La tragedia siria en el covid-19

Deia, IGOR BARRENETXEA MARAÑÓN , 15-05-2020

DESDE luego, han sido miles de páginas las dedicadas a describir y analizar la guerra civil siria. Han sido nueve años de desgarrador conflicto que han propiciado titulares de toda clase. Pero ninguno ha sabido dar respuesta y lograr que se acabe esta pesadilla. De hecho, mientras a finales de 2019 se iba fraguando poco a poco la pandemia en China, el mundo gastaba más que nunca en la compra de armamento€ El ser humano ya no busca defenderse a sí mismo, más bien, su actitud y comportamiento ha sido de autodestruirse. Al aumentar las partidas en gasto militar, por lógica se reducía en otros ámbitos, sobre todo, en aquellos civiles que, realmente, atienden a las necesidades primarias de la población. Y, así, de la noche a la mañana, la inesperada pandemia global ha dejado expuestas tamañas incongruencias. Solo ante la imperiosa necesidad, los países han sabido movilizarse (no todos en la misma medida), contra una amenaza real, no inventada por el hombre. Del mismo modo, el virus ha dejado en suspenso algunos conflictos y ha sido aprovechado por los yihadistas para actuar en otros lugares. Pero, sin duda, la crudeza con la que el letal patógeno todavía puede afectar a ciertas sociedades está lejos de haberse reducido por completo. EE.UU. y Brasil sufren, ahora, su más encarnizado mordisco. Mientras Trump culpa a China, irresponsablemente, de lo ocurrido, como si el origen estableciera su culpabilidad, en Siria se vive la incertidumbre de temer lo peor. La violencia que ha arrasado ciudades enteras, como Alepo, ha debilitado profundamente a la sociedad.

Las heridas de guerra han traído consigo que, de los 111 hospitales públicos existentes en el país antes del conflicto, solo hayan sobrevivido 58 al efecto destructor de las bombas. Lo que es peor, el 70% del personal sanitario ha huido, según la OMS. Cerca de la mitad del país se ha desplazado a otras ciudades o se encuentra en campamentos de refugiados que, en muchos casos, no reúnen unas condiciones de vida adecuadas, son centros de internamiento masivos donde cohabitan miles de personas sin unas mínimas garantías de protección sanitaria, por lo tanto, están muy expuestos. Podrían convertirse, en el peor de los casos, en epicentros de contagios descontrolados, la peor de las pesadillas. Asimismo, hay 10.000 extranjeros cautivos que formaron parte del Estado Islámico, de los que nadie se ocupa, y que serán los últimos en recibir ayudas y atención primaria en un país arrasado.

De momento, las cifras oficiales no son preocupantes, solo se han contabilizado unas decenas de casos y menos fallecidos. Aunque algunos médicos estiman que seguramente haya unos cientos más de contagiados. No hay modo de saberlo y cuando se sepa, desde luego, será porque la situación se ha vuelto preocupantemente peligrosa. Aunque, bien es verdad que el virus está afectando de forma dispar a países, continentes y territorios, nadie desdeña ya su importancia. En todo caso, lo que está claro es que Siria es incapaz de enfrentarse por sí sola a tal denostado patógeno.

Las sanciones que pesan sobre el país, la destrucción de las ciudades y de los centros de salud, y el hecho de que todavía no se hayan puesto fin a las hostilidades, lleva a que, si el covid-19 se viraliza, las posibilidades de combatirlo con éxito serían muy limitadas. De hecho, los hospitales sirios carecen de respiradores. El primer caso que se detectó fue el 22 de marzo y enseguida se tomaron medidas como el cierre de bares y restaurantes, lugares de rezo y se limitó, incluso, el movimiento de la población. Pero la presencia de milicianos iraníes, país muy afectado por la pandemia, no deja de ser una sombría inquietud para las autoridades de Damasco.

Claro que, a pesar de todo, con un territorio en el que la población vive bajo mínimos, las aglomeraciones para comprar pan antes del toque de queda son frecuentes. Por otro lado, desde inicios del mes de marzo, impera un alto el fuego en la provincia de Idlib, todavía bajo el dominio de Hayat Tahrir al Sham (HTS, vinculada a Al Qaeda), que cuenta con 10.000 milicianos. Aparte, se ha constituido el Gobierno de Salvación, quien rige la administración civil de la provincia rebelde, aunque supeditados a los yihadistas.

Los choques entre el HTS y el Gobierno de Salvación son, de hecho, frecuentes, más ahora cuando los milicianos se negaron, recientemente, a pesar del riesgo que suponía, a cerrar las mezquitas para la oración del viernes. La única ventaja, por el momento, y que ha evitado la pandemia, ha sido que la provincia está cercada por sirios (que presionan desde el sur) y turcos (que lo hacen desde el norte), pero se teme que los comerciantes turcos, que son los únicos que aprovisionan a los rebeldes y a la población, puedan portar la infección y abrir el camino. Los precios de las mascarillas, por de pronto, ya se han disparado, y su compra se hace casi inasumible para el conjunto de sus habitantes. Así que la OMS se pone en lo peor, ante la escasez de medios y personal para hacerle frente, amén de contar con una población desprotegida.

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Por todo ello, se está preocupando de hacer llegar equipos a la provincia rebelde y a Damasco. Sin embargo, en la franja norte, la Administración Autónoma kurda que se encarga del control del 25% del territorio sirio, se queja de encontrarse abandonados a suerte. Damasco no colabora con ellos, y Turquía les considera meros terroristas e impide cualquier ayuda, incluso el acceso vital al agua para una parte de la población civil. Así que reciben ayuda del Kurdistán iraquí, al controlar los pasos fronterizos, y gracias a su colaboración han conseguido cinco máquinas de test PCR. Además, solo cuentan con dos hospitales, más que insuficientes si se produce una crisis sanitaria. La Humanidad es un caso, aparte de padecer los efectos incontrolables de la Naturaleza como las enfermedades, los terremotos, los huracanes, las sequías, las inundaciones, etc., no contentos, inventamos uno aún peor, la guerra, y alimentamos constantemente su nocivo fuego, incluso cuando eso puede llevarnos a la extinción€ * Doctor en Historia Contemporánea

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