Vuelta a Dickens

La Vanguardia, 01-06-2006

Los miles de africanos que se aventuran estas semanas en aguas del Atlántico para alcanzar las Islas Canarias tienen un origen común, la constelación de grandes ciudades del África occidental, de Lagos a Uagadugu, Duala, Antananarivo, Bamako o Nuacksckot. Esa zona es, junto con China – sólo ella cuenta con 90 ciudades de más de un millón de habitantes – la que registra un ritmo de urbanización más rápido. Es en esas ciudades apenas estructuradas, muchas de ellas sin nombre en el mapa, donde se concentra el mayor crecimiento demográfico del planeta. Es lo que la división de vivienda de la ONU, UN Habitat, califica de slum cities (ciudades de chabolas, en su traducción estricta).
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Un libro recién publicado por el urbanista Mike Davis (Planet of slums,editorial Verso, Londres) argumenta que la eclosión de estas grandes periferias tiene mucho que ver con las políticas de ajuste aplicadas por el FMI y el Banco Mundial en las décadas de los 80 y 90. Han abierto sectores enteros de la economía y han reducido la deuda de los países pobres, pero han acabado con las pequeñas industrias locales, destruido el empleo público y empobrecido las áreas rurales, expulsando de ellas a sus habitantes. “Históricamente, la urbanización iba asociada con la industrialización y el crecimiento. Eso ha dejado de ser así. y la urbanización parece hoy inmune a las recesiones”.
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En Brasil reciben el nombre de favelas; en Argentina, villas miseria; en Mexico, colonias populares, en Africa Occidental, bidonvilles,en Turquía gecekondus…Los nombres cambian pero la realidad es la misma: grandes extensiones en las que se amontonan viviendas de autoconstrucción que en muchos casos carecen de agua corriente, espacio mínimo y entorno seguro. ONU Habitat calcula que viven en ellas mil millones de personas. Pero la cifra amenaza con duplicarse en veinte años.
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“Lo nuevo es la escala del fenómeno – señala el también urbanista Jordi Borja – . Periferias urbanas las ha habido siempre. Pero no es lo mismo un barrio situado a un centenar de metros de la ciudad central que otro a varios kilómetros. Sus pobladores ya no pueden vivir del excedente de la ciudad”.
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La visión de Davis contrasta con la de los organismos multilaterales. El Banco Mundial estima que la economía informal – la miriada de personas que viven del pequeño comercio y el trapicheo – son un ejército potencial de emprendedores. Economistas como Hernando de Soto apuntan asimismo que la salida de la pobreza pasa por ofrecer derechos de propiedad a los habitantes de las periferias. Es la política que practica el gobierno de Lula da Silva, que ha iniciado experiencias en esta dirección, como la de la Rocinha,la mayor favela de Latinoamérica, en Rio de Janeiro. “Está el sida, las pandemias, el agua, la polución… las grandes ciudades se han hecho más vulnerables e inestables. También sus habitantes, vistos cada vez más como algo superfluo. Se puede prescindir de África, por ejemplo”. El urbanista recuerda como a los habitantes de las periferias colombianas se les denomina desechables y las zonas que habitan como “barrios subnormales”. Los demógrafos calculan que en algún momento entre 2005 y 2007, el número de humanos que habitan zonas urbanas habrá superado a la población rural (3.200 millones). Pero Borja estima que ya hoy “dos terceras partes de la humanidad vive en algún tipo de formación urbana…”.
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El otro gran motor de desplazamiento a las ciudades son los conflictos violentos. En países como Afganistan, Etiopía o Nepal, los desplazados superan el 90% de la población. Lluís Magriñá lleva siete años trabajando en zonas de conflicto y seis como director internacional del Servicio Jesuita a Refugiados (SJR). “Se trata de una población creciente, relativamente invisible, de personas que buscan pasar inadvertidos en las áreas urbanas. Se confunden con el movimiento de campesinos pobres que intenta sobrevivir en las ciudades” explica en el último cuaderno CJ (Cristianismo i Justícia).
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El SJR opera en una veintena de grandes ciudades, como también otras ONGs y grupos religiosos. La ausencia de trabajo formal en esos centros urbanos imposibilita la aparición de sindicatos y partidos tradicionales. Su espacio lo ocupan en buena parte movimientos populistas y organizaciones religiosas, las únicas capaces de garantizar cierta cohesión social en un contexto de caos y desestructuración. Es el caso de los movimientos islámicos; del pentecostalismo en África y Brasil; del indigenismo en los países andinos e incluso del creciento eco de dirigentes como Hugo Chávez en los países latinoamericanos. Como escribe Mike Davis en su libro, “Diós murió en las ciudades de la primera industrialización – el movimiento obrero fue ateo desde sus orígenes – , pero ha resucitado en las ciudades postindustriales”.
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