La arista. Derechos humanos

Canarias 7, 04-06-2006


Las Palmas de Gran Canaria


Tengo la impresión de que asistimos en España a una devaluación creciente del valor de la dignidad humana más cercana. En los telediarios, los niños iraquíes que mueren a manos de los soldados norteamericanos nos parecen víctimas angelicales a manos de aberrantes soldados a los que identificamos como americanos. El mismo telediario es capaz de dignificar los campamentos militares de inmigrantes en Canarias y hasta los traslados engañosos de éstos a sus países. Lo que en otros tiempos eran «traslados masivos y sin garantía» hoy son «necesidades ajustadas al derecho y a la dignidad de las personas».


La defensa de los derechos humanos es un patrimonio de la Humanidad del que se ha apropiado la progresía de último cuño. Se trata de un sentimiento que entronca con el deseo humano de la reconciliación y de la semejanza entre los hombres. La compasión, para provocación de la progresía, la introdujo en la historia occidental el judaísmo y la llevó a su máxima expresión el cristianismo. En términos conceptuales, fue una de las expresiones de la lucha de clases y en términos ideológicos ha entroncado con la solidaridad, una de las expresiones tardías del marxismo latinoamericano; y con la pobreza, la expresión más radical de la teología de la liberación. Pero ha estado presente en toda la historia de la filosofía como concepto y aspiración de la Humanidad.

La subordinación de los derechos humanos a los intereses económicos y sociales es un hecho constatado. Y la era de la comunicación socialista, a pesar de su predicamento teórico, está inmersa en esta conversión. Inexplicablemente, para la oficialidad mediática, el argumento de Senegal para paralizar las expulsiones es «bueno» para la política gubernamental porque se «ha echado encima a la opinión pública española». La exigencia de derechos por Senegal se desvirtúa poniendo de manifiesto los propios vicios del régimen africano. Los derechos pasan a ser sospechosos usados como argumento por Senegal y se da relevancia a las filosensaciones xenófobas que exigen la salida de los inmigrantes antes que la garantía de sus derechos. Parangonando a Thomas Friedman, que afirma que la libertad y los derechos se mueve en sentido contrario al precio del petróleo, para el gobierno progresista los derechos están sujetos al precio de la opinión pública. El pragmatismo del ejercicio del poder gana al terreno de las ideas.

La frivolidad es otra de las notas dominantes en la nueva estrategia en la defensa progresista de los derechos humanos . La izquierda española, como el resto de la europea, desorientada en la búsqueda de sus tributos ideológicos, ha asumido esta tarea como suya nada a disgusto, pero lejos de los compromisos concretos. Es uno de sus principios adquiridos en las rebajas ideológicas, ejercido, eso sí, desde las tiendas de la Calle Serrano, los diseños exclusivos de Elena Benarroch o los jets privados de múltiples magnates que viven del mercado de las ideas y del postín progresista. Las pasarelas rojas para los estrenos de películas subvencionadas por las que se arrastra con los diseños más caros la artistada española sirven de escenario escabroso para la denuncia. Sólo la denuncia. Algunas veces la denuncia es rematada con alguna exclusiva en una cara revista de modas con fotos al lado de los pobres. Los pobres de África.

En este ambiente, en el que se mueve el PSOE, los derechos humanos son más un hobby en manos de nuevos ricos que una preocupación seria por lo que le pasa a los hombres y más en concreto a los pobres. Por ello es imposible que la izquierda, incluidas las ONG, puedan pensar que en la gestión de los miles de inmigrantes que llegan a Canarias y las medidas desesperadas que ha venido adoptando el Gobierno se puedan violar derechos de inmigrantes. Resulta increíble, casi imposible, que en la gestión de más de cuatro mil casos de inmigrantes retenidos en los centros de internamiento de Canarias, con la presión política que ejerce el Gobierno sobre la nuca de un voluntarioso grupo de policías, se garantice la legalidad o se cometan errores. Creo que es más justo pensar que los en otros momentos chillones defensores de los derechos humanos han decidido no tener curiosidad, no intervenir y mirar para otro lado, lo que no exime al pensamiento de la culpa de la realidad que pasa factura.

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