«Quiero que mi hija disfrute de las oportunidades que yo no he tenido»

El senegalés Moussa Diamé tiene el cuerpo repleto de cicatrices. Llegó a Hondarribia en 2005 después de librar la muerte en varias ocasiones y tras una larga travesía en cayuco. Siempre ha tratado de integrarse, es «feliz en Euskadi» y ayuda a su familia «enviando dinero, unos 250 euros al mes»

Diario Vasco, KAREL LÓPEZ1, 18-10-2018

Sabe lo que es ver la muerte de cerca varias veces en sus 31 años de vida. Lo ha hecho al menos en tres ocasiones, plantándole cara y siempre ganando la batalla. La vida le ha dejado cicatrices a Moussa Diamé, sí, pero son solo eso, heridas de guerra. Cuando era un crío, el hambre no pudo con él, tampoco con su familia; ya en su etapa como adolescente, las llamas de una hoguera dejaron su cuerpo marcado. Fue poco antes de enfrentarse a la mar. Iba a bordo de un cayuco en su travesía rumbo a un país en el que «la gente vivía mejor que nosotros. Y yo, como muchos otros africanos, quería ser como ellos».

Moussa nació en Senegal, pasó por Mauritania y desde 2005 vive en Hondarribia. No tiene problemas en regresar al pasado por unos minutos y explicar, abriendo las puertas de su vida a modo de recuerdos, cómo y por qué emprendió una aventura que continúa a día de hoy y que, no lo olvidemos, le separó de su familia cuando tan solo tenía 18 años. Aunque pudo ser antes… Moussa narra la historia de su vida en perfecto castellano con absoluto detalle en una conversación que dura horas y que podría prolongarse durante días, sin perder la sonrisa a pesar de todo. Representa la cara alegre de la inmigración porque en Euskadi no le han ido las cosas del todo mal. «Yo estoy contento, soy feliz y puedo ayudar a mi familia», no se cansa de repetir.

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Su madre dio a luz el 4 de abril de 1987. Moussa llegó al mundo en Joal, una ciudad de poco más de 40.000 habitantes en la costa senegalesa, «a cerca de 100 kilómetros de Dakar, la capital. En coche se tardan alrededor de dos horas». Son seis hermanos, «tres chicas y tres chicos», detalla. «En 1997 falleció mi padre. Vivía con mis hermanos, con mi madre y con mi abuela, nacida en 1922 y que sigue viva. Estudié lo que pude hasta que, en 2003, comencé a trabajar como pescador. Lo hacíamos con redes. En Senegal no es como aquí. Allí todo lo que se pesca se aprovecha». Por cierto, le encantan las tortugas.

«Necesitaban el dinero»

Cuestionado por si no le hubiera gustado continuar estudiando, Moussa lo tiene claro: «Sí, pero es lo que hay. Mi familia necesitaba el dinero y tenía que trabajar. Era un niño, aunque tenía muchas ideas y desde pequeño hasta ahora he tenido claro que nunca robaría y que tampoco me metería a vender droga. Tenía que ganarme la vida de otra manera: trabajando», narra con un convencimiento pleno. «Cuando estuve en Mallorca trabajando unos meses, me encontré un móvil con el que no puedo ni soñar. Lo devolví. No era mío».

Moussa seguía llevando el pan en forma de dinero y de alimentos a su hogar. Poco a poco los viajes en los barcos comenzaron a ser más largos y acabó en Mauritania, país vecino al suyo. «Seguía trabajando como pescador, pero ya tenía claro que quería llegar a España. Sabía que era un país mucho más avanzado, donde podría conseguir más dinero para ayudar a la familia. Nosotros vivíamos en una especie de jaula, como si aún estuviéramos en un siglo pasado».

Moussa Diamé, en la calle San Pedro de Hondarribia, donde vive.
Moussa Diamé, en la calle San Pedro de Hondarribia, donde vive. / Lusa

En Mauritania, Moussa estuvo durante meses, intentando en diferentes ocasiones emprender el viaje de su vida hacia Europa. «Allí hay muchas mafias. Tratan de llenar todoterrenos con muchísima gente, casi aplastándose, para llegar hasta Marruecos y desde ahí cruzar a España, pero mis experiencias no fueron buenas. Pagué dos veces; serían unos 200 euros al cambio. Y en las dos acabé de vuelta en Mauritania. Otros se dejan sus ahorros y, como no hay ningún justificante de que hayas entregado el dinero, ven días después cómo no pueden montarse en el 4×4. Es pagar para nada».

Mientras tanto, mientras Moussa trataba de llegar al conocido como Viejo Continente, su tío, también pescador, ya vivía en Hondarribia. «Él llegó en barco, en el mismo en el que salían a pescar. Tuvo suerte».

En cayuco

El verano del año 2005 se consumía poco a poco y Moussa, a pesar de haber fracasado, seguía teniendo una única idea en mente. «Quería llegar a España como fuera». Gracias a un amigo, acabó convenciéndose de que lo mejor era intentarlo a través de Canarias. Tenían que organizar el viaje. Él, un joven con 18 años recién cumplidos, no podía liderar la idea, aunque sí un conocido, que sabía que Moussa era el hombre ideal para capitanear el cayuco que se adentraría en el Atlántico. «Tenía experiencia en barcos».

«Estuvimos tres días en el mar. Las olas eran enormes. Pensaba que nos íbamos a morir»

Después de reunir dinero de otros africanos que, como ellos, querían llegar a Europa, lograron comprar un motor. «Tenía cuarenta caballos», recuerda. «Éramos cerca de 20 personas, salimos con cubos de agua y arroz, pero no del que se come aquí, del natural. Es mucho más duro. Partimos rumbo a Canarias y, ya el primer día, el tiempo no era el mejor. Acabamos cerca de la costa del Sahara Occidental. Estuvimos tres días en el mar, pero las olas eran enormes. Sabíamos que no íbamos a llegar y la verdad es que yo pensé que íbamos a morir todos allí». Por fortuna, no fue así. Moussa y sus compañeros, como si de un milagro se tratara, encontraron la fórmula para regresar a Mauritania.

Moussa, en Hondarribia.
Moussa, en Hondarribia. / Lusa

El intento fallido no desmoralizó a aquel joven valiente. Lo que a punto estuvo de hacerlo fue el robo del motor ya en tierra. «Se lo llevaron. No teníamos nada: ni cayuco en condiciones, ni comida, ni dinero… Tardamos más de un mes en conseguir un nuevo motor, nuevamente recaudando dinero», rememora con una sonrisa en la cara que delata que, esta vez sí, alcanzó el objetivo.

«Salimos una tarde antes de que anocheciera. El viaje duró cerca de dos días. Pasamos dos noches en el mar, esta vez unas 17 personas. Llegamos a Maspalomas y allí nos atendió la Cruz Roja. Estuvimos cerca de veinte días hasta que nos trasladaron en avión hasta Madrid». Allí, «después de comprobar que no tuviéramos ninguna enfermedad», Moussa habló con las autoridades de su tío sabía francés y wólof, ese que había llegado a Hondarribia. Le dieron permiso para viajar hasta la localidad guipuzcoana. «Fui en tren. Llegué el 16 de octubre (2005)».

Las pistas de atletismo

Mientras vivía con su tío en Hondarribia varios meses, Moussa comenzó a dar clases en la EPA. Aprendió rápidamente castellano. Después hizo cursillos de soldadura y prácticas en las que «ganaba algo de dinero que me venía muy bien». Fue en 2007 cuando, tras pasar por el gimnasio de Hondarribia, acabó en la pista de atletismo de Playaundi. «Mucha gente ligada al atletismo me ha ayudado y lo sigue haciendo hoy en día», cuenta.

Moussa ama Hondarribia. Conoce todos sus rincones.
Moussa ama Hondarribia. Conoce todos sus rincones. / Lusa

Fue por aquel entonces cuando el que plasma la historia que leen conoció a Moussa, aprendiendo mucho de él, porque había vivido mucho a pesar de su juventud. Llegó a participar en alguna que otra carrera popular e incluso compitió en pista, aunque esa etapa de su vida ya la ha dejado atrás. Años después, nos reencontramos. La vida del protagonista de estas líneas ha cambiado. «En 2010 me dieron los papeles, también pude viajar por primera vez a Senegal y estuve trabajando como jardinero hasta 2014».

El senegalés de 31 años recuerda cómo durante estos años ha tenido diferentes trabajos jardinero, con el txakoli, ahora como repartidor de pescado en la empresa Kaiberri Azoka…, ha vivido con diferentes compañeros actualmente con otros dos compatriotas en Hondarribia

Moussa tiene el cuerpo repleto de cicatrices. Se cayó a una hoguera antes de llegar a Gipuzkoa.
Moussa tiene el cuerpo repleto de cicatrices. Se cayó a una hoguera antes de llegar a Gipuzkoa. / Lusa

«Tuve que irme a Murcia y a Mallorca unos meses porque aquí no encontraba trabajo, pero al menos ahora lo tengo hasta diciembre», explica. «Yo siempre he querido estar en Euskadi, es lo que me gusta». Cuestionado por si le gustaría regresar a su país natal, tiene claro que sí, pero que tendrá que esperar. «Aquí no estoy mal. He conocido a mucha gente. Por lo general, aquí se me ha tratado bien. Ahora no me lo planteo, solo de vacaciones si ahorro para ver a mi familia. Pero es cierto que a largo plazo no lo descarto. Estando aquí puedo ayudarles enviándoles dinero. Al mes consigo ahorrar sobre 250 euros con los que en Senegal no les falta de nada. Con lo que les mando viven bien, no ahogados», dice mientras se lleva las manos al cuello.

Moussa deja para el final una de las grandes alegrías que le ha dado la vida en estos años. «¿Sabes que el número 16 me da suerte? Es el día que llegué a Hondarribia (16 de octubre de 2005), también fui a Senegal por primera vez (16 de diciembre de 2010), me saqué el carné de conducir… ¡Y nació mi hija! Vive en Senegal con su madre. Tiene siete años. Me gustaría que en el futuro pudiera venir a Hondarribia. Ojalá. Quiero que tenga las oportunidades que yo no he tenido, por ejemplo, para estudiar».

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