África toca a las puertas de Europa

Canarias 7, Emilio González Déniz , 19-09-2018

La raza humana forma parte de los primates, y se ha clasificado a los humanos como homínidos, es decir, primates bípedos, aunque ahora también entran en esa clasificación los grandes simios: gorilas, chimpancés, orangutanes… Viene toda esta aclaración porque es necesario comparar el desarrollo de una línea de primates, los ahora humanos, con la de los demás. Durante la última glaciación, casi desaparecieron los primates sobre el planeta, y vieron reducido su hábitat a las zonas más cálidas de Africa. Fue allí donde comenzó la prodigiosa transformación hasta llegar a los que somos.

En la actualidad, si sumamos todos los grandes simios (gorilas, orangutanes…) que hay en el planeta, alcanzamos una cifra aproximada a los cien mil ejemplares, y el número de seres humanos pasa de los ¡siete mil millones! Eso da una idea de la eficacia de la raza humana para sobrevivir en La Tierra, algo que no se da en ninguna otra especie, pues el equilibrio entre mamíferos, aves peces e insectos se ha mantenido de manera similar durante milenios. Solo el hombre ha dado ese salto gigantesco y matemáticamente deslumbrante.

«Y todo eso comenzó en Africa, ese continente que sigue tendido al sol»

Por eso es el hombre el elemento que rompe el ecosistema general, pues el planeta puede aguantar ese crecimiento exagerado, pero no la capacidad de transformación del entorno que hemos desarrollado. Es casi una alucinación ver el recorrido de los humanos desde que se pusieron de pie hasta la potencia tecnológica que hoy dominan. Y todo sale de La Tierra, el hombre ha aprendido todos los pasos de su desarrollo, que es tal que ha llegado el momento en que lo ha sobrepasado y puede conducirlo a la destrucción. Tampoco sería la primera vez, y de eso los arqueólogos podrían ilustrarnos largamente. Por eso la desaparición de una civilización no significa la de los humanos, puesto que por pocos que sobrevivan pueden volver a repoblar el planeta y a desarrollar otras civilizaciones tan poderosas o más que la nuestra. Es la metáfora de Adán y Eva repetida hasta que el Sol nos absorba, pero para eso todavía faltan 75 millones de años, y no sé cuántas veces puede el hombre levantar y destruir civilizaciones en ese tiempo.

Y todo eso comenzó en Africa, ese continente que sigue tendido al sol, resecándose como clama su nombre, mientras los continentes que repobló siguen mirando hacia otro lado. Sólo van allí a buscar diamantes, petróleo, fosfatos, coltán… Esas razas impresionantes que están en el origen del hombre son nuestro predecesores, y han evolucionado como humanos, por eso el racismo contra la raza negra es, además de un signo de grave intolerancia, la demostración de una ignorancia supina sobre el origen de nuestra propia especie. Nosotros somos ellos, los procesos de la melanina son mecanismos biológicos que ha desarrollado el ser humano para adaptarse a las circunstancia vitales de las distintas zonas del planeta.

Ahora, sin el menor respeto, se mira hacia Africa como un problema, como si los africanos se hubieran empobrecido por voluntad propia. Han sido las grandes potencias las que durante siglos han saqueado el continente, y siguen haciéndolo, como sucede ahora mismo en la República del Congo con la guerra del Coltán (columbio y tantalio), un mineral que es fundamental para los aparatos de las nuevas tecnologías de la comunicación.

«Africa es por lo tanto el gran desafío del siglo XXI»

Canarias mira hacia Africa, y debe hacerlo porque su geografía indica que debe ser uno de los puentes para el desarrollo africano. Pero no hay que ser ingenuos, si es verdad que muchos pensamos que si en Africa hay menos pobreza disminuirá la presión de la inmigración irregular que viene por nuestras fronteras marítimas, también es cierto que mucho ven en ello un negocio. Y el negocio no es malo siempre que sea justo, y lo triste es que los propios poderes locales africanos llevan décadas sumidos en la corrupción, manipulando ayudas y aprovechándose de ellas.

Africa es por lo tanto el gran desafío del siglo XXI, porque tiene derecho a sus propios recursos y porque de no hacerlo también Europa sufrirá las consecuencias. Seguiremos clamando en el desierto, para que ese continente dejado bajo el sol de la miseria empiece a remontar y encuentre el espacio planetario que le corresponde incluso por escalafón, puesto que es el más antiguo. Y Europa tiembla porque África toca en su puerta.

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