Carne de cañón

Las Provincias, 03-06-2006

Desde las islas Canarias les envían hacia la península como quien reparte los muebles viejos tras el fallecimiento de la abuela. Algunos senegaleses ya han aterrizado en nuestra Comunidad. Al principio, se encargan de ellos las oenegés, la Casa de la Caridad o la Cruz Roja, y disfrutan del paraíso de una habitación con cuarto de baño y pequeña tele, con lo cual el blanco de sus inmensos ojos todavía refulge más y por fin se les dibuja una sonrisa sobre el curtido semblante. Ignoran que tras ese recibimiento, luego deberán buscarse la vida.


Hablan un francés impecable, gutural, y es que los senegaleses, aunque muchos lo hayan olvidado, se convirtieron en las primeras y eficaces tropas del visionario general De Gaulle cuando este alcanzó Londres con los calzoncillos puestos y la voluntad firme. Aquellos senegaleses, bajo el mando del general Leclerc, subieron por África y sus victorias frente a los nazis maquillaron el rotundo descalabro del ejercito francés, verdadero caso de récord Guiness porque la guerra relámpago alemana se los fundió, infranqueable línea Maginot incluida, qué risa, en dos semanas. Quizá algunos de estos inmigrantes que ahora remontan en cayuco las costas africanas son los nietos de aquellos combatientes que lucieron el uniforme galo con orgullo. Sólo por eso, en vez de diseminarlos por nuestra geografía o de devolverles a su tierra engañándoles, deberían encontrar cobijo y solidaridad en Francia. Al fin y al cabo, la sangre de sus abuelos, y la de tantos soldados republicanos españoles, por cierto, fue la que se derramó al liberar Paris. Lástima que hoy la memoria de Francia sea tan frágil y que su “grandeur” esté tan quebrada como las esperanzas de los jóvenes incendiarios del extrarradio parisino.


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