Un grupo de jóvenes migrantes malvive en un terreno municipal

Aumentan las llegadas de menores que sufren adicciones y los centros están al límite

La Vanguardia, Rosa M. Bosch (TEXTO), 14-09-2018

El conjunto de barracas del camino de la Cadena, en el barrio de la Bordeta de Barcelona, en las que durante décadas han vivido familias con escasos recursos, la mayoría de origen marroquí, han alojado este verano a grupos de hasta una veintena de jóvenes migrantes, algunos menores de edad. “Cuando los vecinos dejamos estas casas hace unos cuatro meses para instalarnos en los pisos cedidos por el Ayuntamiento aquí al lado, en un edificio nuevo de la calle Parcerisa, empezaron a venir estos chavales”, comenta Laila, que vivió en una de las chabolas durante más de 36 años.

Con la marcha de los habitantes iniciales, la suciedad y los desechos han ganado terreno en un enclave conocido como Patio 27, de propiedad municipal y afectado por el proyecto de recuperación de Can Batlló. Montañas de basura, latas, sillas de playa, colchones, botellas, excrementos… y olor a orines dominan la zona común y también los habitáculos. Todavía siguen en este insalubre recinto dos de los antiguos ocupantes, dos hombres marroquíes, que según cuenta uno de ellos, Brahim Ait, un bereber de 64 años, están negociando una salida con el Ayuntamiento.

Laila baja cada día a lo que era su antiguo hogar para charlar en árabe con los chicos, la mayoría también marroquíes, y llevarles algún bocadillo. A primera hora de la tarde de ayer, sólo había uno que descansaba en el interior de una de las casas. “Me llamo Adam, soy argelino y tengo 17 años. A los 12 me fui a Francia y vivo en un centro de menores. He venido a Barcelona a visitar a un amigo marroquí”, relata en francés, entre risas y en tono amistoso, dándole las últimas caladas a un cigarrillo de liar. “No he tomado cola, sólo hachís”, precisa.

Laila comenta que el problema es que estos chicos inhalan disolvente y cometen robos, aunque varios vecinos consultados afirman que no han tenido problemas. Que en todo caso se pelean entre ellos, que hay jaleo algunas noches, que han quemado un coche pero que hasta el momento no pueden afirmar que los robos sufridos en el vecindario fueran cometidos todos por ellos. Sí se queja el propietario del supermercado de la calle Parcerisa, a pocos metros del Patio 27. “A veces entran seis o siete juntos y se llevan cosas sin pagar; también han atracado a alguna anciana y han roto cristales de vehículos”.

La Dgaia sostiene que todos los que no han cumplido los 18 años están bajo su protección, aunque fuentes del Departament de Treball, Afers Socials i Famílies recordaron ayer que “los centros no son de régimen cerrado, por lo que los adolescentes pueden entrar y salir libremente y escaparse. Si se escapan avisamos a los Mossos para que los busquen”. Ayer por la tarde, educadores de calle pusieron a disposición de la Dgaia a varios menores de edad que se habían instalado en Patio 27.

Laila es testigo diario de la vida de estos niños. “La otra noche uno de los más pequeños, no tendría más de 12 o 14 años, vino a las barracas con 1.000 euros. Yo le pregunté que para qué quería tanto dinero y el me dijo que para enviarlo a su madre, en Marruecos. Pero uno de los mayores le cogió todo el dinero”, detalla esta suerte de cicerone en este infame rincón.

Fuentes municipales respondieron ayer que Patio 27 “está dentro del ámbito de Can Batlló y forma parte de un proyecto de repar­celación. Ahora se está haciendo la gestión urbanística para poder acabar de demoler las edificaciones precarias y otorgar la categoría de solar al terreno, que según el planeamiento vigente está calificado de residencial”.

Tal como repetían los vecinos, los jóvenes del camino de la Cadena van y vienen. Duermen aquí y allá, a veces en los centros, otras en la calle, otras en las barracas.

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