México caza a los centroamericanos

La Vanguardia, 07-05-2006

Vamos, rápido, agárrate fuerte a la escalerilla". Luis Valle hizo caso a su amigo Jorge y se puso a correr. Antes de cinco segundos había logrado subir al tren de mercancías que pasaba con cierta velocidad. Empezaba una nueva etapa de ocho horas, de pie entre vagón y vagón, en su largo recorrido desde su Nicaragua natal hasta su soñado destino final, Miami. “Esos trenes nos llevan a Manzanillo, y de ahí buscamos otros que nos lleven más arriba”, dice Francisco Ruiz, un salvadoreño de 17 años. “He agarrado ya seis trenes desde la frontera de Chiapas. No son de largo recorrido. Cuando llegas a una estación, tienes que esfumarse para evitar la extorsión de los policías. Por eso hay que subir al tren en marcha. Una noche estuve 12 horas de pie. La lluvia me ayudó a no dormirme”.
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Luis Valle reconoce que subir así al tren es peligroso. “Uno se juega la vida, pero no hay otra. Al vernos, algunos maquinistas aceleran, y se divierten cuando alguien cae bajo los rieles. No tienen conciencia. A veces van a buscarnos para amenazarnos con tirarnos cabeza abajo”, explica.
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Una vez subidos al tren, se medio acomodan en la escalerilla. En los vagones no pueden ir, porque los cierran y morirían asfixiados por falta de aire. La aventura es peligrosa. Los indocumentados lo saben. Minutos antes del paso del tren calientan sus músculos para correr, emparejarse al vagón, saltar y asirse de una escalera.
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En las cercanías del nudo ferroviario de Lecherías – unos 30 kilómetros al norte de Ciudad de México – todo el tiempo se escuchan silbatos de locomotoras. Comienza a clarear, son las 6.15 de la mañana. Se oye un pitido de tren. Los indocumentados comienzan a moverse, primero caminan y luego corren unos 100 metros para adquirir el impulso que les ayude agarrar la escalerilla del vagón.
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Aunque lo más duro de la travesía no es subir a un tren en marcha, sino enfrentar las continuas extorsiones de la policía mexicana. Calificados y tratados como delincuentes por las autoridades mexicanas, los inmigrantes temen ser detenidos, violados o asaltados.
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La policía y el ejército los busca en ferrocarriles, estaciones de autobuses y hoteles baratos. Los que no tienen dólares para pagar la extorsión son deportados. “Algunos compañeros han sido asesinados a golpes por la policía, que deja sus cuerpos cerca de las vías para hacer parecer que se cayeron de un tren”, afirma un guatemalteco. Agua y pan José Sanabria, hondureño, pide agua y pan, porque la policía lo desplumó. “Te encañonan para obligarte a bajar el pantalón, te desnudan por completo y te tiran lejos la ropa. Hasta los testículos le tocan a uno. Lo registran todo. Nos destrozan los zapatos en busca de doble suela, por si hay dinero.
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Pido a los gobernantes de México que nos traten como seres humanos, no hacemos mal a nadie. La policía no pide documentos, busca pura feria.´Móchate el dinero, porque si no te deportamos´, es lo único que dicen”, explica el joven.
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En las cercanías de Lecherías decenas de jóvenes centroamericanos se ocultan en lugares inmundos para evitar a la policía. José Ramos, un adolescente de El Salvador, dice que “luego de que la policía te vacíe los bolsillos, te dicen: ´vete de aquí´”. La extorsión, el robo, el atraco o como se le quiera llamar, es metódico, sistemático. No hay emigrante que se libre. En cada puesto de control, en cada estación de tren, hay que pagar la correspondiente mordida. Los agentes abusan de los más pobres entre los pobres – apenas llevan encima el equivalente a 15 euros, incluso menos – , gente joven que no dispone de recursos para pagar polleros (traficantes de indocumentados), que a cambio de una fuerte cantidad los conducen al otro lado de la frontera norteamericana.
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Los propios mexicanos están indignados por el mal trato a los inmigrantes. De hecho, el mexicano también sufre los abusos de una policía supercorrupta. Luis Pedroza, un maestro de Tultitlán (donde se encuentra la estación de Lecherías), señala: “Los policías no son los más culpables de la extorsión que sufren los centroamericanos, sino las autoridades que toleran estas prácticas”.
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Tultitlán no está en las lejanas selvas de Chiapas, en los intrincados bos –
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