Miles de personas buscan plaza de cayuco en Senegal

Canarias 7, 16-05-2006


Enviada especial a Saint Louis (Senegal)
Nadie se atreve a hacer un cálculo, pero empieza a cundir la alarma. Ya se cuentan ya por miles las personas que esperan en la antigua capital del África occidental francesa para intentar partir en cayuco hacia Canarias. Y siguen llegando.


La fiebre por escapar del hambre no atiende a razones. Mientras más al sur, mayor riesgo de muerte. Primero fue Marruecos, luego Mauritania y ahora, con la costa de esos dos países más controlada tras los acuerdos con España, se ha corrido la voz y la oleada de africanos que quieren huir a Europa ha bajado a Senegal, donde todavía no hay vigilancia.

En Saint Louis, con 100.000 habitantes, la presencia de los denominados clandestinos se difumina más que en Nuadibú (Mauritania), donde hasta 12.000 se agrupaban por barrios. Pero también se nota: el ritmo de la construcción de cayucos es frenético y en la puerta de los hoteles donde recalan los europeos ha surgido un desacostumbrado trasiego de jóvenes que ofrecen cambio negro de moneda para poder llevarse euros a España.

Las autoridades locales están desconcertadas y optan por el silencio. Aquí nadie se atreve a hablar sin autorización previa de las altas instancias de Dakar, porque cualquier imprudencia puede costar una importante sanción. Alfha D., un militar que completa el jornal haciendo de improvisado taxista no tiene sin embargo reparos en contar lo que ve a diario: «Todo Senegal quiere escapar, cualquier hombre que tenga menos de cuarenta años piensa en irse y al menos la mitad lo intenta. Si a eso le sumas los que llegan de Mali, Gambia, Ghana o Burkina Faso, es imposible saber cuántos hay».

Igual que sucedió durante la crisis de los cayucos mauritana, al principio los aspirantes a inmigrantes ilegales pagan a terceras personas para que les organicen el viaje. Son pequeñas redes mafiosas que a cambio de una cantidad que oscila entre los 400.000 y 600.000 francos senegaleses (600 y 900 euros) te adjudican una plaza en cayuco.

Pero también igual que en Nuadibú, a medida que los precios aumentan los clandestinos empiezan a organizarse por su cuenta. Cualquiera puede comprar un cayuco en el barrio de los pescadores de Saint Louis y hacerse con los enseres necesarios en pocos días. La diferencia es que la travesía es mucho más larga.

Para evitar quedarse a la deriva en medio de Atlántico, las embarcaciones, aquí llamadas pirogues – piraguas – salen al mar con tres motores Yamaha de 40 caballos, uno para navegar y dos de repuesto, y con al menos dos aparatos de localización por satélite (GPS) por si uno se estropea.

El sistema de salida ofrece también variaciones. El puerto artesanal está demasiado visible y hay que recorrer tres kilómetros río Senegal abajo hasta salir a mar abierto. Para no levantar sospechas, los intermediarios de los cayucos los conducen de noche unas millas al norte con la excusa de la pesca, para en un punto alejado de la costa entregarlos a los clandestinos, que son llevados en barquillas más pequeñas. El negocio se diversifica.

«¿Por qué nos llaman mafiosos?» se pregunta Mohamed, un mauritano que ejerce de contacto, «esta gente se va porque quiere irse, necesitan un servicio y nosotros se lo proporcionamos. Eso es todo».

Ese servicio parece que sigue dando resultados. Ayer mismo dos nuevos cayucos llegaron al sur de Tenerife elevando la cifra record de mayo y empeorando más aún la situación de los centros de retención de inmigrantes.
Llegan 110 más


Dos cayucos, en los que viajan unos 110 inmigrantes, fueron detectados ayer cuando se dirigían hacia las costas del sur de Tenerife. El primero de los cayucos, que fue avistado a unas 30 millas al sur de la Punta de Rasca, llegó al puerto de Los Cristianos y en él viajaban entre 60 y 70 inmigrantes. El segundo cayuco localizado estaba a unas quince millas de la Punta de Rasca y en esta embarcación había unos 40 inmigrantes. Ambos cayucos fueron localizados desde un avión del servicio de vigilancia aérea de Salvamento Marítimo. Con estos, son tres las embarcaciones con inmigrantes que llegaron ayer a Canarias, una vez que durante la madrugada una patera con diez inmigrantes indocumentados arribó al sur de Gran Canaria.
A la espera de ayuda española
(Foto: canarias7)AMPLIAR

Costa. Cientos de cayucos esperan en la costa de Senegal.

La historia se repite. Igual que Marruecos o Mauritania, Senegal carece de medios para hacer frente al imparable fenómeno de la inmigración clandestina. Existe una guardia costera, pero apenas tiene capacidad real para controlar la salida de cayucos ni la determinación de hacerlo, porque nadie le ha dado instrucciones para actuar ante lo que está pasando.

«Habrá que ver si las autoridades hacen algo o miran para otro lado», señala Abú, licenciado en sociología y colaborador de la prensa local, «el problema es que aunque quieran no pueden hacer gran cosa. La situación tiene que cambiar porque esto ya ha explotado y ya están llegando cientos de inmigrantes diarios a Canarias en los últimos días desde Saint Louis. Ahora España tendrá que abrir una negociación con el Gobierno de Senegal y ofrecer su ayuda para blindar también esta parte de la costa africana», añade, «porque solos no podemos hacer nada».

El pasado jueves, tras la primera oleada de 500 irregulares que llegaron a las Islas desde Senegal en dos días, la secretaria de Estado de Inmigración del Ejecutivo español, Consuelo Rumí, confirmó que el ministerio de Asuntos Exteriores ya ha establecido los primeros contactos diplomáticos con Dakar para establecer la necesaria línea de colaboración. «Haremos todo lo que haya que hacer para controlar el tráfico de personas», aseguró.
«¿No harías tú lo mismo que yo?»

El viaje en cayuco vale igual que un pasaje de avión Dakar – Las Palmas

Assane Ndiaye tiene 38 años, dos mujeres y ocho hijos. Ya le falta poco para reunir los 400.000 francos senegaleses (600 euros) que necesita para pagar su viaje a Canarias en cayuco. Sabe bien que se juega la vida, pero le importa poco. «Aquí no puedo alimentar a mis hijos, y eso me avergüenza. O llego a España o muero».


Assane es pescador, con muchos años de experiencia. Hasta hace poco su trabajo le daba para vivir, aunque con dificultades, pero ahora con lo que saca en una jornada apenas cubre lo que gasta en gasolina. Y en casa hay una prole esperando para comer. «Así no puedo seguir. Quiero llegar a Canarias y trabajar como un hombre en lo que sea, para enviar dinero a mi familia».


El mensaje entre los que esperan en Saint Louis para subirse en una piragua rumbo al paraíso soñado que para ellos es Europa se repite una y otra vez en cada rincón del barrio de pescadores: «No somos delincuentes, sólo buscamos un vida mejor. ¿Es eso acaso un delito? ¿No harías tú lo mismo?».


Mamadou Dieye tiene sólo un año menos que su amigo Assane, pero un hijo más. A su cargo, contando a sus dos esposas, tiene once bocas que alimentar. «Todos los que queremos irnos hemos intentado hacerlo legalmente, pero la embajada de España no concede visados, así que nos vemos obligados a salir de forma clandestina por mar».


El viaje en cayuco vale casi lo mismo que un billete de avión desde Dakar a Las Palmas, pero el suplemento es mucho más caro: puede costar la vida. Mamadou es marinero avezado y confía con temeridad en su pericia. De hecho, va a ser el patrón del cayuco en el que saldrá dentro de pocos días.


«No es un viaje difícil», asegura, «llevo años recorriendo la costa de África en ese tipo de embarcaciones y puedo hacerlo. Si el tiempo es bueno llegaremos en seis días y si hay viento o tormenta, en ocho o nueve», afirma con un optimismo a prueba de bombas. Cuando una voz sensata le recuerda que mucha gente muere en el intento, contesta: «Lo sé, pero yo lo conseguiré».


El caso de Mourtala Ndiaye es diferente, aunque impulsado por el mismo motor de la desesperación. Tiene 30 años y todavía no ha formado una familia propia, pero dejó una ristra de hermanos menores y una madre pasando miserias en un poblado cerca de Ngayemenckhe, a 150 kilómetros de Saint Louis.


Desde allí llegó hace un mes a descargar pescado de los barcos mientras espera su turno de salida. Ya lo tiene todo pagado, gracias al esfuerzo descomunal de toda la familia, que ha depositado en él los sueños – y la responsabilidad – de alcanzar una vida no ya cómoda, pero tal vez algo menos dura.


Le han avisado de que como mucho en dos días recibirá la indicación del lugar y la hora para partir. «¿Me ayudarás a encontrar trabajo cuando llegue a España?», pregunta.
Desde Dakar perdidos y devueltos


Pese a que Saint Louis es el enclave más septentrional de Senegal, los cayucos también están saliendo, aunque de momento en menor medida, de otros puntos de la costa del país, más al sur. Hace unos días, la denuncia de una madre temerosa de la suerte de su hijo permitió detener una de estas embarcaciones cargada con más de 70 personas que acababa de partir desde Dakar y pretendía llegar a Gran Canaria.


Hace un mes la prensa senegalesa ya se hizo eco de un intento de emigración clandestina desde su territorio, cuando dos cayucos salieron hacia Tenerife y ambos se perdieron. Uno fue encontrado por pescadores frente a El Aaiún y entregado a las autoridades marroquíes que los devolvieron a Dakar. De los ocupantes del otro cayuco no se ha vuelto a saber nada.
Barcazas más grandes, más resistentes y también más caras
(Foto: canarias7)AMPLIAR

Esperanza. Mourtalan Ndiaye quiere mandar dinero a la madre y los hermanos.

En el barrio de pescadores de Saint Louis se localiza uno de los principales sitios donde se fabrican las tradicionales pirogues senegalesas, de mayor tamaño y más coloridas que los cayucos mauritanos. Antes se hacían sólo para la navegación de cabotaje, pero en los últimos meses la construcción de estas embarcaciones también se ha adaptado a las nuevas circunstancias. Muchas de las que se hacen ahora no van destinadas a la pesca, sino a cruzar el mar rumbo a Canarias. Son más grandes – superan los 20 metros de eslora – y más resistentes a los embates de las olas, porque llevan la parte inferior reforzada con barras de hierro debajo de la madera.


Siete hombres tardan una semana en construir una piragua grande y su precio de coste una vez terminada – sin motor – es al cambio de unos 3.000 euros, aunque cada día se encarecen al ritmo de la creciente demanda.


Mamadou es el jefe de una cuadrilla de constructores de piraguas y muestra con orgullo el resultado de su trabajo, aunque prefiere no hablar mucho de quién va a darle uso para no meterse en problemas. La última piragua que acaba de terminar, de 22 metros, reposa sobre la orilla recién pintada con llamativos adornos de vivos colores, pero ya está vendida. Ésta tampoco será para pescar. En su interior se han añadido más tablas transversales de lo habitual, para dar aumentar la capacidad para transportar personas sentadas, hasta 120.

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