Los rescatadores del Estrecho

de Salvamento Marítimo en la Frontera sur

El País, María Martín, 18-08-2018

Marineros y patrones de Salvamento Marítimo que navegan en aguas del Estrecho han dejado de mirar las redes sociales. Algunos han pedido a sus mujeres que no divulguen en ellas información sobre sus guardias, ni fotos de sus rescates. Su trabajo ya no es bien entendido por todos y en los comentarios a sus perfiles los acusan de llenar España de negros, de ejercer de ferry de la inmigración o de recibir dinero por cada migrante que salvan de morir ahogado. “Antiguamente nos veían como héroes. Ahora mis vecinos y mis amiguetes me dicen, medio en broma medio en serio, que deje de traer negritos”, lamenta Israel Díaz, patrón de la Salvamar Arcturus.

Entre martes y miércoles Díaz y su tripulación salvaron con su embarcación, una de las más activas en el rescate de migrantes, a casi de 200 africanos, una tercera parte de todos los que llegaron esos días a las costas andaluzas. Está exhausto desde hace años, pero este mes de julio, en el que las llegadas casi se han cuadriplicado respecto a 2017 (una media de 287 personas rescatadas por día), ha encadenado una emergencia con otra. “Hay días que trabajo 17 horas. La torre de control no entiende de horarios. Se creen que eres como una farmacia 24 horas”, dice sin orgullo en el puerto de Tarifa.

Díaz, hijo, nieto y bisnieto de armadores y pescadores, cumplió su sueño de entrar en Salvamento Marítimo en 2000, pero tras 18 años de rescates y recogida de cadáveres guarda cicatrices imborrables. Cada vez disfruta más de sus días libres, dedicados a fotografiar ballenas desde barcos turísticos en las aguas que patrulla. “Hace ocho años me hacía ilusión ir a por una patera. Ahora mismo le tengo cierta fobia”, confiesa. “En mi casa no hay nada naranja [el color de las embarcaciones de Salvamento] y veo un guante de látex para fregar y me recuerda a muerte, a desgracia. Amo mi trabajo, pero esto ya no se cura”.

Los trabajadores de la flota de Salvamento Marítimo son el brazo invisible al que se agarran los náufragos en el Estrecho y en el Mar de Alborán. Rara vez tienen protagonismo en los medios, pero están detrás de la inmensa mayoría de los rescates de migrantes que llegan a España tras lanzarse al mar: 26.897 personas hasta el 14 de agosto, según los cálculos de Acnur. En la ruta occidental del Mediterráneo, en la que Marruecos ejerce un papel residual en el salvamento, ya han muerto 308 personas este año.

Junto a Díaz trabaja un jovial marinero, a punto de cumplir 40 años, que insufla toda la motivación que su patrón ha ido perdiendo con los años. “Aquí un día recoges la muerte y otro día la vida. Forma parte del oficio”, relativiza Antonio Morillo. “Cuando conseguimos salvar a 20 personas en una patera donde caben ocho es muy gratificante. Que la primera mano que cojan es la tuya te hace sentir importante”, ilustra. Morillo, que trabajó en un centro de personas con discapacidad, confiesa que cada vez que rescata un bebé le dan ganas de adoptarlo. Su mujer se ríe y sus dos hijas pequeñas le regañan: “Que no papá, que ya somos muchos”.

En los barcos de Salvamento Marítimo hay voluntarios de las ONG dedicadas al rescate en el Mediterráneo Central, antiguos pescadores en las costas de Senegal, exmilitares, buzos profesionales o marineros de yates de recreo. No coinciden en sus ideas y algunos reproducen los bulos sobre inmigración que circulan en Internet. Todos recuerdan que ellos rescatan un Aquarius cada fin de semana y a la mayoría les molesta irse cada vez más cerca de Marruecos a salvar pateras. “No somos taxis”, dispara un marinero mal encarado en Algeciras. Tampoco están de acuerdo con la decisión del Gobierno de crear un mando único comandado por un guardia civil para coordinar las operaciones. Están hartos de jefes, nombrados por el Gobierno de turno, que no saben diferenciar babor de estribor. Todos, a pesar de sus quejas, saben y defienden su misión: salvar vidas.

La pasión por el oficio vive días de zozobra entre los más veteranos. A las demandas habituales de personal en la flota, se ha sumado la falta de recursos de policías y ONG para asumir la llegada de tantos inmigrantes a la vez. El enorme remolcador María Zambrano pasó los últimos días de julio atracado en puerto con cerca de 200 personas a bordo. Fue noticia, pero no fue el único. “Han usado los barcos como CIE ”, denuncian los patrones de los barcos afectados.

La Salvamar Gadir, en el puerto de Barbate, ya ha estado bloqueada dos veces la última semana de julio. “Tuvieron que hacer sus necesidades en bolsas de plástico. Nuestro baño no está preparado para esa cantidad de gente”, ilustra el patrón Damián Malia. Vivieron situaciones de caos. Uno de los días, con 135 marroquíes y argelinos agolpados en solo 22 metros de eslora, los rescatados comenzaron a tirarse al agua para huir del control policial. “Tú imagínate que un día de esos se parte un ferry por la mitad y nosotros estamos con los barcos bloqueados”, cuestiona Víctor Tierra, el patrón de la Salvamar Denébola, en un muelle de Algeciras. “Nunca me había pasado algo parecido. Cien personas en cubierta a las que además tenía que dar de comer. Eso me genera muchísima ansiedad. Del 28 al 31 de julio tuve la embarcación inoperativa. Esto era un campamento”, afirma Tierra.

Esta es una profesión de hombres —las mujeres en el mar representan un 2% de los 830 tripulantes que integran la flota— con mucha más vocación que ganas de hacerse rico. Un marinero gana en torno a los 1.400 euros y un patrón 2.300, dependiendo de la antigüedad y los complementos.

“Yo esto no lo hago por dinero. En el yate donde trabajaba antes ganaba cuatro veces más. Tenía una vida mejor y solo veía gente guapa. Pero a mí me enorgullece trabajar aquí”, ilustra en Barbate el marinero de 35 años Manuel Domínguez. “Me fui de la Armada porque me sentía jugando a hundir la flota, todo el día haciendo maniobras. Aquí lo que hago es real. Si no estoy, la gente se muere”, asegura el marinero, que habla árabe con los rescatados. Sergio López, regatista profesional de la Armada, de 43 años, no olvida el abrazo que le dio un subsahariano que vendía souvenirs en la Torre Eiffel, al decirle que era marinero en Tarifa. “Coincidían las fechas, aunque no sé si fui yo quien le rescató. Pero él estaba vivo y era feliz. Para él yo era alguien importante. Quiso regalarme todos sus llaveros”.

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