Frenar la inmigración ilegal

La Voz de Galicia, 17-05-2006

NO ES casualidad que, el mismo día, Bush envíe a la Guardia Nacional a vigilar su frontera con México y Teresa Fernández de la Vega comunique que se utilizará un satélite para controlar el espacio marítimo que separa las costas de las islas Canarias del continente africano. Estados Unidos y España son países distantes y distintos pero se enfrentan al mismo problema: la inmigración ilegal. Trayectorias históricas diferentes para un destino similar.

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Si Estados Unidos ha sido un país tradicionalmente receptor de inmigración, fomentada para poblar las vastas extensiones de territorio virgen, España se transformó en importador de mano de obra a partir del último cuarto del siglo XX, momento en el que se invirtió el proceso exportador iniciado más de un siglo antes.

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La llegada de la democracia elevó el nivel económico de nuestro país convirtiéndolo en objeto de deseo, primero de latinoamericanos y magrebíes y después de europeos del Este y subsaharianos. En el caso norteamericano, los mexicanos, numerosos y pobres, llevan décadas mirando con ojos golosos al rico vecino del norte gracias a los relatos de sus compatriotas ya ubicados allí.

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Ni siquiera las serias advertencias sobre los peligros que supone cruzar la frontera detienen el flujo migratorio de quien, salvo la vida, no tiene nada que perder. En el caso español, la procedencia de los emigrantes es muy variada, siendo la más llamativa, por lo dramático de sus condiciones, la subsahariana. Animados por las mafias que venden una imagen falseada sobre la facilidad para obtener trabajo en el paraíso occidental y la desesperación del hambre, son miles las personas que arriesgan su vida surcando las procelosas aguas del Atlántico en precarias pateras.

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Por mucha policía que se destine, por muchas barreras que se construyan, por mucho control a través de satélite que se realice, la inmigración sólo se frenará cuando las naciones de origen se desarrollen lo suficiente como para mantener a su población. Una utopía para países sumidos en la penuria de largas guerras fratricidas, desastres climatológicos y una explotación irracional de los recursos. Una utopía que, sin embargo, debe convertirse en realidad rápidamente para garantizar la supervivencia de las sociedades avanzadas incapaces de acogerlos a todos.

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