¿A quién votan los gitanos?

Una familia gitana explica cómo ve la política actual, la incorporación de gitanos en las listas electorales y la idea de colectivizarlos: «estamos cansados de los tópicos: ser gitano no es ser chatarrero, camello o tener 14 hijos».

La Razón, Laura L. Álvarez. , 15-04-2019

Alrededor de un millón de personas en España son de etnia gitana y buena parte de ellas (los mayores de 18) está llamada a las urnas el próximo 28-A. Son un 2 por ciento de la población. Se trata de la minoría étnica mas grande de España, un nicho de votantes nada desdeñable por el que ya pugnan los encargados de diseñar las estrategias de campaña de cada partido. Un colectivo quizás olvidado el resto del año y que ahora pelean por seducir. El pasado lunes 8 de abril, Día del Pueblo Gitano, la propia vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, no dudó en decir que el «Gelem, gelem», el himno gitano, «es también mi himno» y se refirió a las mujeres de esta etnia: «Sabéis que sois mis “primas”, lo habéis sido siempre y lo vais a seguir siendo siempre». Ese «siempre» ha sido cuestionado desde este colectivo que se queja de abandono y discriminación por parte de las instituciones. Pero ahora que estamos en campaña, no sólo escuchan promesas específicas para ellos sino que asisten atónitos a la incorporación a las listas electorales de reconocidos gitanos, como Juan José Cortés –que va de número uno del PP por Huelva– o la activista Carla Santiago, fichada por Ciudadanos para la Comunidad de Madrid. Pero ¿qué opinan ellos? ¿No es ya discriminatorio el propio concepto de necesidades específicas? Para Santiago, que lleva 20 años trabajando con los gitanos más desfavorecidos desde la Federación Artemisa, «aún queda mucho trabajo por hacer».

«Creo que el azar del nacimiento te coloca en un punto de partida que no es igualitario y los obstáculos que encuentran son mucho mayores». Lo dice con conocimiento de causa: «Siempre he tenido que demostrar doble valía por ser mujer y por ser gitana y eso no puede ser». Por eso sí cree en las necesidades especificas de este colectivo. «El quid de la cuestión –también en relación a los tópicos ligados a esta etnia–, pasan por la educación». Para la activista existe una asociación, por ejemplo, entre machismo y pobreza. «Las personas de los estratos sociales más bajos se cronifican porque tienen menos oportunidades para la educación y de ahí, de la falta de formación, viene el machismo, el racismo, la homofobia. Pero la sociedad tiene que entender que la subcultura de la pobreza no es la cultura gitana». Por eso considera que el sistema democrático «aún necesita ubicar a las minorías étnicas, no sólo a los gitanos. Todos los colectivos deben tener cabida desde la especifidad».

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No está del todo de acuerdo con esta afirmación en la familia Heredia, que se citó con LA RAZÓN en su casa de Vallecas. Ellos no creen que tenga que haber distinciones entre gitanos y «payos» porque de ahí precisamente vienen las discriminaciones. «Yo no reniego de ser gitano, al contrario, estoy orgullosísimo porque me encanta mi cultura pero no quiero ayudas por serlo: las ayudas deben ir al que lo necesite, sea “payo” o gitano», explica Moisés. «Que haya igualdad. Lo único que nos hace diferentes ¿sabes qué es? Las personas que nos catalogan diferente. Pero somos exactamente iguales», añade Antonio.

Aunque sacan pecho de la cultura gitana porque incorpora valores tan necesarios y en decadencia como el respeto a los mayores, rehuyen de los símbolos: «A mi la bandera gitana no me representa, no se quién se ha inventado que lleve una rueda de un carro ahí en medio. A mí me representa la bandera española, la amarilla y roja de toda la vida porque soy español», insiste Moisés. La familia comenta que el origen del símbolo es por tratarse históricamente de un «pueblo errante», nómada, pero su primo Quilino especifica que ellos, como cristianos evangélicos que son, en realidad vienen de un pueblo de Israel. Al igual que su primo con la bandera, a Quilino le ocurre lo mismo con el día del pueblo gitano. «Yo no celebro el 8 de abril, a mi me gusta el día del español, que quede bien claro». Esta gente sabe lo que es que te cierren puertas sólo por ser gitano, entrar en una tienda y que te vigilen porque creen que te vas a llevar algo o alguna experiencia incómoda en el trabajo, cuando faltó un dinero y todas las miradas enseguida se posaron sobre el gitano, aunque no había sido él. «Que un gitano estudie, me encanta. Pero no me sorprende. Es como cuando dicen “el boxeador gitano” ¿por qué destacan que es gitano? Es agotador», admiten, y recalcan los prejuicios de la sociedad: «Parece que si eres gitano tienes que ser chatarrero, camello o tener 14 hijos», bromean. Reconocen estar cansados de los estereotipos que aparecen en series tipo Gipsy Kings. «Siempre sacan lo mismo en la tele: o somos muy pobres y muy mangantes o somos muy ricos, llevamos un Porsche Panamera y nos hemos gastado un dineral en una boda con 300 invitados . A mi no me gusta el oro, por ejemplo, no llevo oro. Somos gente normal que madrugamos para ir a trabajar».

La mayoría se dedica a la venta ambulante y se levantan al amanecer para instalar el puesto en el mercadillo: en Alcalá los lunes; los martes, en Móstoles; miércoles, en Parla; jueves, en Vicálvaro… Pero aunque prediquen en la integración y regañen a los niños cuando se refieren a otro como «payo» (ni «el negro o el chino»), siguen las leyes gitanas, con algunas carencias, por ejemplo, en igualdad de género. «Para mí no es un sufrimiento seguir las leyes gitanas porque he nacido con ello y sólo puede entenderlo el que nace. Hay otras que no me gustan y porque sea gitano no las tengo por qué seguir». Sí parece que respecto a algunos asuntos vayan un paso por detrás del resto de la sociedad. En el tema de la homofobia, por ejemplo. «Respetamos pero no lo compartimos. No nos parece bien que en los colegios enseñen que eso es lo normal. Yo les digo a mis niños que respeten, que esa gente tiene sentimientos y corazón pero intento que no lo vean como algo normal porque no lo es», dice Quilino, explicando que, básicamente, «es por la religión»: «Nosotros somos creyentes evangélicos. Dios creó a Adán y a Eva; no a Adán y a Carlos. Si creó al hombre y a la mujer sería por algo. Él nos demanda crecer y multiplicarnos». Reconocen que entre los gitanos sí hay homosexuales pero no lo dicen abiertamente. Antonio resume cómo lo ven ellos: «Al final se busca hacer un hogar: que te den nietos es lo más bonito que hay en la vida».

Lo mismo ocurre con el machismo. Dicen que «cuando una casa anda en orden es porque ella administra», aseguran que las tareas del hogar las hacen al 50% entre el matrimonio pero sí creen, por ejemplo, que «nosotros lo que más amamos es la pureza de la mujer»; es decir, que ellas tengan que mantenerse vírgenes hasta el matrimonio. «Hay cosas que no es por ser machista pero no se puede andar sola por la calle a ciertas horas. Eso no puede ser. Para la gitana no es un sufrimiento porque han nacido con eso. Para ella lo raro es cuando la mujer manda en el hogar. Tienen que mandar los dos».

Sin referentes

Los Heredia no creen mucho en la política. No sólo porque «prometen cosas que luego no cumplen», sino porque no demuestran educación en el Congreso. Desde que desapareció la figura de Juan de Dios Ramírez Heredia –diputado gitano por el PSOE en el 78 que llego a ser eurodiputado–, ha habido un vacío representativo en las instituciones para este pueblo y el voto se ha ido balanceando a la izquierda y la derecha por temporadas. Igual que ocurre con el feminismo, el hecho de que los puestos altos de las instituciones estén vacías de gitanos es un reflejo de la sociedad. «Al desaparecer Juan de Dios hubo un silencio de voto, no había interés político entre los gitanos y se notó un bajón en la participación», recuerda Santiago. Ahora, la activista cree que el voto está bastante dividido entre izquierda y derecha. Pero en la familia Heredia parece que no simpatizan mucho con el PSOE, Podemos y «el gitanillo ese de la coleta» (bromean en referencia a Pablo Iglesias). Aquí y en buena parte de la sociedad gitana, parece que la balanza se inclina a la derecha. Eso sí, el hecho de que los políticos pongan a un gitano en las listas no es para ellos ningún señuelo. «Porque admiremos a un pastor evangélico como Juan José, por la paz que transmite, no vamos a votar al partido en que esté sólo por eso». Aunque en este caso, alguno reconocen que sí coincide. Quilino dice abiertamente que va a votar al PP pero porque es el que más encaja con sus creencias religiosas y es contrario al aborto. «Votaremos al que demuestre que lo haga bien, que no vaya a codearse con los cuatro ricachones y mire por el pueblo de verdad, que se manche los pies de barro». Moisés, por su parte, dice que él no va a votar porque «todo es una falsedad: prometen mucho y hacen poco». «Pero bueno, habrá que votar al menos sinvergüenza», le recrimina Antonio. Tampoco están a favor de ningún partido gitano, como el extinto Alianza Romaní, que se disolvió sin concurrir a ningunas elecciones: «Eso sería dividir», dicen rehuyendo de nuevo de la idea de colectivizar.

Una activista gitana en Cs: «Aún hay mucho por hacer»
¿A quién votan los gitanos?
Tiene claro que para cambiar las cosas hay que estar en un puesto de decisión, donde se puede legislar y «realmente hacer algo útil» por el pueblo gitano, por eso dijo «sí» al proyecto de Ignacio Aguado con Ciudadanos. Carla Santiago nació en Madrid hace 50 años, lleva desde 1998 trabajando en asociaciones y es el último fichaje gitano (va de número 10 a la Comunidad de Madrid). Su padre fue de los primeros guardias civiles gitanos. Fue hace 60 años, cuando el pueblo gitano estaba perseguido y él «desempeñó un papel fundamental como mediador». De ahí, dice, le vino la vena de ayudar, conciliar entre las partes. Ella ha sufrido en sus propias carnes el racismo y la despidieron (recién ascendida) de una importante empresa cuando dijo que era prima de Joaquín Cortés. Cree profundamente que se pueden cambiar las cosas: «Estoy convencida que sólo es cuestión de colocar bien todas las piezas del puzzle». Y cree que al pueblo gitano aún no se le ha dado el lugar que le corresponde. «La cuestión gitana es una cuestión de estado, tiene que estar por encima de cualquier ideología. Esa lacra, ese victimismo o repunte de racismo tienen que desaparecer. Todo eso ya no puede tener cabida en nuestra sociedad».

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