Fresnedillas de la Oliva: El pueblo de las 1.000 culturas y las 30 nacionalidades

Es el municipio con el porcentaje mayor de extranjeros de la Comunidad de Madrid, con un 25%.

El Mundo, , 15-05-2019

Ascendiendo por la Ruta Imperial, aquella que recuerda al país donde no se ponía el sol, oculto en las faldas de la sierra de Guadarrama, aparece un pueblo que representa aquello que fuimos: un crisol de culturas. Fresnedillas de la Oliva tiene, con la española, 30 nacionalidades censadas. Es el pueblo de la Comunidad de Madrid con el mayor porcentaje de inmigración según el Instituto Nacional de Estadística con un 25%, por delante de Pelayos de Presa (24%) y El Molar (22%). «Y eso no es nada, hace 15 años llegamos al 40% pero la crisis ha obligado a muchos a volver a sus países de origen», expresa el alcalde José Damián de la Peña.

Son poco menos de las cuatro de la tarde y el pueblo aún no se ha desperezado. Nos recibe, rebuzno en grito, el pequeño Platero, un burro que pasta tranquilo frente a la tienda de ultramarinos del Chino Juan. Lleva siete años en el pueblo y habla bastante mal español. Vino de Santander y su vida es «trabajar, trabajar y trabajar». En la tienda le ayuda su hijo, un joven de tamaño imponente que se maneja algo mejor en castellano pero su idea de vida es diferente. «Antes había cuatro discotecas y mucha gente joven, fiesta todo el día, ahora hay más mayores que jóvenes», lamenta.

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La población de Fresnedillas ha ido fluctuando en el tiempo. En los años 70 llegó la primera oleada de inmigración, en aquel entonces marroquí, para trabajar en la construcción. En el 90 hubo otro boom en el pueblo. La mejoría de los transportes provocó una nueva llegada de población foránea atraída por los precios de la vivienda y la conexión con la capital de España. El último desembarco ocurrió en el año 2000. La construcción también fue la protagonista y en este caso los que vinieron eran principalmente rumanos. Hoy Fresnedillas cuenta con 1.619 personas de las cuales 1.214 son españolas, 194 marroquíes, 120 rumanas y de ahí hasta otras 27 nacionalidades más como la filipina, la armenia, la india o la venezolana entre otras.

Precisamente, cuando nos adentramos en la plaza del pueblo, nos encontramos a Patricia tomando un café con Carlos en el Mesón de la Plaza. Llegó de Venezuela hace dos años porque tenía un familiar aquí. Salió huyendo de su país buscando una vida tranquila. «Si vienes de un sitio donde están matando gente y ves que aquí mueren de infartos, como que no es lo mismo», ironiza la joven.

Su amigo Carlos vino a formar una familia aquí espantado por la gentrificación de Lavapiés y resulta que está viviendo aquí algo parecido. «Hay poca oferta para tanta demanda, aquí pagas por un piso de dos habitaciones 800 euros», revela. El culpable, según él, es el colegio cuya educación tipo Montesori ha acumulado muchos adeptos en la zona. Sin embargo sólo tiene buenas palabras para la diversidad que reside en el pueblo que considera que «lo enriquece» y habla de una «convivencia fácil».

Un parroquiano en el bar donde trabajan Adel (rumano) y Michael (portugués).OLMO CALVO
El alcalde también coincide con el diagnóstico de Carlos. Pero añade otro contexto histórico que hace de Fresnedillas un destino más que atractivo para la población extranjera. «Aquí recibimos la señal del Apolo XI en la que se comunicó que se había pisado la Luna», manifiesta. Así, de los técnicos estadounidenses que llegaron aquí en los 60 se ha «generado costumbre».
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Para no olvidarlo, este año celebran el 50 aniversario de ese acontecimiento mundial y local. Con el lema, «Una historia alunizante, el Museo del Apolo XI de Fresnedillas se pone de gala y el Consistorio ha proyectado un nuevo centro de la Ciencia donde se conmemore este hecho histórico que, en su momento, mereció las alabanzas del mismísimo Neil Armstrong.

Abandonamos el Ayuntamiento y dejamos allí a Rodica y a su marido, ambos rumanos, que son los encargados de la limpieza y el mantenimiento de las instalaciones municipales. «Estamos bien porque no debo ni un duro», ríe la mujer mientras pasa la escoba por el hall municipal.

Llevamos dos horas en el pueblo y apenas hemos visto marroquíes, una de las poblaciones más numerosas. «La convivencia es buena pero ellos no se adaptan a nosotros y nosotros tampoco a ellos», manifiesta Marciano, un anciano que llegó a Fresnedillas en busca de tranquilidad.

Poco después, sale un enorme grupo de marroquíes de un edificio en mitad del pueblo. Es una mezquita improvisada y se acaba de terminar el rezo. Todos parecen tener prisa. Algunos van a la tienda de Hicham a comprar algunos víveres. «Igual no se integran porque no hablan bien», explica este marroquí que lleva 8 años en el pueblo.

Al salir del colmado observamos a un grupo de marroquíes charlando en árabe en los bancos fuera de la biblioteca municipal, regentada por una francesa. Al frente, varios ancianos les observan desde la bancada del hogar del jubilado. Existe una pequeña barrera invisible entre ellos, la convivencia pacífica que dicen en el pueblo. Tú allí y yo aquí.

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