Lecciones de la historia

La Vanguardia, Daniel Fernández, 23-06-2018

Las humanidades en general, por no hablar del latín, han sido sistemáticamente maltratadas en los llamados diseños curriculares de los últimos años. La historia, la literatura, la filosofía, el arte, van desvaneciéndose en una sociedad que, lamento escribirlo, se vuelve año tras año más ignorante supuestamente en favor de la técnica. ¿Para qué aprender, saber, si todo está en Google? La historia, el conocimiento de los hechos pasados, ha perdido su prestigio, por más que se invoque y use como arma arrojadiza. Se llega a la universidad sin una cronología clara en la cabeza, casi sin referentes. Y nuestro pobre debate político refleja, me temo, esa falta de coordenadas. Ni funcionó la educación para la ciudadanía ni hemos conseguido que el español argumente en lugar de discutir. Buena prueba de ello es ese insulto cruzado, facha, que se aplica a derecha o izquierda sin matices ni distingos. Leo Strauss ya planteó hace años (en 1951, cuando estaba establecido como profesor en Chicago) la reductio ad Hitlerum, como una falacia que invalidaba cualquier argumento. Hitler era socialista, ergo todos los socialistas son nazis, por ejemplo. O, más elaborado, recordar que Hitler era vegano (o vegetariano, no está muy claro), ecologista, enemigo del tabaco y amante de los animales. Por lo tanto, todas esas actitudes serían dudosas, pues el gran monstruo contemporáneo también participó de las mismas. Una vez es comparado alguien o su pensamiento con Hitler, ya no hay debate posible. Mike Godwin propuso en 1990 la llamada ley de Godwin, que viene a decir que a medida que una discusión en línea se alarga, la probabilidad de que aparezca alguna comparación en la que se mencione a Hitler o los nazis tiende a uno. O lo que es lo mismo, y eso es especialmente válido para el mundo de lo que conocemos como redes sociales, en toda discusión la argumentación termina cuando se aparece el espectro de Hitler o del nacionalsocialismo. Porque si las comparaciones son odiosas, la que supone el insulto máximo anula cualquier posibilidad de diálogo razonado.

Así las cosas, y pese al clima actual, que parece obligar a elegir, según el credo de algunos, entre ser independentista o facha, mientras que otros optan por llamar fascistas a los que a su vez les gritan fascistas, es de agradecer que un nutrido grupo de historiadores se haya atrevido a reflexionar y escribir sobre catalanismo y fascismo en un voluminoso libro coral –más de setecientas páginas– que ha publicado la editorial Gregal y que lleva por título El catalanisme davant del feixisme 1919 – 2018. Vaya por delante que es un libro inevitablemente desigual, dadas las múltiples cabezas y manos que intervienen: Steven Forti, Joan B. Culla, Susanna Tavera, Joan Maria Thomas, Ferran Gallego o Xavier Casals, por citar unas cuantas de las firmas que aparecen, pero es un libro valioso y valiente. Lo han coordinado, y por supuesto se arriesgan a escribir en él, Enric Ucelay – Da Cal, Arnau Gonzàlez i Vilalta y Xosé Manoel Núñez Seixas, que ya dibujan un triunvirato rector ecléctico y curioso, con Ucelay – Da Cal, el decano del trío, arrastrando todavía la fama de historiador norteamericano (nació en Nueva York hijo del exilio republicano) que se interesó por el nacionalismo catalán, lo que ha servido a más de un supuesto colega para guardarlo en conserva, pues no acaba de ser uno de los nuestros (entiéndase a lo Lord Jim) y Núñez Seixas, con su ganada muletilla de atlántico y periférico, gallego y que fue profesor en Munich, también estudioso de los varios nacionalismos ibéricos; los mismos guardianes de las esencias patrias lo tienen por otro que no es de los nuestros. Gonzàlez i Vilalta, el más joven de los tres, es por el contrario bien conocido como historiador que no rehúye ni la polémica ni los medios de comunicación y que hace gala en cuanto puede de su ideología independentista y a sus treinta y ocho años acumula ya una bibliografía extensa sobre la Catalunya de entreguerras y la Segunda República española, con singular atención a las cancillerías europeas de ese tiempo. La hasta cierto punto paradójica con­clusión de este libro que se quiere poliédrico sería que ha habido fascistas ca­talanistas y nacionalistas catalanes fascistizados, pero no un fascismo catalán organizado como tal. Opinión discutible según quién y cómo lea el libro, aunque la honestidad intelectual de su peculiar tripartito editor los lleva a empezar preguntándose qué es el fascismo para bucear en la ya clásica definición entre el fascismo italiano digamos que en sentido estricto y lo que entendemos por fascismo, donde estarían también Franco y la Falange.

En realidad, se hace difícil imaginar que un movimiento nacionalista popular no tuviese contactos y tentaciones fascistas en la Catalunya de los años treinta, pero el libro va mucho más allá, al vincular, extendiéndose hasta el tiempo presente, aspectos dispersos como la lengua, la pureza de la raza –del Xarnegos fora! al actual rechazo a la inmigración extracomunitaria– o la división maniquea entre los buenos y los malos catalanes. Justamente por eso es más que un libro de historia escrito para el breve consumo de los historiadores, porque en estos días en los que volvemos a escuchar hablar de Dencàs i de los hermanos Badia y que se le reprocha al actual president su admiración por ellos, muy especialmente denostada cuando se vincula a la figura de Miquel Badia, el Capità Collons, es importante comprender qué relación tuvieron las gentes de las Joventuts d’Esquerra Republicana – Estat Català con el fascismo italiano, la violencia y la intimidación y la parafernalia de uniformes y actitudes paramilitares. Y cómo la tentación de poble armat poble respectat llega hasta Terra Lliure y más allá. Insisto en que es un libro valiente, editado con el aparato crítico serio y necesario, bibliografía, índice onomástico, pero que destaca por ser algo más, déjenme volver sobre ello, que un libro de historia de varios autores. Es, al final de la lectura y tras cerrar sus páginas, todo un exorcismo que debería hacer que cualquiera se pare y deje de llamar facha a alguien que piensa distinto o siente de otra forma.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)