Ayer, víctimas de trata; mañana, abogadas contra la explotación

Siete supervivientes de tráfico humano estudian Derecho para combatir una situación que condena a más de un millón de niños a la esclavitud sexual en el subcontinente indio

El País, ANA GONZÁLEZ, 12-12-2018

En una pequeña habitación oscura, tres mujeres bengalíes esperan impacientes la nota de la prueba de acceso a la universidad. Empujones, risitas y alguna mala cara acompañan en estos momentos de estrés: Heer (20), Brishti (20) y Disha (19) han aprobado. Ellas y sus cuatro compañeras, Luna (18), Gauri (30), Koyal (21) y Rimpa (29) comparten un pasado en el infierno: son supervivientes del tráfico de menores; algunas de las pocas afortunadas que logran escapar de la esclavitud sexual que condena alrededor de 1,2 millones de niños en India.

Las siete forman parte del programa School For Justice, iniciativa de la ONG holandesa Free A Girl que ofrece becas completas a víctimas del tráfico de seres humanos para estudiar Derecho y las acompaña a lo largo de su formación. “Era muy joven cuando mi padre murió. Mi madrastra nos pegaba, y mi hermano y yo decidimos escaparnos de casa. En las vías del tren lo perdí de vista”, recuerda Gauri, vendida a los 13 años en Kamathipura, un laberinto de prostíbulos en Bombay, por una mujer que le ofreció ayuda tras encontrarla llorando.

La virginidad, la juventud y la belleza tienen un coste elevado en el inframundo de la prostitución. Aunque la cifra exacta que se pagó por cada una es difícil de establecer, pues pasan por diferentes manos, la organización estima que el precio de venta de una menor virgen a un prostíbulo es de entre 25.000 y 200.000 rupias indias (entre 590 y 826 euros). Algunas son vendidas varias veces, como le sucedió a Luna, por quien pagaron 70.000 rupias (826 euros) en el distrito rojo de la capital del estado de Maharashtra. Tras su rescate, fue engañada por tres jóvenes traficantes que la vendieron de nuevo en Raipur por 50.000 (590 euros).

En 2016, más de 9.000 niños fueron víctimas de la trata ilegal en el subcontinente indio y desaparecieron unos 111.500. Sin embargo, tan solo 53 personas fueron condenadas por el tráfico de menores, según el último informe oficial del National Crime Record Bureau (NCRB), departamento del Gobierno indio responsable de recoger y analizar datos sobre delitos.

“La idea de School For Justice surgió tras escuchar las quejas de muchas de las chicas rescatadas. Querían estudiar Derecho para ayudarse a sí mismas. En India, los juicios pueden prolongarse durante meses o años, y muchos se archivan o las jóvenes y sus familias se cansan y abandonan el caso”, explica Shikha Phillips, directora ejecutiva de Free A Girl India, y enfatiza que hay “muchas víctimas de la esclavitud sexual y muy pocos condenados”. Además,“los criminales involucrados en la trata tienen redes de contactos importantes, incluso dentro de la policía. Muchos de ellos son detenidos durante un corto periodo de tiempo y después son liberados bajo fianza. Gozan de impunidad”.
La organización por los Derechos Humanos Human Rights Watch ya señaló en un informe de 2017 las prácticas poco ortodoxas de la policía de India: “Muchos oficiales no cumplen con el código que les obliga a registrar las denuncias por agresiones sexuales. Se resisten a cumplimentar el First Information Report (primera denuncia), el primer paso para iniciar una investigación policial, especialmente si la víctima pertenece a una comunidad desfavorecida”.

La pobreza, que azota a la mujer con más fuerza, es también un factor importante de la prostitución ilegal. “Tenía 18 años, mi familia era muy pobre y decidí irme a Calcuta para trabajar en la fábrica donde estaba mi hermana. Conocimos a una pareja muy simpática en el tren que nos ofreció un trabajo muy bien pagado. No llegamos al final de nuestro trayecto, nos encerraron en una casa en Delhi donde éramos violadas por hombres”, recuerda Koyal, secuestrada junto a Disha. Las chicas viven hoy en una casa-refugio en la conocida como ciudad de la alegría, Calcuta, acompañadas por una cocinera, un guarda y un pastor alemán de forma continua.

En la vivienda se respira silencio y una disciplina imperante con la que se pretende ayudarlas a obtener el conocimiento y la autoridad que les permita defender sus propios casos y los de otras chicas. “Cuando me escapé y regresé a casa, mi familia me miraba de forma diferente, como si fuera impura porque había estado en casa de un hombre. Tuve que dejar de ir al colegio, todos me trataban como si hubiera hecho algo malo”, explica Brishti, que fue encerrada bajo llave en una habitación por un chico que conoció por Facebook cuando tenía 14 años.

Poder estudiar y seguir adelante son, dice Heer, unas de las razones por las que decidió buscar apoyo en la ONG local Sanlaap, que lleva rescatando a víctimas de la esclavitud sexual durante más de 30 años. La organización cuenta con un refugio para acoger a más de 120 mujeres y es el socio local de Free A Girl en Bengala Occidental.

Conocimos a una pareja muy simpática en el tren que nos ofreció un trabajo muy bien pagado. No llegamos al final de nuestro trayecto, nos encerraron en una casa en Delhi donde éramos violadas por hombres

Motivaciones semejantes impulsaron a Rimpa a querer cambiar el sistema judicial desde dentro: “Hace cuatro años que se abrió mi caso y aún no ha cambiado nada. Nadie me ayudó cuando lo necesitaba, así que quiero convertirme en abogada, luchar por mí y colaborar con otras mujeres” sentencia, convencida de que nadie mejor que ellas podrían ayudar a otras víctimas de la trata o empatizar con ellas. La trabajadora social e hija de la fundadora de Sanlaap, Ondrila Sinha, insiste en la necesidad de cambiar la mentalidad de la gente corriente “porque cuando una chica es vendida y se abusa de ella sexualmente, la consideran impura y piensan que no debería volver a la sociedad, como le sucedió a Brishti” y lamenta que en India sea así. “No importa lo que suceda, siempre es culpa de la mujer”.

School For Justice ofrece un refugio, comida y apoyo psicológico a supervivientes del tráfico de menores durante sus estudios de Derecho. Además, este año han incorporado a un equipo de profesores particulares de inglés, pues la mayoría de las estudiantes proviene de medios humildes y han cursado sus estudios previos en su idioma local. En la pizarra de la habitación donde reciben clases se lee la palabra “dahej” (dote, en castellano). Se trata de una práctica que, a pesar de estar prohibida en el país, todas conocen porque se lleva a cabo con frecuencia. Desde ahora también sabrán que el patrimonio que su familia entrega a su cónyuge les pertenece legalmente a ellas. Es uno de los conceptos que asimilarán durante este curso, necesario para combatir la desigualdad de la mujer en India.

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