Un respiro para jóvenes migrantes

Veinticinco adolescentes marroquíes se integran en la vida cotidiana de la localidad tarraconense de Santa Coloma de Queralt

El País, Guillem Andrés, 20-01-2019

Elegueddari sueña con ser cocinero. De momento, estudia catalán, castellano y matemáticas en esta antigua casa de una orden religiosa. Es el centro Sirius, donde vive con otros 24 menores extranjeros no acompañados bajo la tutela de la Dirección General de Atención a la Infancia (DGAIA) de la Generalitat. En 2018 y hasta el 30 de noviembre llegaron a Cataluña 3.456 jóvenes, más del doble que los 1.489 de 2017.

La llegada, en octubre pasado, de 25 jóvenes extranjeros a un municipio de 2.695 habitantes no agradó a los más recelosos. Santa Coloma de Queralt pertenece a la comarca de la Conca de Barberà, y está ubicado de forma casi equidistante de Montblanc, Tàrrega, Igualada y Vilafranca del Penedès. “Aquí son los moros, no los árabes, aunque la gente ya empieza a ver que son críos normales, que no roban nada”, comenta el voluntario Engual. El alcalde, Magí Trullols, está contento. Tiene la “satisfacción” de que el pueblo “los ha aceptado” y espera que, en un futuro, puedan hacer “tareas” en el municipio y así conseguir que exista un “retorno y se vean implicados y útiles para población”.

Mohamed Beljahha tiene 16 años y quiere ser mecánico. “En Marruecos todos quieren venir a España”, dice. En la residencia para gente mayor están de cumpleaños. Beljahha sonríe tímido, mientras una mujer intenta sacarlo a bailar. En otras ocasiones han jugado al bingo con los ancianos y les han acompañado en algunos de sus paseos empujando las sillas de ruedas.
El pueblo se esfuerza en integrar a los chicos en su vida cotidiana. Salen con el grupo excursionista, juegan al fútbol y también al baloncesto. Un día a la semana juegan en la pista con el equipo local. “Están contentísimos de salir del centro una hora y desahogarse”, comenta Núria Mollarat, entrenadora de básquet femenino.

Hoy, el ambiente está enrarecido y algo triste, después que un compañero haya abandonado el centro tras cumplir la mayoría de edad. Un pequeño cambio en su rutina, cuenta su directora, Glòria Feliu, les desestabiliza. Lo nota en sus lecciones de catalán la profesora Aida Vallès, que conoce los altibajos emocionales de estos adolescentes, lejos de su hogar. “Al final, su prioridad es trabajar, tener papeles”, observa. “Necesitan enviar dinero a su casa. Lo tienen gravado a fuego en el cerebro. Parece enfermizo, pero es por lo único que se ponen nerviosos”, apunta Engual, que ayuda a los chicos a “desahogarse”.

Como el resto, Elegeddari se esperaba “cosas mejores” en España; encontrar trabajo y empezar una nueva vida con más rapidez. Los educadores aprovechan el tiempo en el que están tutelados —en ocasiones, unos meses— para que se expresen en catalán y castellano. Es fundamental para que sigan formándose y puedan acceder al mundo laboral.

“Han pasado de niños a adultos y no terminan de asimilarlo”, cuenta Engual, que les ayuda a hacer los deberes. En Navidad, recibieron por sorpresa la visita de Papa Noel y les regaló pelotas, raquetas de tenis y juegos de mesa. También gorros de lana tejidos por las jubiladas del pueblo.

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