un joven donostiarra de entonces 23 años, con el que mantenía una estrecha relación, y al que el sentimiento de culpabilidad por el siniestro le llevó a visitar Japón a solicitar el perdón de la familia de Junko Yamaguchi.

«Y ahí cambió mi vida. Nos decidimos y comunicamos que contraeríamos matrimonio y, en una sociedad tan ceremoniosa y peculiar como la japonesa, la actitud de Iñigo fue para mis padres de gran valor. Hasta aprendió japonés para mantener una conversación mínima con mis padres. Todo ello contribuyó a que dieran luz verde a esos planes de futuro, pese a nuestra juventud».

A partir de ahí comenzaron a alcanzarse los objetivos para Junko Yamaguchi. Entre viajes y alguna casualidad se encontraba ante una nueva vida, en una sociedad en «la que el valor de lo material no es lo principal, casi lo único, sino lo son las relaciones personales, el ocio, disfrutar…».

Aunque pueda parecer contradictorio, Junko Yamaguchi afirma que «nunca podré ser europea, ni vasca, ni china, ni… Yo siempre seré japonesa. Y, además, cuanto más tiempo estoy fuera de mi país, más japonesa me siento, más nacionalista, y no sé el motivo. Y he de decir también que me encuentro perfecta y felizmente integrada aquí».

Sin vuelta atrás

Sin embargo, no piensa volver. «Yo no encuentro mi sitio en Japón». Su país sigue siendo parte importante en su vida. En San Sebastián, donde vive, dedica sus esfuerzos a enseñar su idioma a ingenieros de la universidad y a otros profesionales. Todas las vueltas que le ha dado la vida le han situado ante la curiosa situación de preparar a aquéllos que deseen viajar a Japón para prosperar en ese país de oportunidades. «Van a buscar aquello de lo que yo escapé. Valoran lo material, la oportunidad, probar sus conocimientos, una experiencia especial y la prosperidad profesional en un mundo altamente competitivo. Y yo me siento todas las tardes junto a ellos y disfruto de lo contrario. De tener un trabajo para vivir. ¿No es curioso?».

Ahora Junko se encuentra felizmente ilusionada ante un nuevo y gran proyecto en su vida, que llevará por nombre María, pero lejos de la sociedad nipona, lejos de los contrastes, entre lo avanzado y lo arcaico, que cada vez están produciendo más inmigrantes. Sin embargo, a los ojos de los occidentales gozan de buena prensa, están mejor considerados, son más fiables que los africanos, los sudamericanos… Es como si hubiera distintos tipos de inmigrantes.

Es en este capítulo en el que Yamaguchi se muestra más japonesa, en el que aflora su sentimiento de pertenencia al grupo. «No se trata de racismo, pero cada colectivo se gana el prestigio que merece. Yo pienso, y la mayor parte de los japoneses que se encuentran fuera de su país, que no sólo tus actos hablan de ti mismo, sino que configuran la imagen de una colectividad. Y si los japoneses disfrutamos de ese respeto no es por casualidad. Es porque somos leales, cumplidores con las normas de otros lugares, nada conflictivos, trabajadores y, en un altísimo porcentaje, regresan a su país. No salen del país como un fin, sino a cumplir con un trabajo o con una misión, pero regresan dejando tras de sí una buena impresión».

«Satisfecha» con su vida

No buscó salir de su país, pero transitó por la vida en busca de conocer y de saber, y esos pasos le llevaron donde anhelaba. «Me fui de un lugar donde abundaba lo material, y he encontrado bienestar y calidad de vida. Y eso me satisface mucho».

Un anhelo que ha repetido su hermana Yoko. En Amsterdam encontró la valoración que buscaba para sus estudios. «Ella sí que deseaba salir de su país. En Japón no hay futuro para las mujeres».

A Junko su próxima maternidad le ha hecho aparcar momentáneamente otro gran proyecto profesional. Está ilusionada con mostrar a sus compatriotas este nuevo mundo que ella encontró. «Quiero promocionar el País Vasco y ya trabajo en contacto con una importante empresa de viajes de mi país, haciendo hincapié en la gastronomía, que es mi pasión, mi vocación».

Pero, a la vista de la trayectoria de su vida, Junko huye de preparar «el tour a que tienen acostumbrados a los japoneses para conocer un país entero en siete días. O sea, a verlo desde la ventanilla de un autobús. Quiero que conozcan lo que yo he visto, las cosas pequeñas, la sustancia de la vida».

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