Artes plásticas Del renacimiento de Harlem al 'Black Power'

CAMBIO DE SIGNO En el siglo XX, el arte afroamericano se reivindica y enfrenta al racismo de EE UU

El Correo, LUISA IDOATE, 29-06-2020

Los disturbios raciales convulsionan Estados Unidos a mediados del siglo XX. Los negros boicotean los autobuses Montgomery en 1955. Detienen a Rosa Parks por no ceder su asiento a un blanco en Alabama, y la gota colma el vaso. Hartos del ‘separados pero iguales’ de las leyes Jim Crow que les segregan desde 1876, marchan en protesta sobre Washington en 1963. Son 200.000, siguen a Martin Luther King. Un año después, la Ley de Derechos Civiles abole la discriminación. Pero el Ku-Klux-Klan quema cruces, y los negros no logran el derecho a voto hasta 1965. Ese año los choques raciales dejan 34 muertos en Los Ángeles y en 1967 otros 43 en Detroit. Malcom X solo ve un camino, la autodefensa, y los ‘panteras negras’, supremacistas negros de izquierdas, crean patrullas contra los abusos policiales.

Rockwell, del sueño americano a la justicia social
Artes plásticas
Rockwell, del sueño americano a la justicia social
LUISA IDOATE
En esa agitada marmita bulle la herencia del movimiento Harlem Renaissance, que reivindica y visibiliza la cultura africana. Nace en ese barrio neoyorquino, ocupado por los los negros en 1920 al mudarse los blancos a zonas mejores. Su caldo de cultivo son los programas de empleo para artistas, subvencionados por el Gobierno para combatir la Gran Depresión, reutilizando sus creaciones como propaganda para alentar la salida de la crisis.

A uno de esos patrocinios federales se acoge Jacob Lawrence (1917-2000), el primer artista negro que expone en Manhathan. Lo hace con ‘Migraciones’, serie sobre los afroamericanos de entreguerras: cada escena es una historia y todas juntas, una epopeya que empieza y termina en una estación de tren. Los pinta llegando a ciudades soñadas; y siendo vejados, detenidos, apaleados, condenados y linchados en ellas. De espaldas, sin ojos, como una masa invisible y anónima que malvive y sobrevive. Ni son esclavos ni tienen las oportunidades de los blancos. Y acaban sufriendo la pobreza y el racismo de los que creen escapar: viajando en la trasera de ‘El autobús’ (1941), huyendo a la carrera en ‘Fire escape’ (1938) o abatidos en ‘La masacre de Boston’ (1955). Lawrence desenmascara la tierra prometida. Ahonda en la abolición de la esclavitud. Recuerda a Toussand L’Ouverture, líder de la independencia de Haití de 1801; a los abolicionistas Frederick Douglass (1818-1895) y John Brown (1800-1859), cuyo ahorcamiento representa en 1941; y a Harriet Tubman, alias ‘Moisés’, que en la Guerra de Secesión facilita la fuga de esclavos ‘cimarrones’ a los que dibuja esposados.

A partir de los años cincuenta se crea una iconografía negra para los discos de muchos artistas

Más que jazz
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Portada para el álbum ‘Bitches Brew’ de Miles Davis, realizada por Mathias Klarweinm.
El ideólogo de Harlem es Alain LeRoy Locke. En ‘El nuevo negro’ (1925) describe al afroamericano que aúna el progreso intelectual, artístico y socioeconómico, y el orgullo de sus raíces. Algo que el mismo año cuestiona el poeta Cunte Cullen en ‘Color’: «He envuelto mis sueños en un pañuelo de seda/ Y los he apartado en una caja de oro/ Donde se aferrarán con denuedo los labios de la polilla». Más beligerante, su colega Langston Hughes usa poemas «para expresar nuestra individualidad de piel oscura sin miedo ni vergüenza». Les respaldan escritores blancos como Carl Van Vechten, autor de ‘Nigger heaven’ (1926), y el biógrafo y publicista estadounidense Max Eastman, editor de las publicaciones gráficas ‘The Masses’ y ‘The Liberator’. La Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP en inglés) impulsa la revista ‘The Crisis’ para «mostrar el peligro de los prejuicios raciales, especialmente como son manifestados hoy hacia las personas de color».

Harlem renace a ritmo de jazz. Brillan Louis Armstrong, Duke Ellington, Count Bassie, John Coltraine… Hay locales famosos como Cotton Club, Apollo Theater, Savoy Ballroom y Smalls Paradise a los que acuden intelectuales, políticos, magnates… Sin embargo, publicaciones musicales como ‘Down Beat’ no aceptan afroamericanos en sus páginas; y la cantante de blues Bessie Smith muere desangrada tras un accidente, porque el hospital donde la llevan no atiende a gente de color. Lo recuerda una canción de Edward Albbe: «Cuando el auto salió de la carretera, Bessie todavía estaba viva/ Si ella hubiera sido blanca habría sobrevivido». Pero los blancos segregacionistas adoran la música de los negros, que la van a usan para socavar su racismo.

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‘Stardust’, obra de Jean Michel Basquiat.
¿Cómo? Creando una iconografía negra en las carátulas de los discos. Visibilizando en ellas su cultura y existencia. En 1940 Alex Steinweiss actualiza los embalajes de los vinilos, superando las caducas bolsas de estraza con agujero central. La imagen domina las nuevas fundas que protagonizan Charlie Parker, Oscar Peterson, Sarah Vaughan… Las diseñan artistas punteros. En 1955 Andy Warhol retrata a Count Basie en una. El pintor surrealista y pop Matías Klarweinm realiza dos portadas para Miles Davis: ‘Bitches Brew’ (1969) y ‘Live-Evil’ (1971). La música negra marca el compás antiracista. Lo hace el ‘Mississippi Goddam’ (1964), con que Nina Simone recuerda los asesinatos del activista Megdar Ever en Jackson y de cuatro niñas en Alabama. Aparece en los cuadros ‘Stardust’ (1983) y ’Now’s the time’ (1985), de Jean Michel Basquiat, el haitiano que arrasa con su arte en Nueva York, pero al que le cuesta parar un taxi. En 1971, Miles Davis confiesa: «No pasa un día sin que esta discriminación me vuelva loco de rabia y, como no puedo estar siempre furioso, utilizo la música para sacar mi ira». También lo hace Billie Holiday: «Puedes cubrir tus tetas con blanco satén, llevar gardenias en el pelo y no ver una sola caña de azúcar en kilómetros a la redonda, pero seguirás trabajando en una plantación».

Somerville, la Medusa
Analizar la opresión racista en Estados Unidos y los imperios coloniales. Espolear a quienes miran a otro lado. Denunciar la brecha social por ser de un país u otro, cuando el azar decide dónde y cuándo naces. Son los objetivos de Travis Somerville (Atlanta, 1963), que desmenuza en sus collages las contradicciones del sueño americano: conflictos fronterizos, refugiados, ataques supremacistas, el coste de tener la piel oscura… Los inspira ‘La balsa de la Medusa (1819)’, de Théodore Géricault, que cuenta ese naufragio ocurrido en 1816 en Mauritania. El capitán Hugues de Chaumareys abandona a 150 personas 13 días en una balsa en plena tempestad. El hambre, la sed y el miedo hacen el resto: hay violencia y canibalismo. Solo 15 sobreviven. Somerville recrea la escena en ‘The Raft’ (2016). Del mástil de su barca, pende la cabeza de un negro; una botella de alcohol recuerda la frivolidad de la tripulación; un hombre herido, a los supervivientes; y un pañuelo, el grito de socorro. Lo repite en ‘Great Expeditions’ (2009): bajo una bandera estadounidense y en un mar de basura, hay una barca con la palabra avaricia en árabe y un maniatado y ciego miembro del Ku Klux Klan. En ‘War Paint’ (2016), denuncia la evangelización del franciscano mallorquín Junípero Serra en California en el siglo XVIII, que, para muchos, arrasa la cultura indígena de la zona.

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