Crónica

Santiago Abascal: ''La política es la guerra''

Viajamos con Santiago Abascal al origen de Vox, el pueblo de Álava donde tres generaciones de su familia fueron amenazadas por ETA. Él fue el último, y por ello el líder del partido emergente lleva pistola, una Smith & Wesson. Más desconcertante aún es su afición por los bonsáis. Dice que tras el acto multitudinario de Vistalegre han subido 1.000 militantes

El Mundo, Leyre Iglesias, 15-10-2018

«¡Hemos subido 1.000 afiliados desde el domingo!». Habla Santiago Abascal Conde (Bilbao, 1976). Está extasiado. Hace cuatro días congregó a más de 10.000 personas en la plaza de toros de Vistalegre en torno a Vox, el partido extraparlamentario que fundó en 2013. Temido, odiado, amado; agresivo en el escenario pero amable en las distancias cortas, Abascal es la voz del ‘Españoles, primero’, hermanada con Trump, Le Pen y Salvini.

El que dice basta a la inmigración «masiva», las autonomías, la «ideología de género», el aborto, el matrimonio gay… El que propone ilegalizar a los partidos secesionistas y quiere salvar a España de los «comunistas», la «derechita cobarde» y la «veleta naranja». El vasco que, con 42 años, traje apretado y barba hipster, reivindica como medalla que le llamen facha o líder de la extrema derecha. «Etiquetas, un método estalinista para estigmatizarnos», replica él cuando Crónica le acompaña al pueblo alavés donde se crió.

En Amurrio, el presidente de Vox, que suele ir armado con una pistola Smith & Wesson [«hoy no», aclara], que es católico pero no va mucho a misa, que fue desahuciado de su casa cuando el bar que su ex mujer y él montaron en Vitoria los arruinó, que cultiva bonsáis, que está divorciado y es padre de cuatro niños, es el hijo de Santi y el nieto de Manolo, tres generaciones marcadas por ETA.

Allí le pararán por la calle para besarle porque ha salido en la tele («Muy bien dicho», «Ahora no te eches atrás, Santi»), y visitará la tienda de su madre y el cementerio que guarda los restos de su padre, el hombre al que siempre quiso parecerse. En el viaje en su coche desde Madrid empieza la entrevista.

-¿Le gusta que le llamen facha?

-Ni lo soy ni me gusta. Me resbala. Hasta a Felipe González le llaman facha. Lo utilizan para deslegitimarnos, para que nos callemos.

-¿Fascista?

-No me identifico con el fascismo, claro que no.

-Franquista…

-No estoy ni en la crítica destructiva ni en la apología de Franco. Lo de Franco fue un régimen autoritario, pero no fue Hitler ni Stalin.

También negará ser machista, homófobo, nacionalista español. «Los que más me insultan son los ultras de la extrema derecha, los fachas de verdad», dice, convencido de que sus palancas de crecimiento, con las redes sociales como aliadas («los medios ya no decidís»), son el secesionismo catalán y el rechazo al Estado de las autonomías («porque quita igualdad y libertad a los españoles y es un despilfarro»). Algo en lo que, subraya, ya está arrastrando al líder del PP: «Con la boca muy pequeña, Casado habla de la recuperación de la Educación. Yo noto esa influencia y la veo con alegría».

Parada en un área de servicio de Segovia que luce a la entrada una enseña nacional. La dueña está encantada con él. Abascal sabe conectar con la gente. No es nuevo en el ruedo: aunque clama contra los políticos profesionales (la casta), él entró con 20 años al Comité Provincial del PP de Álava, saltó a concejal de la localidad alavesa de Llodio, al Parlamento vasco… Y cuando el nuevo PP de Mariano Rajoy lo relegó por apoyar a María San Gil en su rechazo hacia el acercamiento a los nacionalismos periféricos, Esperanza Aguirre lo rescató para la Comunidad de Madrid, donde dirigió con sueldos generosos dos organismos públicos: la Agencia autonómica de Protección de Datos y la Fundación para el Mecenazgo y Patrocinio Social, sin apenas actividad. «Yo mismo lo vi desde dentro y propuse su cierre», dice ahora Abascal, «no tenían sentido. Es la época de la que menos orgulloso me siento».
“No soy fascista, ni racista, ni homófobo, ni machista… Los que más me insultan son los fachas de verdad”

«Yo no estoy en política como un profesional», continúa, «ni por una vocación de servicio público, como se suele decir con grandilocuencia. Yo vengo a la política para defender mis ideas, porque la política es la guerra». En el País Vasco, desde luego, no fue un político de los que viven bien. Se jugó la vida «para defender a España y el orden constitucional», recuerda, el gesto amargo. A eso llegaremos enseguida.

-También le llaman xenófobo.

-Yo no tengo odio a los de fuera. Ser racista es ir contra la esencia de España: frente a los anglosajones, allí adonde llegaban los españoles había mestizaje.

-Pero distingue la inmigración hispana de la africana…

-Distinguimos en función de la cultura, la religión. Europa es la prueba de que el multiculturalismo no funciona. Esas personas que vienen a vivir con nosotros no aceptan las bases en las que se asienta nuestra democracia: la libertad (ellos tienen la sharia), la igualdad de la mujer y la separación Iglesia-Estado. Así no pueden adaptarse a nosotros. Por eso planteamos priorizar a los países latinoamericanos.

-¿De verdad la inmigración es un problema en España?

-Sí, de verdad lo pienso.

-¿Por qué?

-Por esos que no se adaptan, por su capacidad de crecimiento demográfico y porque hay un problema de paro. No es derogar la inmigración, pero un Estado tiene el derecho y el deber de regularla.

-Usted ha dicho que por culpa de los inmigrantes los jóvenes españoles más formados se están teniendo que marchar a Alemania. Pero los que se van con carreras no trabajan de cuidadores en España.

-Yo dije que aquí no tienen oportunidades porque la clase política los ha traicionado… Pero también tiene que ver con que la inmigración no viene a pagar las pensiones sino a recibir ayudas sociales. Sólo hay datos sueltos pero es así. ¿Cuál es el coste de las ayudas sociales a inmigrantes? Ese dinero se podría destinar a que esos jóvenes tuvieran más oportunidades.

-Entre sus 100 medidas urgentes plantean premiar a las empresas que contraten a trabajadores españoles. Es discriminatorio…

-Como tanta discriminación positiva bien vista en otros ámbitos… La inmigración es una competencia de mano de obra barata y los españoles en barrios depauperados lo ven: aceptan cualquier sueldo.

-¿Cuánta fue la inmigración ilegal en 2017 en España?

-No lo sé…

-El 4,5% del total, según Interior. ¿No están engordándolo?

-Ponemos en cuarentena los datos, porque creemos que hay una clara intención de llamar a la inmigración masiva y que hay también una determinación de gente como George Soros de financiarlo.

-Dice que la mayoría de quienes roban a las abuelas son extranjeros. ¿Es un dato, una convicción?

-Es una convicción que nace de la observación de las noticias. Queremos saber los datos.
“Me gusta lo que Salvini está haciendo con la inmigración. Pero estoy más cerca del húngaro Viktor Orbán”

La conversación va hacia Europa. Seguidor de Salvini («me gusta lo que está haciendo en Italia, salvo su apoyo al secesionismo catalán»), se muestra más cercano al húngaro Orbán que a Le Pen, «muy valiente» pero «más estatalista». Vox también se ha reunido con Steve Bannon (el ex asesor de Trump de la alt right que quiere organizar una alianza similar en Europa), cuya experiencia puede serles «útil». Pero ¿quiere él ser el Trump español? «Trump me gusta porque es muy incorrecto, aunque su estilo no es el mío. Pero no, cada uno es hijo de su tiempo y de su tierra».

El tiempo y la tierra de Santiago Abascal son un pueblo del País Vasco interior en los años del terrorismo. Se crió «sin miedo» y «sin trauma», porque así le enseñó su padre. Su madre, Isabel, menuda y dicharachera, lo saluda efusiva en la tienda de ropa que ETA y sus acólitos quemaron y atacaron sin descanso, y donde quisieron matar a su marido al menos en dos ocasiones. Dice Isabel que con su hijo ahora lo está pasando peor que entonces. «Por lo que dicen de él en los medios. Yo ahora pienso en la madre de Monedero, fíjese… Cómo lo habrá pasado», lamenta.
“Vox ya está influyendo en lo que dice Casado. Y yo me alegro”

La historia de los Abascal es estremecedora. Al abuelo Manuel, que fue alcalde de Amurrio cuando Franco y abrió allí Novedades Abascal, ETA le mandó tres cartas: debía pagar 10 millones de pesetas si no quería morir. «Nunca pagó». Eso sí, pidió a sus ocho hijos que no se metieran en política. Uno de ellos, Santi, que «no podía dormir por los policías y guardias civiles que morían asesinados ya en la Transición», le desobedeció. Acabó convirtiéndose en edil del PP. Llegó a diputado en el Congreso. Y dejó huella en su único hijo varón. En cuanto cumplió los 18 años, el hoy líder de Vox se afilió al PP.

Mientras pasea por Amurrio, Abascal señala los tres lugares en los que ETA asesinó a tres vecinos, entre ellos al cariñoso cartero del pueblo cuando él era un niño. Señala la plaza bajo el balcón de su casa donde decenas de abertzales acampaban llamándolos asesinos. Lo acompañamos a la finca donde en el año 2000 dos caballos de la familia aparecieron pintados con goras a ETA en una escena propia de ‘La vida es bella’. («Somos como judíos en la Alemania nazi», declaró su padre a EL MUNDO).

Las paredes de las calles, ahora limpias, estuvieron llenas de dianas y amenazas. Tanto su padre como él aparecieron insistentemente en los papeles de ETA. «Lo que nos pasó lo sufrieron muchos. Pero nosotros, en vez de callarnos, salíamos en prensa cada vez que nos atacaban. Porque había que denunciarlo. Y supongo que cuanto menos nos callábamos, más nos atacaban. Sabían que con nosotros no podían».
“Marine Le Pen es una mujer muy valiente”

Los Abascal del valle de Ayala eran un carácter, una institución. Fue por entonces cuando, para proteger a su padre, Santiago Abascal se sacó la licencia de armas (que mantiene «por protección»). Esa era su vida. Siempre rodeado de escoltas. Los de su padre, los de su tío… y los suyos, desde los 23 hasta los 38 años. Escoltado se casó. Y escoltado estudió Sociología en la Universidad de Deusto.

En el cementerio, Abascal rememora cómo su padre hizo del 12 de octubre un acontecimiento nacional en Amurrio, adonde se desplazaron desde Fraga hasta Aznar. Y cómo los guardias civiles les agradecían su calor. Ahora miembros de distintos grupos policiales y militares le envían camisetas para que se las ponga y cuelgue la foto en Instagram. «Como ésta de la Legión: voy con ella al monte y por Amurrio… y nadie me dice nada», cuenta riendo.

Llega la despedida, lluviosa. Pone rumbo a la tienda que lleva su apellido. Aquí, ahora, descansa. De vuelta a Madrid seguirá “la guerra”.

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