Atlántida Film Fest

Kurt Waldheim o cómo un nazi acabó al frente de la ONU

La directora de cine Ruth Beckermann recuerda la controvertida historia en un documental que se estrenó recientemente en Filmin

La Vanguardia, Lara Gómez Ruiz, 12-07-2018

Si uno tiene un momento para entrar en la web de la Organización de las Naciones Unidas, más conocida como ONU, verá que la entidad se define a sí misma como “una asociación de gobierno global que facilita la cooperación en asuntos como el Derecho internacional, la paz y seguridad internacional, el desarrollo económico y social, los asuntos humanitarios y los derechos humanos”. Una organización aparentemente idílica pero que esconde la que probablemente sea la mayor de las paradojas: un expresidente nazi.

El dignatario en cuestión era Kurt Waldheim. Logró enterrar su pasado durante veinte años, pero la verdad acabó saliendo a la luz. El que fuera el cuarto presidente de la ONU participó en las SA, la fuerza paramilitar del partido de Hitler antes de la guerra. Esto quería decir que había participado en crímenes durante la Segunda Guerra Mundial. Así lo evidenciaban unos documentos publicados por el periodista de investigación Hubertus Czernin en el diario Profil en 1986, durante la campaña para las presidenciales en la que Waldheim se presentaba como candidato. Hasta ese momento, el mismo personaje llegó a calificarse de ser un tipo respetable, un buen europeo e, incluso, un antibelicista.

Ahora, la directora Ruth Beckermann recuerda la controvertida historia en el documental El caso Kurt Waldheim, que se estrenó recientemente en el Atlántida Film Fest y que está disponible en Filmin. El largometraje repasa las incoherencias del exsecretario de la ONU durante su sonrojarte periplo televisivo, cuando concurría a las elecciones presidenciales. El Congreso Mundial Judío lo acusó de haber participado en el envío de 40.000 judíos a campos de exterminio. Sin embargo, pese a que muchos protestaran y lo pusieran en duda, esto no frenó su carrera política.

Entre 1942 y 1945, el mandatario sirvió como soldado de la Wehrmacht en los Balcanes. Durante mucho tiempo, estuvo a pocos kilómetros e Tesalónica, desde donde miles de judíos griegos fueron deportados. Pese a la evidencia de los datos, Waldheim siempre negó haber estado al tanto de estas masacres colectivas. Su único y pobre argumento con el que justificaba todo era que, “sólo cumplía con mi deber” y que “era una actividad totalmente correcta y honesta”. Tras verse acorralado, su partido ideó un muy cuestionable eslogan: “Los austríacos elegimos a quien nos da la gana”.

La guinda del pastel a esta mancha negra en su expediente fue cuando se conoció que gran parte de su servicio fue bajo las órdenes del general Alexander Lohr, condenado por crímenes de guerra y ejecutado por ello en 1947. Waldheim tuvo mucha más suerte que él. De hecho, pese a que toda esta información resonara en todos los medios de comunicación de la época, logró ganar las elecciones como candidato del conservador Partido Popular de Austria. No sólo eso, sino que, pese a que EE.UU. le declaró persona non grata y muchos países le negaron permiso de entrada, aguantó en el cargo hasta 1992. Sus únicas visitas oficiales fueron al Vaticano y a varios países árabes.

La polémica acabó despertando el debate sobre el pasado nazi de Austria, que siempre se había reivindicado más como una víctima que como una colaboradora. Como siempre, el diplomático trató de darle la vuelta, preciándose de haber propiciado un acercamiento de la sociedad austriaca a su propio pasado, pese a “pagar el precio de haber sido dañado personalmente”. Pero lo cierto es que Waldheim vendió a la opinión pública que estaba siendo víctima de un complot por parte de la comunidad judía. No ha hecho falta mucho tiempo para que la historia acabara demostrando que no fue así. Excusas tan aberrantes como “me inscribiría algún amigo o algún familiar”, acabaron quedando tumbadas tras la aparición de documentos gráficos en los que el político aparecía con uniforme del ejército nazi en Kozara (actual Bosnia) en el tiempo en el que el ejercito torturó y masacró a civiles.

Pese a que el material del documental data de hace más de 30 años, la propia directora plantea una reflexión intemporal: la necesidad de evitar que las responsabilidades individuales se diluyan en las colectivas y la defensa consciente de la mentira, tanto del que la lanza como del que la conoce y hace oídos sordos. Se puede decir que la cinta llega puntual, en un momento en el que la ultraderecha nacionalista forma parte del Ejecutivo de Austria, el gobierno húngaro firma leyes severas contra la libertad sexual y la inmigración y en EE.UU., la prensa ha destapado los centros de internamiento donde se aísla a los inmigrantes menores de edad de sus familias. Sin duda, una época que, a ojos de la cineasta, merece una gran reflexión.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)