La vida un año después de salir de la calle: "Antes tenía miedo, frío y vergüenza, ahora no tengo nada de eso"

Adam, un obrero polaco de 61 años, rehace su vida en Valencia con ayuda de un proyecto de la Fundación Rais tras pasar cinco años viviendo en la calle.

El Diario, Laura Martínez, 09-02-2019

Miedo, vergüenza, frío. Frío, miedo y vergüenza. Son las palabras que repite Adam cuando habla de su vida en la calle. Domina el castellano y aunque reconoce que se le atraganta un poco la gramática, ya habla de esa vida en pretérito imperfecto. 

Son las doce del mediodía y el salón de su casa huele a café y especias. En el horno hay un guiso que aún no quiere revelar. “Vas a comer aquí. En casa de Adam, sea la hora que sea, se come”, explica Sabina. Adam confiesa que le encanta la cocina y que devora realitys culinarios como Masterchef. “Mientras ellos cocinan yo anoto, son los mismos ingredientes, luego pruebo”, explica. “Tengo que seguir vivo mientras haya supermercados para comprar ingredientes”, bromea.

A sus 61 años es un hombre lleno de vitalidad. Tiene la nariz rota, a la espera de una operación, problemas de espalda, cataratas y una alegría desbordante. Con su acento polaco, explica que viene de Krosno, una ciudad mediana al sur del país, cerca de la frontera con Ucrania y Eslovaquia, donde se encuentra su familia. Adam lleva en España casi 20 años, de los cuales los cinco últimos los pasó en la calle, durmiendo en túneles, portales o parques. Nunca se lo dijo a su familia porque le daba vergüenza explicárselo. Además, indica, uno no cree que le vaya a pasar nunca, ni que sea durante una temporada larga, así que rechaza pedir ayuda. “Tengo nietos que solo conozco por Internet”, explica apenado, mientras cuenta que le gustaría volver con ellos. Hasta hace unos meses, la idea parecía una odisea, ya que le habían robado la documentación.

Después de una década trabajando en la construcción en España, Adam perdió el trabajo, la casa y el pasaporte, que acaba de recuperar y muestra con orgullo. Hoy vive en un modesto piso en el distrito de Jesús, al otro lado de las vías del AVE, en Valencia, gracias a un programa de la Fundación Rais, Housing First. El programa concibe la vivienda como un espacio seguro para las personas más vulnerables, en las que a la estancia a largo plazo en la calle se suman problemas de salud mental o adicciones. El objetivo, explican los responsables, es " proporcionar a las personas sin hogar con más dificultades, directamente, como primer paso y de modo permanente e incondicional una vivienda. Una vez en ella un equipo profesional les proporciona el apoyo que demanden y facilita que la persona genere vínculos con la comunidad". 

En los noventa Polonia sufrió una grave crisis económica que obligó a emigrar a miles de ciudadanos, muchos de los cuales eligieron España, con el boom asomando, como lugar para buscar empleo. Adam tenía una pequeña empresa de construcción y se dedicaba a hacer reformas y obras nuevas durante la mitad del año. La otra mitad, explica, buscaba trabajo para los meses cálidos, ya que en invierno es prácticamente imposible trabajar en el exterior.

Antes de que la crisis se agravara sufrió un grave accidente de tráfico que lo dejó meses hospitalizado. Sin poder moverse de la cama tuvo que pedirle a su mujer que cerrara la empresa en la que había cinco trabajadores a su cargo. Se quedó sin trabajo y prácticamente sin contactos, así que decidió, junto a un compañero, buscar trabajo en España. Desde Polonia hablaron con varios constructores y en apenas unos meses se encontraba viviendo en La Pobla de Vallbona, trabajando como oficial de obra, en negro. “Necesitaba permiso de residencia para tener un contrato y un contrato para el permiso de residencia”, explica. Cuando obtuvo el permiso se hizo autónomo una temporada, aunque acabó trabajando para una constructora con otros 70 obreros.

Los primeros años había trabajo en todas partes y mandaba religiosamente dinero a su mujer y sus dos hijas, que seguían en Krosno. Alquiló un piso en la calle de Sueca, en el barrio de Russafa (Valencia), cuando los precios todavía permitían que un trabajador viviera en este barrio.  En 2012 la empresa cerró y los setenta empleados fueron al paro, después de tres meses sin cobrar. Adam empezó a tener problemas para pagar el alquiler y pasados unos meses la propietaria del piso le pidió que se marchara. De un día para otro, prácticamente con lo puesto, se quedó en la calle.

En España no hay datos oficiales sobre las personas que viven en la calle. Desde la fundación Rais señalan que el último estudio del Instituto Nacional de Estadística es de 2012 señala que hay 23.000 personas en la calle. En 2016, otro informe del Gobierno apuntaba que había 8.000 personas de forma estable en las calles. Organizaciones como Cáritas aumentaron la cifra a 40.000, basándose en quienes acuden a sus servicios. Según explican desde Rais, “no se conoce la dimensión real del problema y no hay un perfil determinado” de persona que vive en la calle. Además, explican, las personas que viven en chabolas, en viviendas ocupadas o bajo un techo no habitacional – como un trastero, un parking – , no entran en las estadísticas. “30.000 personas son como una ciudad entera de personas sin hogar”, señalan sus responsables. Actualmente la organización cuenta con cinco pisos en Valencia y cerca de 300 en todo el Estado español.

En el caso de Adam, recibe una visita semanal de una trabajadora social con la que ha desarrollado un importante vínculo afectivo. “Es una persona que tiene dos corazones”, dice de ella mientras sirve la comida. Al no tener ingresos, la fundación se encarga de sufragar necesidades básicas como la alimentación y los productos de higiene, además de acompañarle para realizar trámites como la recuperación del pasaporte o la solicitud de la renta de inclusión. Sabina le ha acompañado durante este primer año en su nuevo hogar y a sus intervenciones quirúrgicas. También se ha convertido en catadora de todos sus platos, que trabaja durante horas. “Mi madre me enseñó a cocinar desde muy niño. Tenían un campo y animales en la granja y yo cocinaba para la familia”, relata. “Antes, en la calle, tenía miedo, frío y vergüenza. Ahora no tengo nada de eso”, sentencia con orgullo.

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