El retrato robot de las mujeres desplazadas

¿Cómo se ven a sí mismas? La Roboteca es una intervención artística de fotografía participativa realizada en París con migrantes y refugiadas. Su objetivo es sensibilizar sobre sus dramáticas condiciones de vida

El País, SÉVERINE SAJOUS, 07-12-2018

Jungleye es un proyecto de fotografía participativa nacido en noviembre de 2015. Si bien su primera intervención tuvo lugar en los campos de refugiados de Calais (Francia), en este 2018 se ha fijado en París. El objetivo de la nueva actuación artística es, como en el caso anterior, recrear una memoria visual del exilio de los miles de migrantes y refugiados que viven cada año esta experiencia. En esta iniciativa parisiense, en concreto, se enfoca en las mujeres. La recopilación de estas imágenes y de sus historias busca sensibilizar a la sociedad civil sobre las realidades migratorias y las condiciones de vida de las comunidades desplazadas en el mundo.

El ambiente está cargado en las instalaciones del Centro de Vivienda de Emergencia (CHU) del barrio de Ivry-sur Seine, en la capital francesa, donde las instalaciones de la organización EMMAUS Solidarity acogen a 430 personas, familias, mujeres solteras y niños desplazados. La asociación Jungleye organizó un taller llamado La Roboteca en colaboración con Olympus Iberia, Emmaus Solidarité y la Fondation Raja. Fueron invitadas a participar 15 mujeres de entre 26 y 60 años procedentes de Afganistán, Etiopía, Eritrea, Siria, Irán, Bangladés, Tíbet, Costa de Marfil, Chad o Rumanía. Todas están inmersas en un proceso de demanda de asilo en Francia.

Durante 10 días, se exploró con este grupo de refugiadas la creación de un retrato robot de sí mismas, re-apropiándose así de este método de recomposición facial. Trabajando a partir de imágenes propias, las participantes ensamblaron pedacitos de diversos rostros para crear otros nuevos y rendir homenaje a todas las víctimas de crímenes y agresiones sexuales.
A modo de fondo fotográfico, un papel arrugado. “¿Qué es este papel brillante?”, pregunta Brani, una joven etíope, durante el montaje del estudio. Aminata, que llegó de Costa de Marfil con su hija Yasmine, exclama: “Parece el papel que uso en mi país para envolver los regalos de cumpleaños de mi niña”. Este papel dorado también le recuerda un día en particular, el día en que el “gran barco” vino a rescatar a Aminata, a su bebé de cinco meses y a cientos de otras personas, amontonados en una zodiac a la deriva frente a la costa de Libia. Los supervivientes se sintieron a salvo en ese “papel de regalo”. Aminata explica: “Nos ofrecieron la vida”.
Se inicia la conversación, comienza el taller. Para Pema, de origen tibetano, el color de esta manta de supervivencia evoca los templos budistas. Nostálgica, explica el porqué de su presencia en el centro de acogida. Sus compatriotas son reprimidos en el Tíbet. Tuvo que huir de su país para escapar de los abusos del ejército chino y proteger a su familia.

Los intercambios les llevan a hablar de respeto. La conversación desemboca en el movimiento #MeToo. “¿Qué es un hashtag?”, pregunta una participante. Una palabra clave. ¿Y #MeToo, entonces? Una campaña de sensibilización para unir a las mujeres víctimas de violencia sexual y hacer que sus voces se escuchen a través las redes sociales. Aminata interviene: “No categoricéis”, dice. “Ellos también, los hombres, son violados regularmente. Y ellos son asesinados por una bala en la cabeza sin ninguna razón”. Lo vio con sus propios ojos en Níger y luego en Libia. “Nadie está a salvo en el camino, aunque sí, es mayoritariamente por culpa de ellos y del peso de la familia que nosotras, las mujeres, llevamos cuando huimos de nuestras tierras”.
La Roboteca se inspira en la llamada arteterapia. La práctica artística sirve como herramienta psicológica para iniciar una reconstrucción interna. Los sentidos se despiertan y estas mujeres de todas las edades y todos los orígenes se miran entre sí y lloran (con los ojos), sienten y respiran (con la nariz), se escuchan y se entienden (oídos), lloran y denuncian (boca).

Los retratos robot originan nuevas caras imperfectas que se unen lo mejor que pueden. En la esquina de los ojos, alrededor de los labios, el papel dorado revela las cicatrices de esos rostros, marcados allí, en el camino, y aquí, mientras se expresan.

Algunos ejemplos de las obras producidas, de sus testimonios.
Deambular, sola, toda la noche
1. Me acuerdo de lo que ocurrió. Son las dos y media de la madrugada. Solo llevo encima una pequeña mochila. Recuerdo deambular, sola, toda la noche por las calles de París. En cuanto veo a la policía, salgo corriendo. Termino conociendo a dos o tres tipos que pretenden ayudarme.

2. Tengo un poco de miedo. No les entiendo. No hablan inglés.

3. Sin embargo, saben perfectamente preguntarme: “Are you married, sister? Are you single? Do you drink?” [¿Estás casada, hermana? ¿Estás soltera? ¿Bebes?]. Insisten. “My girlfriend” [mi novia], dice el otro.

Empiezo a preocuparme. Estamos solos bajo un puente. Les digo que me quiero ir. Ellos me contestan: “Dame todo tu dinero o …”. Les suelto mi billetera con los únicos dos euros que tenía dentro y escapo gritando.
Seré propiedad del hermano de mi esposo
1. Nueve años. Mi madre me obliga a llevar el hijab.

2. 12 años. El hermano de mi padre me obliga a casarme con un hombre de 40 con otras tres esposas. Cuando él muera, seré propiedad del hermano de mi esposo.

3. 53 años de edad. Decido huir sola de Afganistán. Tengo un sueño: salir del país en coche, con el maletero cargado de artesanía, lista para reconstruir mi vida aquí en Francia.

Me fui a pie, sin un centavo en el bolsillo.
Sentí el terrible olor a muerte
1. Desde la camioneta de los traficantes vi el hangar. Vi a 400 personas almacenadas en esa choza sin agua ni luz, vivas y muertas. Vi que la puerta se cerraba detrás de mí, encerrándome, entre ellos, tirados en el suelo sin sus ropas. Golpeados, enfermos, apestosos, moribundos… Todos éramos vecinos de Somalia, Guinea, Etiopía, Mali, Costa de Marfil.

2. Escuché sus voces: “¿Por qué viniste aquí? Aquí, solo encontrarás miedo y sufrimiento”. Sentí el terrible olor a muerte.

3. Yo solo le había dicho al contrabandista: “Quiero ir a Trípoli para cruzar el mar y llegar a Italia”.

No hay matrimonio sin escisión
1. En mi país, desde muy pequeña te obligan a casarte con un viejo de 60 años quien tiene ya varias esposas. Ellas son tus rivales, pero tú… Tú eres la “mujercita”, la que le alivia por la noche. Eres su favorita.

2. Antes de la boda, las mujeres de mi familia me realizaron la escisión. “No hay matrimonio sin escisión, ¿me oyes?”. Me sentí tan mal… Hoy ya no siento nada.

3. Si no hubiera obedecido, mi futuro marido me habría insultado. Me habría dicho que no estoy cortada, que la leche de mi sexo es mala.

Yo me hubiera convertido en el hazmerreír de la aldea.
Necesito curarme un poco la cabeza
1. Hace dos meses tuve que huir del Tíbet para proteger a mi esposo y a mis hijos de siete y dos años y medio. La policía china no me quitaba los ojos de encima. Pensaba que yo era un espía.

2. Ahora tengo la sensación permanente de que me persiguen los perros del ejército. Olfatean mi rastro, me encuentran, me impiden dormir. A veces escucho a los chinos venir detrás de mí. ¡Gritan tan fuerte!

3. Necesito curarme un poco la cabeza.

El retrato robot de las mujeres desplazadasampliar foto

S. J.
No se me permitía trabajar, pero sí venderme
1. Tenía apenas cinco años cuando mi papá murió. Pasé mi infancia junto a mi mamá y mis primos. Me casé a los 20 años. No elegí a mi marido, era un hombre mucho mayor que yo. Un adicto. Todos los días consumía drogas, me golpeaba y me obligaba a traerle dinero para su dosis diaria de opio. No se me permitía trabajar, pero sí venderme.

2. Me siento fatal.

3. Hasta ahora, nunca lo había contado a nadie.
Hoy hablo con mi mamá
1. No tengo derecho a llorar delante de mi madre. A los 15 años, cuando huía de casa de mi primer marido de 35, llegaba a la de mi madre llorando. Sin embargo, ella me mandaba directamente de vuelta, aunque no consintiera el matrimonio forzado. Mi madre estaba asustada. Ella no podía hablar pues, de lo contrario, el hermano de mi padre le haría cosas otra vez.

2. Empecé el viaje hacia Europa cuando estaba embarazada de mi segundo marido porque me hacía sufrir. Era el hermano de mi difunto primer marido.

3. Hoy sí, ¡hablo con mi mamá! Pero hará falta mucho tiempo para olvidar. Regresaré al país en 20 años, cuando mi esposo ya no tenga fuerzas y me haya olvidado.
Morirás y dejarás a tus pequeños hijos detrás de ti
1. En África las mujeres no tienen derechos y tampoco elección. El hombre decide por ti y a veces te lleva a morir. Empiezas teniendo un dolor de cabeza.

2. Y, finalmente, desarrollas la “enfermedad del corazón”.

3. Como dije: “Morirás y dejarás a tus pequeños hijos detrás de ti”.
Aquí no hay nada nuevo
1. La muerte se cruzó tres veces en mi camino. La primera, en ese enorme desierto sudanés donde no teníamos agua ni comida. A nuestro alrededor yacían cuerpos inanimados. La segunda, cuando llegué a Libia. Fui secuestrada y encerrada en un enorme cobertizo donde yacían otros cuerpos inanimados. La tercera, a bordo de una zodiac, en esa inmensidad que es el mar Mediterráneo.

2. Esa vez, sentí que mi hora había llegado.

3. Hermanas, por favor, no os unáis a mí. Luchad en casa, allí en Etiopía, para cambiar la condición de la mujer y vivir mejor. Creedme: lamentablemente, aquí no hay nada nuevo.
Hueles a vergüenza
1. Si cruzas la mirada con los bandidos, serás golpeada sin ninguna razón. Y si desafortunadamente no llevas dinero encima, tu cuerpo se convertirá en una moneda de cambio para seguir tu camino.

2. Hueles a vergüenza porque te han tocado. Te sientes tan sucia.

3. Tuve la suerte de haber huido de la Costa de Marfil embarazada de cinco meses. En el camino me dejaron ir sin tocarme demasiado. Los hombres solo jugaban un poco con mis pechos. Pero recuerdo Libia, donde hombres y mujeres son constantemente violados sin distinción. En Burkina, un poco y en Níger también. El camino es una historia de hombres. Ya no tienes la fuerza para denunciar y sería inútil. La violación está en todas partes; todo lo que te digo es en África, es así. Aquí no existe, ¿verdad?
Pensaba que había visto lo peor
1. Recuerdo haberme fijado como objetivo la frontera nepalí para darme la fuerza para salir, paso a paso, de mi país, el Tíbet. Vi mi tierra y mis pesadillas desvanecerse desde la ventanilla del avión con destino a Francia. Porque en mi país, sí, me maltrataron.

2. Hoy todavía oigo ruidos sordos en mi cabeza. Fueron los militares chinos los que nos violaron con una especie de matraca eléctrica, destruyendo nuestras partes íntimas.

3. Ya no puedo hablar, ya no sé qué decir. Pero me hace sentir bien estar juntas y hablar de ello. Me siento menos sola. Pensaba que había visto lo peor.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)