Feliz como un palestino

«Se observará también que en este enfrentamiento entre israelíes y palestinos, a los palestinos israelíes, que representan una cuarta parte de la población israelí, pero también una cuarta parte #de la población palestina, nunca se les consulta»

ABC, Guy Sorman, 16-07-2018

Vistos desde las terrazas de los cafés y las playas de Tel Aviv, Gaza y Cisjordania, los llamados territorios ocupados, quedan muy lejos. A este lado de Israel nos encontramos en Occidente, mentalmente más cerca de Estados Unidos y de Europa que del interior árabe o de Oriente Próximo. Los palestinos que conocen los israelíes, los que tienen al lado y con los que a menudo trabajan, son árabes musulmanes, aunque también hay algunos árabes cristianos, pero son árabes israelíes. Rara vez se los menciona en las noticias de actualidad, porque no participan en actos violentos. No se les cita y no sabemos mucho sobre estos árabes israelíes, ciudadanos del Estado de Israel, no «refugiados», que gozan de los mismos derechos que cualquier israelí. Y sin embargo, son numerosos: un millón y medio, una cuarta parte de la población total. Llevan una vida normal en Israel, usan el árabe, que, igual que el hebreo, es lengua oficial; tienen sus periódicos, sus escuelas y sus partidos políticos; hay árabes israelíes que son diputados, y a veces ministros y magistrados, incluso del Tribunal Supremo. Lo único que los distingue de los demás ciudadanos es que no están obligados a realizar el servicio militar a menos que se presenten voluntarios; algunos lo hacen, especialmente los drusos, que son musulmanes pero no se consideran árabes, lo que hace que les resulte más fácil encontrar un trabajo.

Aunque los árabes israelíes pueden establecerse en cualquier lugar, la mayoría viven en Galilea y Jerusalén. Fue allí donde la Guerra de Independencia de 1948 y la de los Seis Días de 1967 sorprendieron a sus padres. Estos eligieron sencillamente quedarse allí y no convertirse en eternos refugiados. Quedarse resultó ser la mejor opción: de todos los palestinos del mundo, una categoría cultural y geográfica muy vaga, surgida de conflictos locales, los árabes israelíes son los más libres y los más prósperos. Paradójicamente, son los únicos árabes que viven en una democracia, que disfrutan de una libertad de expresión total y de la igualdad de sexos.

No es en absoluto correcto, y tampoco está de moda, escribir cosas semejantes, pero esta es la realidad que cualquiera puede ver sobre el terreno, siempre que quiera mirar bien. Me objetarán que ser ciudadano árabe de un Estado judío no equivale a ser realmente libre, y estoy de acuerdo, pero los otros palestinos, los de Gaza y Cisjordania, que están bajo la tutela de los líderes árabes de Hamás y de la OLP, son más libres porque son aplastados por sus correligionarios. ¿Qué dirían estos palestinos oficialmente «refugiados» desde hace tres generaciones si pudieran elegir su destino? No lo sabemos, porque no tienen derecho a hablar; su libertad está confiscada desde hace cincuenta años por las mafias político-religiosas que pretenden representarlos en el escenario internacional. Evidentemente, se puede poner en duda la limpieza de las elecciones en Gaza o Ramala. Esta situación dura desde hace mucho tiempo y probablemente se prolongará durante mucho más tiempo, porque extraña paradoja Hamás y la OLP son apoyadas y financiadas desde el exterior, principalmente por la ONU y la Unión Europea. Son los gobiernos y las asociaciones humanitarias occidentales los que financian las escuelas, los programas de alimentación y las administraciones pletóricas de Gaza y Ramala. ¿Cuáles son las razones equivocadas por las que los gobiernos occidentales actúan así? Sin duda, una mezcla de política proárabe, conciencia tranquila y antisionismo. Y también esta vieja complacencia, la sensación de estar del lado de los condenados de la tierra, del proletariado, del lado de los ángeles.

En realidad, así se alimentan los extremos, se alienta el terrorismo y se impide cualquier solución negociada. A los israelíes les resulta fácil alegar que tienen frente a ellos a adversarios violentos que realmente no quieren la paz y que apoyan la destrucción de Israel. Se observará también que en este enfrentamiento entre israelíes y palestinos, a los palestinos israelíes, que representan una cuarta parte de la población israelí, pero también una cuarta parte de la población palestina, nunca se les consulta. Sin duda, les gustaría vivir en un Estado palestino, en buena armonía con Israel, pero un Estado palestino democrático que ni Hamás ni la OLP prevén, pues estos dos movimientos siempre han sido totalitarios. Los países vecinos de Oriente Próximo tampoco son modelos alentadores.

No propondremos aquí una solución, porque probablemente no la hay, y si existiera una que fuera viable, a la larga se sabría. Por lo tanto, nos conformaremos con subrayar la hipocresía de los discursos dominantes sobre el tema y con llamar la atención sobre aquellos de los que nunca se habla, los palestinos del silencio, bastante libres y prósperos en Israel, pero en absoluto libres o prósperos en otros lugares.

No podemos asegurar que los palestinos israelíes sean los árabes más felices, porque la felicidad colectiva no se puede medir. Pero los economistas, para comparar la situación de los pueblos, utilizan a menudo una escala de libertad de elección, y en esta escala, los palestinos israelíes están especialmente bien situados. Lo sé, es impropio escribir estas cosas y estas palabras solo me acarrearán problemas.

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