Los inmigrantes abrigan a los sin techo en Jerez

Jóvenes africanos salen a la calle una noche a la semana para repartir ropa y mantas entre personas que no tienen un hogar

El País, Jesús A. Cañas, 24-12-2019

Ilyas El Masdouri sabe lo que es sentir frío. El que sufrió cuando era un menor marroquí que, en el puerto de Ceuta, intentaba llegar a la Península oculto en los bajos de un camión cuyas ruedas “podían aplastarte la cabeza”. El que le caló hasta los huesos cuando dormía asustado entre cartones en las calles de Barcelona. El mismo que, en una húmeda noche de diciembre, no da descanso a quienes intentan dormir recostados en un portal o un cajero de Jerez de la Frontera (Cádiz). “Yo estaba así, en el suelo, y ahora soy yo el que ayuda”, dice el joven, de 19 años, mientras tira de un carro repleto de mantas y abrigos listos para ser repartidos.

Apenas hace unos días que El Masdouri está acogido temporalmente en casa de una mujer jerezana, pero el tetuaní ya es uno de los inmigrantes que, desde el pasado mes de noviembre, decidieron lanzarse a la calle a repartir ayuda a personas sin hogar que tienen aún menos recursos que ellos. Todos forman parte de la Red de Apoyo a Inmigrantes de Jerez Dimbali, un colectivo de unas 30 personas, entre españoles y extranjeros, que empezó a actuar en el verano de 2018 ante el colapso migratorio que vivía la provincia. En este tiempo, a la entidad incluso le ha dado tiempo a crear un equipo de fútbol sala, integrado por jóvenes de origen africano.

Abdullah Abass es otro de esos chicos que aprovecha las noches tras los entrenamientos de fútbol para ir a repartir mantas a personas sin techo. Ahora es un joven curioso y sonriente de apenas 18 años, pero hace justo un año era uno de los menores somalíes rescatados por el Open Arms en aguas cercanas a Libia y que acabó desembarcando un 28 de diciembre en el puerto de San Roque. A su lado, Bubaca Biaro —un guineano de 29 años vestido de elegante americana que, si le jalean, canturrea por Camarón— resume qué les hace empujar ese carro por las calles de Jerez: “Necesitamos ayuda, pero también nos gusta ayudar. Tengo salud y no tengo más, pero no me gusta ver a la gente en la calle”.

Es justo la filosofía que el activista Iván Caro ha querido imprimir a Dimbali desde su fundación y lo que ahora les mueve a salir por las noches en su iniciativa, denominada “El frío duele, la indiferencia mata”. “Esto es un apoyo mutuo. Un día estoy mal yo, otro tú necesitas ayuda”, explica el también coordinador deportivo del equipo de fútbol. Y así es como, aproximadamente una vez por semana, salen, pasadas las nueve de la noche, desde la sede del sindicato CNT en la plaza del Arenal para repartir ropa de abrigo hasta el filo de la madrugada.

Cuando Juan Carlos, un jerezano de 48 años, se encuentra a los chicos tirando de su carro azul en una fría noche de miércoles de diciembre solo acierta a señalarles el “hambre” que arrastra. Pide un abrigo, un jersey de lana y calcetines. “Llevo tres meses viviendo en la calle. Voy por ahí buscándome la vida como puedo”, reconoce antes de seguir su camino con varios electrodomésticos viejos a cuestas. Tras él se adivina a un señor mayor que, recostado en los bajos de un edificio, apenas puede articular una frase, y al que arropan con mantas. Más allá un alemán, al que ya conocen de veces anteriores que duerme en la puerta de un cajero.

“Es curioso cuando te dicen: ‘Mira, el negro viene a ayudarnos”, tercia Biaro sin rodeos. Tanto él como Abass tienen ahora un piso compartido en el que vivir, mientras se resuelve su solicitud de asilo. Lo mismo ocurre con Mohamed Samba, un joven de 22 años que intenta labrarse un futuro en España como sastre, su profesión en Guinea. Todos arrastran un pasado difícil incluso de resumir. Biaro recuerda cómo perdió a un amigo y estuvo “dos días a la deriva” en el Estrecho, hasta que la Guardia Civil lo rescató. Abass no es capaz de olvidar el año que pasó en Libia secuestrado en una habitación de la que solo salía cuando le hacían llamar a su madre para pedir un rescate que le permitiese acabar en una embarcación en el Mediterráneo central.

Entre manta y manta, Ilyas El Masdouri es capaz de explicar cómo colarse en los bajos de un camión — “hay que moverse rápido y buscar el hueco”— y, también, cómo dormir al frío raso. “Buscas un cartón y un sitio para dormir, pero yo cuando alguien se me acercaba me despertaba con miedo por si me hacían algo”, recuerda el joven, cuyo único recurso es el hueco que Dimbali le ha conseguido en el piso de una mujer voluntaria. El Masdouri tenía un hermano mayor que murió ahogado en el Estrecho y, pese a que para él la aventura europea no está siendo tampoco nada fácil, reconoce que, de los cuatro hermanos pequeños que tiene, a dos “no hay quien les quite de la cabeza venir a España”.

Abass ni siquiera pretendía acabar su periplo en el sur de España. Pero, tras pasar por el centro de menores de Algeciras y por un recurso asistencial en Sevilla, está ahora feliz en Jerez. “Lo único que quiero es poder trabajar en lo que sea para ayudar a mi familia”, tercia poco antes de continuar con su recorrido. Estas serán sus primeras Navidades en Europa y el joven mira a esa sobredosis de alumbrado extraordinario con curiosidad. De pronto, se topa con un Portal de Belén de tamaño real —Reyes y pastores incluidos— al aire libre. Abdullah levanta la vista y solo acierta a preguntar: “¿Y esa familia con esas personas alrededor quiénes son?”.

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