Vecinos remotos

Los procesos migratorios generan barrios y ciudades transnacionales

El País, Manuel Delgado, 28-12-2018

La obra principal de Johan Van der Keuken —el gran heredero de los sinfonistas urbanos de los años veinte, como Vertov o Ivens— es Amsterdam Global Village (1996). El asunto de esta película de 245 minutos y dos años de rodaje es la capital holandesa o más bien sus habitantes, buena parte de los cuales se habrían asentado en ella procedentes de otros países. Así, se nos presenta —sin comentarios fuera de pantalla, solo a través de su actividad— a, entre otros personajes, Roberto, un músico boliviano casado con una holandesa; Khalid, un repartidor de pizza marroquí, o Borz Ali, un hombre de negocios checheno que sigue la guerra en su país a través de la CNN… Lo interesante de este retrato de Amsterdam que propone Van der Keuken es que no se limita a un complaciente elogio de la ciudad multicultural, sino que propone algo parecido a un laberinto de secuencias buen número de las cuales no transcurren en Amsterdam, sino en ese pueblo del Altiplano en el que vemos a Roberto participar en una fiesta tradicional o las calles devastadas de Grozni por las que pasea Borz Ali en la película.

La película coloca en su título un concepto, el de globalización, que bien merecería haber sido sustituido por otro, en aquel momento no tan empleado como ahora: el de transnacionalidad, de tal forma que podría haber sido perfectamente Amsterdam Transnational Village. La globalización, es cierto, podría ser entendida como idéntica a la transnacionalización al referirse a la economía y a empresas para las que la etiqueta de multinacionales ya no las bastaría. El término aparece hace un siglo, popularizado por Randolph Bourne para referirse a los Estados Unidos como ensamblaje de culturas, pero su uso se ha intensificado para señalar instancias de poder y control emanadas desde la Unión Europea y como sinónimo de supranacional. También remite hoy a partidos políticos, —como el DiEM25 de Varoufakis o el Volt de Andrea Bezon— o a redes delictivas que hasta no hace mucho se calificaban como internacionales, siempre para etiquetar a entidades sin asiento fijo o con sedes dispersas, que responden a una lógica de funcionamiento que más que saltar fronteras, las filtran.

Pero acaso donde más relevante ha resultado ese concepto sea en la renovación de los estudios sobre procesos migratorios. Por esa razón la Amsterdam que dibuja con su cámara Johan Van der Keuken es más bien una ciudad transnacional. La idea de ciudad global, tal y como la ha difundido Saskia Sassen pensando en Nueva York, Londres o Tokio, ha servido para etiquetar la traducción urbana de procesos de mundialización de flujos y estructuras cuyo análisis teórico no ha solido considerar el papel de sujetos y comunidades. En cambio, la ciudad transnacional tiene en cuenta la manera como los nuevos contextos, marcados por dinámicas que disolvían incluso las fronteras mejor vigiladas gracias en buena medida a los nuevos medios de intercambio de información. Se genera así una dislocación de la vida urbana que protagonizarían comunidades procedentes de la inmigración que habitan no solo barrios o ciudades, sino tramas hechas de dispositivos de interacción y comunicación que trascienden fronteras nacionales y que se gestionan a sí mismas.

Contamos con investigaciones que permiten atender en profundidad y a partir de ejemplos concretos estas dinámicas de transnacionalidad, como las reunidas en el libro Ensamblando la ciudad transnacional. Etnografía especular de los espacios transnacionales urbanos, disponible en la red, que reúne diferentes trabajos de antropología urbana sobre cómo esa transnacionalización de las ciudades determina la conformación de la sociedad urbana en México. Los responsables de la compilación son Federico Besserer y Daniela Oliver, y forma parte de la ya dilatada línea de producciones en antropología urbana provistas por la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma de México, iniciadas allí por Néstor García Canclini desde hace más de un cuarto de siglo.

Los materiales agrupados en este libro brindan ejemplos de dinámicas de esta naturaleza transnacional, que hacen que la continuación de un enclave o de una comunidad se produzca a miles de kilómetros de distancia. Así, el suburbio popular El Progreso, en la Zona Metropolitana de Ciudad de México se está ampliando, pero se amplía en un territorio no contiguo, sino en Long Island, en la ciudad de Nueva York. O como una comunidad indígena inmigrada a San Juan Mixtepec, en Ciudad Nezahualcoyotl, impregna de fiestas y ritos originarios que la acoge, pero adopta de ella formas de asociacionismo informal juvenil tan urbanas como las bandas. La Chinesca, en Mexicali, y el Chinatown de San Francisco dialogan entre sí en tanto maneras distintas de organizar topográficamente un barrio de y para la diáspora china en América. La calle Vicente Guerrero, en la colonia Arboledas de Cuautepec, en el límite entre Ciudad de México y el bosque, ha conocido una prolongación…, en una calle de Myrtle Beach, en Carolina del Sur.

Esa es la ciudad transnacional. Una formación urbana en sí misma, constituida por una urdimbre interminable y sin centro de informaciones, memoria y experiencias en constante comunicación y movimiento, y en que lo económico depende de tramas sociales hechas de confianza mutua y proveedoras de seguridad. Decisiones clave, en lo personal, en lo familiar y en lo colectivo, dependen de esa densa articulación de prácticas y convicciones, en ciudades en las que tus vecinos de al lado pueden estar a miles de kilómetros de ti.

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