Zapatero y el discurso del desencanto

Las Provincias, 03-06-2006

Con los discursos aciagos no se gobierna España. Está claro que no. Ni con los desprecios a las palabras nación, solidaridad, equilibrio, transición y a su significado. A España se la dirige con carácter de Estado y no con criterio de minorías. Por eso, el Debate sobre el Estado de la Nación evidenció que Zapatero quiere escribir la historia de España con letra pequeña y que Rajoy prefiere hacerlo con mayúsculas.


En primer lugar, el PP demostró que la batalla a la inflación, a la inmigración descontrolada, a la inseguridad, al desequilibrio territorial no se gana con palabras vacías ni con retrospectivas más místicas que reales hacia un pasado que Zapatero ha adulterado a su antojo, sino con propuestas dignas para ciudadanos dignos de gestión y de trabajo. Lo demás, es una fórmula inexacta.


Hemos llegado a la encrucijada de la contradicción, la contradicción de Zapatero, un presidente que realiza el Debate del Estado de una nación en la que no tiene fe, una nación a la que ha traicionado, una nación que convive en un espectro espacio – temporal con otras naciones o realidades nacionales. Una nación que era más nación hace dos años, y que, haciéndome eco de las palabras del señor Almunia, hoy por hoy se asoma a una realidad llena de nubarrones.


En fin, que al final los nubarrones de los que habla Almunia romperán en tormentas que arrasarán una economía que vive con el pulmón del PP, o que acabará por desgastar a un Ministerio encorsetado y dirigido por un ministro reciclado que tiene en su haber ser el primer político que hace de la detención ilegal un castigo al PP. Porque para el PSOE, para Zapatero, para el señor Alonso, los límites ya han saltado por los aires.


Zapatero se sube a la tribuna, levanta la cabeza y no por los españoles ni por los valencianos para hacer política desde la demagogia, y lanza un discurso anestesiante que nada dice de la llegada de la paz en el País Vasco y en España, de la inseguridad que padecen millones de españoles y valencianos, ni de cómo afrontar una inmigración a la que ZP ha dado barra libre y que según dice, tiene difícil solución. Quiero decir con esto que la Comunitat no se ha sentido aludida, más bien se ha sentido defraudada, con un discurso hecho al paso, el discurso del desencanto y de la política del engaño.


No ha pasado la prueba, ni a ojos de la Comunitat, ni de los españoles, ni de los socialistas y si no, que se lo pregunten a Felipe González o a Bono, quienes ya han desollado una política territorial traicionera, hecha de tapadillo y en penumbra. La que defiende Zapatero.


Zapatero no fue leal –a los españoles–, sólo diplomático. Teniendo en cuenta que las principales preocupaciones de los valencianos según el CIS son la inmigración y la inseguridad, ¿cómo puede el presidente de un Gobierno pasar en vuelo rasante sobre estos temas? Porque, simplemente, se le cayeron de las manos, los mencionó y los arrinconó como todas sus políticas mientras Rajoy pedía soluciones, como las piden los 4,5 millones de valencianos.


Los valencianos, los castellonenses, los alicantinos nos merecemos algo más que fonemas hechos desde una tribuna, nos merecemos una planificación en tiempo y forma que nos demuestre que hoy queda un día menos par sufrir la inseguridad ciudadana impuesta por Zapatero, para recibir a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, para afrontar el efecto llamada provocado por Zapatero en materia de inmigración, para sufrir una inflación que no ralentice la economía, que queda un día menos para que llegue el trasvase del Ebro, un día menos para que el AVE sea una realidad de primer orden. Y queda un día menos, porque hoy el PP está más cerca de ganar las elecciones generales, porque discursos así son reflejo de quien, como el inquilino de la Moncloa, hace de la ingobernabilidad patente de corso.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)