EUROPA CON UNA ESQUINA ROTA

La falta de unidad de acción de la UE en la crisis migratoria contradice sus presupuestos fundacionales y las ideas por las que nació y cobró sentido

Diario Vasco, IÑAKI ADÚRIZ, 11-07-2018

Una grave ruptura del hombre con el hombre fue la de la Segunda Guerra Mundial, del pasado siglo, que movió ingentes cantidades de individuos y los condujo hacia la muerte, como si se tratara de un gigantesco aquelarre. ¡Qué inconsciencia, delirio y temeridad los de aquellos dirigentes políticos y militares!. De entre ellos, dos, Hitler y su opositor ruso, Stalin, junto a ayudantes y colaboradores, se llevaron la palma, incentivada esta con el ‘carpetazo’ a la guerra que dio Truman, el 6 y 9 de agosto de 1945, en Hiroshima y Nagasaki. Se podría decir que lo que se quebró fue debido a un cúmulo de distintas razones. El idealismo y exultación de los desfiles, el ofrecimiento de los cuerpos a la barbarie, el experimento de sustancias químicas y recién estrenadas tecnologías, la destrucción de la urbe de forma masiva, la revancha y el odio a borbotones, el dar vía libre a la irracionalidad, la más vasta degradación de la persona, el Holocausto, en fin, la aniquilación del ser humano, «la solución final». Luego, vino la reconstrucción de todo ello, que aún dura, pues los grupos paramilitares, xenófobos y neonazis, rebrotan. Y, también, la llegada del olvido, a pesar del abundante soporte bibliográfico, de libros de texto, de prolijos documentos y retrospectivas fílmicas. Con todo, no es descabellado pensar que una desgraciada carambola de acontecimientos pudiera volver a hacernos romper como personas.

Si la mayor masacre bajó el telón, al poco tiempo de ella, surgió, de nuevo, la ruptura. En esta ocasión, en forma de levantamientos militares, de dictaduras, que no poseen, desde luego, la dimensión de las guerras mundiales, pero que, en cierto modo, hacen que retorne la sima entre unos y otros seres humanos. Ahora que el régimen sandinista de Ortega nos retrotrae con su represión a las décadas de la segunda mitad del siglo XX, escojamos algún que otro sistema político parecido que, por aquel entonces, proliferó. Un relato, ‘Primavera con una esquina rota’, de Mario Benedetti, sobre la dictadura y el exilio uruguayos, tras el golpe militar de 1973, lo puede ilustrar. En él se combinan ficción y realidad. Por un lado, la pesarosa historia novelada de una joven familia, atrapada en separaciones y desconsuelos, por el encarcelamiento y la tortura. Por otro, la incorporación de testimonios sobre episodios y pormenores del exilio uruguayo vivido por el autor. Uno de los personajes, quizás, el que nos lleva más a reflexionar sobre el estado de las personas envueltas en el totalitarismo, sobre sus consecuencias, entre las que está habitar, además, en tierras extrañas, dice, después de lo peor de la rememorada dictadura uruguaya: «Por dentro, y a veces por fuera, nos pasó una tormenta, un vendaval, y esta calma de ahora tiene árboles caídos, techos desmoronados, azoteas sin antenas, escombros, muchos escombros. Tenemos que reconstruirnos, claro». Es la metáfora de la primavera, es la dinámica que ofrece la vida, las ganas y la razón de vivir, la renovación de las cosas, ante la esquina rota de la violencia, del terror y la usurpación de los derechos humanos. Era, entonces, Uruguay con una esquina rota, como antes y después lo han sido otros países o territorios, como lo son ahora, ya en el siglo XXI, en los que la deplorable quiebra de lo humano prevalece, antes que cualquier otra consideración.
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No otra cosa se puede subrayar, si se habla de lo que sucede actualmente en el Mediterráneo, ante la crisis migratoria, que sin duda incide en los países de la UE. Con motivo del estado de vida caótico de las distintas regiones africanas y de las del Oriente Próximo, la pérdida diaria de vidas humanas en el mar «salvador» resulta lacerante. No menos, la división negligente y la concepción discriminatoria de las políticas migratorias de los países receptores de náufragos inmigrantes. Si, con las migraciones diarias, hay algo que contradice los presupuestos fundacionales de la UE, eso es esta falta de unidad en la acción que hay que llevar a cabo. Se habla de la inacción revanchista de Italia y Malta, pero el actual estado de cosas en Alemania, a pesar de una Merkel siempre sensible a las cuestiones migratorias, demuestra el cuidado que se tiene con este tema, en especial, por no violentar el sentir de los votantes de los partidos coaligados del Gobierno alemán. Qué no decir, de los países integrados en la UE que, por sistema, se dedican a boicotear fórmulas humanitarias y de repartos equitativos.

Tras la crueldad, entre vecinos, que culmina con la Segunda Guerra Mundial, «una Europa pacífica, unida y prosperante» se había convertido en el ideal de los llamados once padres fundadores, desde K. Adenauer hasta A. Spinelli. El ‘divide y vencerás’, ante el tema del refugiado, está a punto de llevarse por delante una de las principales premisas por las que nació y cobró sentido Europa. Por lo menos, por ahora, su espejo y su existencia no deja de estar roto por una esquina, la de la inusitada falta de unidad ante el fenómeno de la inmigración. O, si se quiere, la de desentenderse del vigor que se les ha de suministrar a los, siempre, tan nombrados, en su ámbito europeo, derechos humanos.

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