El coraje de Alpha en su camino hacia el refugio

Tras dejar su hogar con 14 años, un menor guineano llega a España. Aún sin pasaporte ni manera de demostrar su edad, solicita asilo político

El País, SARA MUERZA, 12-03-2020

Si algo le ha mantenido en pie en medio de la incertidumbre y la espera han sido sus sueños. De la historia de Alpha Sidy (Guinea Conakry, 2001) se advierte valentía y sufrimiento a partes iguales. Lo que antes le incomodaba recordar, lo cuenta ahora con pausa y soltura, repitiendo en ocasiones los capítulos más difíciles de su vida. Llegado a España a finales de 2017, rememora las personas que le han ayudado en su camino y reconoce que siente que aquí tiene una familia. De carácter amable y tranquilo, viste unas pulseras y un collar con los colores habituales de las banderas africanas que recuerdan sus orígenes.

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Sidy abandonó su país siendo todavía un niño, tenía 14 años, y huía de la violencia de su padre que le prohibía estudiar francés. Apenas tenía recuerdo de su madre ya que desde la separación de sus progenitores no había vuelto a verla. Convivía con un padre duro y ferviente seguidor del Islam, y sus tres mujeres. Rechazaba que su hijo aprendiese otra cosa que no fuese el árabe, pero Sidy sentía que hablar solamente ese idioma no le convenía. A veces trabajaba en las casas de sus vecinos para poder pagarse la escuela francófona porque su padre no siempre lo hacía. Cuenta, además, que le pegaba y le amenazaba, y que un día, después de haber ido a conocer a su madre, este le reprochó haberla visitado señalando que ella le había abandonado. “Tú, mi madre, me da igual, es mi familia. Me fui a conocer, a saber quién soy, a saber la verdad”, le contestó Sidy.

Su voz transmite tristeza al relatarlo y, por un momento, parece trasladarse al momento exacto en el que le espetó al padre: “Tú nunca me quieres”. Aquel mismo día abandonó el hogar. Permaneció escondido en casa de un vecino durante más de dos meses hasta que su progenitor se enteró. El vecindario lo temía, por lo que Sidy tuvo que marcharse para no acarrearles problemas. Sin saber a dónde ir llamó a su primo y huyeron a Malí con el dinero que este último había cogido a su madre. Con el carnet de la escuela como único documento de identidad, Sidy consiguió entrar al país tras sobornar a la policía fronteriza.

El camino es Argelia
Durmieron dos días en una de las calles de Bamako, la capital, por miedo a que el dinero se acabase, hasta que conocieron a una chica maliense que los acogió en su casa durante un mes. Desde su salida del país Sidy no mantuvo ningún contacto con la familia, a diferencia de su primo que hablaba con su familia a menudo y que, presionado por los suyos, tuvo que regresar a Guinea Conakry. Sidy había conseguido trabajo en un locutorio como limpiador y volver a su tierra no era una opción. Permaneció dos años en el país para después embarcarse en un nuevo viaje junto a otro compañero que le dijo que Argelia “era un camino para llegar a Europa”.

Recorrieron los caminos de Níger hasta alcanzar su destino. “Allí la gente es muy difícil; el desierto tampoco es fácil”, recalca. Estuvieron más de seis meses en este país hasta que entraron a la ciudad marroquí de Oujda, en la frontera, para dos días más tarde dirigirse a Casablanca. Al tiempo, encontró trabajo como camarero en una cafetería, y su compañero de viaje fue a probar suerte a la frontera de Nador-Melilla. “Yo veía que la gente regresaba de la frontera muy mal. Les preguntaba de dónde venían y ellos me hablaban de que estaban buscando Boza. No conocía esa palabra”, explica. ¡Boza! es el grito de muchos inmigrantes al pisar suelo europeo, palabra que significa victoria o renacer en fula, idioma hablado en África Occidental.

“Me fui una semana a Nador para ver el lugar y cómo vive la gente”, recuerda. Se refiere a Melilla, que queda a los pies del monte Gurugú. En el bosque que envuelve este enclave viven los inmigrantes antes de conseguir cruzar la valla que separa Marruecos de la ciudad autónoma española. Si él quería lograrlo debía de trabajar duro, así que retornó a Casablanca para a los ocho meses volver al bosque con 700 euros ahorrados. Una vez allí decidió ir a Casiago, localidad marroquí a cuatro kilómetros de Ceuta. “Me fui tres meses. La policía podía cogerte y pegarte. Intenté saltar la valla muchas veces. Tu vida corre peligro allí”, concluye. Lo sabe por propia experiencia: Sidy enfermó a causa de las múltiples heridas que se hizo al intentar cruzar la valla. Su salud se agravó hasta el punto de que tuvo que alojarse en casa de un amigo para poder recuperarse y empezar un tratamiento médico. Se levanta la camiseta y enseña las cicatrices de su cuerpo: son las marcas que le dejaron las concertinas.

Frontera mar
A los cuatro meses regresó al monte Gurugú, recuperado de las heridas pero con los bolsillos vacíos debido a los gastos médicos, así que decidió llamar a su madre para que le enviase dinero. Hacía dos años que no tenía noticias de él. “Era muy caro llamar a mi país. Tenía que elegir entre llamar a mi madre o buscar algo de comer”, subraya.

Ante la imposibilidad de que ella le pudiese enviar dinero, Sidy decidió probar suerte cruzando el mar Mediterráneo, cambiando el Gurugú por el monte Bolingo. Dormía en el bosque junto a otras personas y, al poco tiempo, empezó a trabajar construyendo la casa de un nigeriano que mandaba gente a Europa. Estuvo con él un año y medio sin recibir una sola moneda, tan solo algo para comer. Y cuando ya había perdido la fe de poder cruzar el mar, la oportunidad llegó de manos del chico nigeriano. “En mi cabeza pensaba dos cosas: voy a llegar y conseguir mi sueño, o voy a morir en el agua”. Sidy cogió una patera no sin antes escuchar que, si regresaba, no volvería a recibir su ayuda.

A los dos días fue rescatado junto a sus compañeros de viaje por la Cruz Roja y llevado a Málaga. Tras pasar cuatro días en la cárcel, la organización de ayuda le facilitó un billete de autobús para Madrid. “Yo quería quedarme en Málaga, pero me dijeron que no había plaza. Tenía que buscar otro sitio donde quisiera ir”, dice. Pero en la capital española tampoco había disponibilidad en los centros de acogida, por lo que se vio obligado a dormir en la calle, en la plaza Nelson Mandela de Lavapiés, durante un mes. “La primera vez que dormí en la calle en España… Nunca me lo imaginé. Esa misma noche me quería volver”, explica. “Para mí eso no era Europa, pero tenía que aguantar, no podía volver a mi país”, añade.

Asilo político
Su suerte cambió al hablar con Dana García, activista y portavoz de SOS Racismo, que logró que Sidy pudiese quedarse más de tres meses en La Ingobernable, un centro social autogestionado cerrado por el Ayuntamiento y que hace una semana ha vuelto a abrir en otra ubicación. Pero al mismo tiempo empezaron unos meses complicados para él en los que buscó regular su situación. Intentó demostrar ante la Fiscalía de Madrid que era menor de edad, pero, al carecer del pasaporte físico —tan solo contaba con una fotocopia de este guardada en el móvil— no pudo probarlo. Al no tener reconocida la minoría de edad, Sidy solicitó asilo político con la ayuda de la abogada Patricia Patuca Fernández.

Accedió al programa La Quinta Cocina a través de la ONG CESAL a la vez que estudiaba español. Felipe Rojas, director y responsable del proyecto, fue junto a García un gran apoyo. “Me daban mucho coraje para buscarme la vida”. Una vez admitida a trámite su solicitud de asilo, se le entregó la tarjeta roja, documento que acredita la condición de solicitante. Durante un tiempo durmió en el centro cultural La Quimera de Lavapiés, para más tarde alojarse en un Centro de Acogida al Refugiado (CAR) por seis meses. Hizo dos cursos más de almacén e informática, y al terminar el de cocina y sus prácticas encontró un trabajo.

Ahora Sidy se desenvuelve en los fogones de otro restaurante, y vive solo en un piso de alquiler. Poco queda de la inocencia de aquel niño que dejó atrás sus raíces por perseguir un sueño. “Cuando no tienes a nadie que te ayude no hay que esperar la ayuda de alguien. Búscate la vida”. A la espera de que su solicitud de asilo sea aprobada, el coraje continúa siendo una constante en su vida.

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