EMPLEADA DE HOGAR

“El trabajo de interna es de semiesclavitud”

Un colectivo pide su abolición en el Parlamento Vasco Aidee fue “explotada” y Rosa Mari, tratada como ‘amama’

Deia, ARANTZA RODRÍGUEZ , 02-12-2019

BILBAO. “El trabajo de interna es de semiesclavitud. Tengo amigas que están cuidando a dos personas por 600 euros, sin descanso, de lunes a domingo”. Lo dice Aidee Escobar, una empleada de hogar boliviana a la que le llegaron a dar “cinco galletas contadas” para desayunar y a instalar una lámpara en el cabecero de su cama que se encendía cada vez que la persona a la que cuidaba se incorporaba. “A veces se levantaba 10 o 15 veces. Estar toda la noche sin dormir y al día siguiente tener que ocuparte de ella y de todas las tareas de la casa es terrible. Tenía que mandar dinero a mi hijo todos los meses. El miedo a no encontrar otro trabajo hizo que aguantara”, confiesa.

Para acabar con “esta vulneración de derechos y las situaciones de abuso y maltrato” el colectivo Trabajadoras No Domesticadas pidió el pasado día 19 en el Parlamento Vasco “la abolición del trabajo interno” y reclamó a las instituciones públicas “una respuesta a las elevadas necesidades de cuidados que tiene la población vasca” y que ahora se están “mal resolviendo”. “Se trata de que los cuidados dejen de ser un eje de explotación para las mujeres, un privilegio para quien los pueda pagar y que se asuman como un derecho colectivo”, explica Josefina Roco Sanfilippo, coordinadora del área de economía feminista de la Fundación Mundubat, quien presentó el diagnóstico realizado tras un proceso de trabajo de más cinco años. Con ese fin proponen “desarrollar infraestructuras de cuidados públicas y universales, donde las trabajadoras tengan acceso a empleos de mayor calidad y haya una regulación colectiva” porque “la realidad actual es muy sangrante”, censura.

“ME SENTÍ MUY VIOLENTADA”

Advertisement
You can close Ad in 4 s
Hace ya 14 años que Aidee Escobar se despidió de su bebé, en Bolivia, y llegó a Bilbao con lo puesto. Menos que eso, porque tenía una deuda de 8.000 dólares contraída con los gestores de su viaje. Desamparada, se aferró al primer clavo ardiendo, un empleo como interna por 720 euros al mes, más 120 por los fines de semana. “Fue terrible. Al no conocer mis derechos…”. Aidee suspira. Sus ojos brillantes se antojan la antesala de su duro relato. “Cuidaba a una señora muy brusca. Me sentí tan violentada…”, confiesa. “A las siete de la mañana me tocaba la puerta: ¡Ya es hora de levantarte! Corriendo entraba a la ducha y el día que me lavaba el pelo, me tocaba la puerta: ¡Sal ya y no gastes tanta agua! No podía meter ni a una amiga en mi habitación”, cuenta y la angustia se expande por la sala de su casa, en Begoña.

Así aguantó dos años, 730 días con sus 24 horas. “Me explotaban y me hacían creer que era de su familia”. Es lo que tiene “la necesidad”, que te hace “tragar” con casi todo. La única vez que disfrutó de una tarde libre terminó como el rosario de la aurora. “Pedí permiso para comer con las amigas en Navidad. Los hijos se enfadaron muchísimo. Me dijeron que me lo iban a descontar”. Se armó la marimorena, pero no la del villancico, la otra. Y eso que Aidee iba a volver para la noche. Al día siguiente le dijeron que la señora ingresaría en una residencia. Los Reyes, en vez de carbón, le trajeron la carta de despido. Es un decir, porque no tenía ni contrato. “Fue un palo muy gordo. Tuve que irme con mis cosas prácticamente a la calle”.

En la segunda casa en la que trabajó le hicieron los papeles, pero también la vida imposible. “Una de las hijas de la señora que cuidaba me anuló y me llevó a una depresión terrible. Me controlaba la ropa, me decía que no sabía nada, que estaba muy gorda, que no necesitaba comer mucho… Mermó tanto mi autoestima que ya ni miraba a la gente a los ojos”, relata esta mujer, que desde que pudo traerse a su hijo con 9 años trabaja de externa. “El chantaje emocional que sufrimos es terrible. Cuando te vas a ir, la señora empieza a llorar, que está sola, y cedes: Ay, pobre, me quedo un poco más”.

“HOY NO TRABAJARÍA SIN CONTRATO”

Rosa Mari de la Cotera, de Bilbao de toda la vida y euskaldun, trabajó como empleada del hogar externa después de haberlo hecho como dependienta y en un bar. “Estuve 12 años cuidando a unos niños. Para ellos yo era amama. Les dijeron que iba a ayudarles e incluso me pagaban a escondidas para que no lo vieran”, recuerda. La relación que entabló con la familia fue tan estrecha que siguen manteniéndola. “Cuando me operaron, los chavales, que ya tienen 21, 17 y 15 años, me fueron a visitar al hospital. Siguen llamándomeamama”, reitera con orgullo, recostada, collarín al cuello, en un sillón, en su domicilio de Santutxu.

Tal era la familiaridad que tenían que Rosa Mari solía quedarse en su casa más de las 6 horas que tenía estipuladas. “Hacía las compras, les daba de comer, planchaba, limpiaba… Cuando empecé con el dolor de espalda, incluso me echaba un ratito y me quedaba por ver a los críos”, confiesa. También estuvo un tiempo acompañando a la abuela de los niños, que estaba en una residencia. “La sacaba en la silla de ruedas, tomábamos un café, jugábamos a las cartas… Hasta que murió, los niños crecieron y yo estaba peor de salud”. Fue entonces cuando la madre insistió una vez más en realizarle un contrato, algo que ella siempre había rechazado. “Decía que sufría por tenerme así, pero como yo solo había cotizado cuatro años le decía que para qué se iba a molestar si no iba a cumplir el mínimo para cobrar una pensión. Consultó a ver si pagando todos los años y una multa, me lo podían hacer al final, pero ya no se podía”, explica Rosa Mari. A sus 70 años, tras pasar veinte veces por quirófano por una artrosis degenerativa, se arrepiente. “Hoy en día no trabajaría sin contrato para el día de mañana tener una pensión porque me veo cómo estoy y, habiendo trabajado tanto, no tener nada…”.

Si no fuera por sus problemas de salud, Rosa Mari seguiría cuidando a una señora con Alzheimer con la que salía a pasear, a tomar café… “La tuve que dejar porque, al agarrarse de mi brazo, me tiraba de la espalda. El médico me dijo: Ahora estás para que te cuiden a ti.Si no, me encantaría cuidar a señoras mayores, agarrarles de la mano y darles cariño, que es lo que necesitan. Algunas cuidadoras están todo el rato con el móvil”, les recrimina y queda claro que lo suyo era vocacional.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)