Muchos negocios son familiares para que resulten rentables

La Vanguardia, 05-06-2006

tión, el pequeño comercio y la solidaridad vecinal. De ahí que sea un buen lugar para quien venga de lejos con el proyecto de instalarse por su cuenta. Los más emprendedores, en este sentido, han sido los libaneses, con notable presencia en la calle Verdi, junto a los cines.
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Mientras los comercios étnicos del Raval sirven a una comunidad concreta, los de Gràcia dan servicio a gente de todo tipo y procedencia. Mientras en el primero de esos barrio abundan los locutorios, las agencias de viaje, las peluquerías islámicas y las carnicerías halal, en el segundo la inmigración opta por la restauración y el pequeño comercio, sobre todo de ropa y artesanía.
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La alta densidad comercial del distrito, con más de 3.000 comercios, favorece la iniciativa empresarial de los inmigrantes. Y dado que – a pesar de todas las trabas municipales para rebajar los ruidos – hay más de 750 locales de pública concurrencia, es lógico que abunden los bares y los restaurantes étnicos.
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Para muchos vecinos, esta abundante oferta es excesiva y muy molesta los fines de semana, cuando en verano las terrazas permanecen abiertas hasta la una y media de la madrugada. Los que tienen ganas de juerga – y Gràcia atrae a público nocturno de toda la ciudad – hacen tanto ruido que no dejan dormir. “Reconozco que a mí me favorece que venga mucha gente, pero la verdad es que el barrio no es un buen lugar para vivir durante los fines de semana”, explica Christo Kuyrodimos, del restaurante griego Dionisios de la calle Torrent de l´Olla. “Vivo aquí al lado, en Robí – añade – , y los viernes, sábados y víspera de festivos no hay quien pegue ojo”.
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A Gràcia, sin embargo, han ido los barceloneses a bailar y divertirse desde que las fiestas de Sant Isidre, patrón de los campesinos del Pla de Barcelona, se convirtieron en las más importantes de la primavera local. Es difícil, por tanto, el mantenimiento del orden y el civismo por parte de las autoridades municipales ante costumbres tan arraigadas en la psique colectiva como ir a Gràcia en busca de Epicuro. La dimensión humana de las calles – tan humana que no hay forma de que los coches circulen con comodidad – es otro factor a favor de la integración. Los vecinos que caminan tienen muchas más posibilidades de saludarse que los vecinos que conducen, y no hay nada mejor que un “buenos días” para alejar los miedos racistas y abonar los mestizajes.
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“La gente aquí es maravillosa”, comenta Jagat Kathayat, chef del Katmandú, un pequeño establecimiento en la calle Còrsega. “Tan receptivos son mis clientes a la cocina nepalí – prosigue – que me pidieron que no cocinara otra cosa. Abrí hace un año, con mi socio Partap Singh, y hacíamos bocadillos. No creíamos que hubiera clientela para un momo (pasta rellena de carne o verduras y cocinada al vapor) o un pakoras (fritura de cebolla rebozada con harina de garbanzos), pero está claro que no conocíamos bien Gràcia. Al mediodía sí que mantengo un menú fusión, pensando, sobre todo, en la gente de las oficinas, pero por las noches y los días de fiesta somos nepalíes a tope”.
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El Katmandú responde a la estructura típica de un negocio étnico, con personal procedente del país de origen. El autoempleo está motivado por la pobreza, el paro, la discriminación social y los escasos salarios del mercado laboral, así como por el bajo nivel educativo del trabajador y su deficiente conocimiento de la lengua. Todos estos problemas – salvo cobrar poco y trabajar mucho – quedan mitigados cuando el inmigrante es dueño de su propio negocio y emplea a su propia familia. “Tuvimos mucha suerte”, recuerda Jawaid Iqbal. “Antes vivíamos en el Raval, con todos los pakistaníes – continúa – . Nuestra casa fue derribada cuando se abrió la rambla. El portal estaba allí donde hoy está ese gato tan grande y tan gordo. El Raval no es bueno. Demasiados chorizos y demasiadas putas. Gràcia es muy seguro, aunque ahora también es muy caro. Con tanto bohemio junto, no hacen más que subir los precios”.
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El metro cuadrado ronda ya los 4.500 euros, lo que hace de Gràcia el cuarto distrito con la vivienda más cara de la ciudad. En cambio, y según el último balance de los Mossos, es el más seguro. A pesar del excesivo incivismo de los borrachos y los juerguistas, Gràcia es el distrito con menos delitos. Sólo el 5% del total. El Eixample, en el otro extremo, acumula el 25%. Un ejemplo más de la buena convivencia entre culturas y de la gran convergencia de unos y otros, locales y foráneos, en torno al hedonismo mediterráneo de la silla en la calle, la mesa puesta y la conversación a flor de piel.
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