Mandela, la voluntad de ser

Hemos de aprender constantemente de figuras como la de Nelson Mandela. Perseverar en los objetivos a toda costa, y no perder nunca la esencia ni como individuos ni como colectivo

El Periodico, , 17-07-2019

Decía Nelson Mandela que «lo que cuenta en la vida no es el simple hecho de haber vivido. Son los cambios que hemos provocado en las vidas de los demás los que determinan el significado de nuestra». Prueba de su legado es el Mandela Day que cada 18 de julio se celebra a propuesta de Naciones Unidas para recordar su lucha por los derechos humanos, la democracia y la paz. De hecho, en el año 2015 la Asamblea General de Naciones Unidas denominó ‘Normas Nelson Mandela’ a los estándares mínimos para el tratamiento de prisioneros, promoviendo la dignidad humana en el trato que reciben las personas privadas de libertad.

En los años 90, mientras trabajaba como periodista y académico en Johannesburgo, tuve la oportunidad de conocer personalmente Mandela. Lo hice después de los 27 años que permaneció encarcelado por defender el fin del ‘apartheid’ y luchar contra la segregación racial en Sudáfrica.

Mandela fue condenado a cadena perpetua en el llamado proceso de Rivonia, un proceso carente de garantías presidido por Quartus de Wet, un juez afrikaner nombrado por el Gobierno de entonces. En el alegato final, el líder africano afirmó: «Durante toda mi vida me he dedicado a la lucha contra la dominación blanca y contra la dominación negra. He buscado el ideal de una sociedad libre y democrática, donde todas las personas vivan juntas en armonía y en igualdad de oportunidades». Sin embargo, fue condenado por un delito de alta traición que le mantuvo entre rejas hasta el 11 de febrero de 1990.

Catalunya mantiene un vínculo especial con la lucha de Mandela por una sociedad mejor. Mientras trabajaba en la organización de los Juegos Olímpicos de Barcelona – 92 pude saludar por segunda vez el líder africano. Fue en una de las dos visitas que hizo en Barcelona; la primera, en julio de 1991 para conocer la ciudad y las instalaciones olímpicas. La segunda, aquel emocionante 25 de julio de 1992, día en que nuestra Barcelona se convirtió en capital del mundo por unas horas.

Mandela vino a Catalunya para pedir al país y a su capital que ayudara a poner fin al racismo africano en las celebraciones deportivas. Madiba, sin embargo, se fue de Barcelona impregnado por la fuerza transformadora de los Juegos en su sentido más amplio. Meses antes de la cinematográfica Copa Mundial de Rugby de 1995, celebrada en Sudáfrica, Mandela explicó: «la visita a los Juegos de Barcelona me inspiró a volver a Sudáfrica a hacerlo mejor. Me permitió exigirme más a mí mismo».

Quizá, en parte, la inspiración de Barcelona le estimuló en la famosa arenga que dirigió al capitán de la selección sudafricana de rugby, François Pienaar, antes de la final del campeonato. Aquel discurso escenificó la reconciliación de una sociedad dividida durante años por el apartheid, una división racial que supuso la dominación de los ciudadanos blancos por encima de los negros.

Mandela perseveró durante toda su vida en la lucha por la igualdad, a pesar de los años de prisión. Cuando el Gobierno sudafricano le acusaba de otra traición y de sabotaje, él se defendía avivando la bandera del diálogo y de la no discriminación racial. De hecho, se ha convertido en un ejemplo granítico de esta voluntad de ser y de perseverar en los objetivos. «Nunca desestimes el poder de la persistencia», decía acertadamente.

Hemos de aprender constantemente de figuras como la de Nelson Mandela. Perseverar en los objetivos a toda costa, y no perder nunca la esencia ni como individuos ni como colectivo. De hecho, Catalunya ha avanzado siempre como pueblo gracias a esta voluntad de no renunciar nunca a ser. Los periodos de represión que hemos vivido históricamente como país no nos han logrado desvirtuar como sujeto. Es este el tesoro que tenemos que seguir conservando y defendiendo. Es justamente esta voluntad la que ha permitido situar a Mandela como uno de los máximos referentes del siglo XX.

En un viaje a Mozambique el año pasado, coincidí con Graça Machel, viuda de Mandela. Con una energía y una vitalidad desbordantes, Machel me recordaba que Barcelona tenía que ayudar en la construcción de una rambla en el centro de Maputo. Según ella, era imprescindible que el urbanismo de las ciudades africanas fomentara el diálogo y la convivencia. Escuchar a Machel me permitió, por unos segundos, escuchar al propio Mandela otra vez. He aquí su legado. 

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