¿Y qué más?

El Correo, IGNACIO MARCO-GARDOQUI, 13-06-2018

Vaya por delante que me parece bien la decisión del Gobierno de traer al ‘Aquarius’ a un puerto español. Hay razones más que suficientes de legalidad, decencia pública y mera humanidad, para impedir que se hundan en el mar 629 personas delante de nuestras narices, pegadas al televisor. Una vez dicho esto, también hay que decir que esta acción es muy poca cosa y, además, se rodea de un espectáculo rayano en lo indecente. ¿Qué vamos a hacer después con ellos? Tras rehidratarlos y alimentarlos, les ofreceremos sanidad gratuita, pero ¿les vamos a proporcionar también formación para ganarse la vida entre nosotros? ¿Les vamos a ofrecer un empleo o les vamos a dejar embarrados en algún lugar perdido entre la mendicidad y la delincuencia? ¿Vamos a mostrar la misma generosidad con las miles de personas que diariamente se encaraman a la verja de Melilla o de Ceuta, con los cientos que arriban con menos estrépito a las costas de Cádiz?

Los flujos migratorios son una cosa muy seria y un problema enorme al que Europa no ha sabido darle una respuesta común y coherente y que está despertando los peores instintos de la condición humana. Porque hay unas cuantas verdades que quedan oscurecidas por el espectáculo. La capacidad pacífica de recibir inmigrantes depende de la capacidad de asimilación de una sociedad y ésta depende mucho de la posibilidad de ofrecer un trabajo digno. Si se sobrepasa ese límite, se desatan las bajas pasiones y los altos populismos hasta alcanzar la terrible xenofobia.

Es evidente que lo mejor especialmente para los que se aventuran en el mar con tan escasos medios como tan abundantes ilusiones sería que pudieran encontrar una vida digna en sus países. Pero antes hay que hacer algunas cosas. Es necesario pacificar sus naciones para eliminar el caos producido por las guerras tribales y los fanatismos. Puesto a ello, la UE debería adoptar una postura militar más decidida y aplicarla con menos remilgos. La paz en Africa es conveniente para los africanos y vital para los europeos.

También hay que promover y si fuera necesario imponer ¿que hay de malo en ello? unos sistemas de gobierno democráticos, pacíficos y estables para aplicar después una especie de Plan Marshall que desarrolle unas economías que están hoy perfectamente subdesarrolladas. Con ayudas a la formación, el único remedio sostenible, y al emprendizaje local.

¿Es difícil de hacer? Es extraordinariamente difícil. Pero mientras Europa no tome las riendas del problema y ataje su raíz, seguiremos viendo barcos endebles y abarrotados navegando a la deriva de nuestra indiferencia. Y seguiremos viendo obscenos espectáculos de una solidaridad que solo existe en la superficie que sale en los informativos, pero no baja a las bodegas donde se almacenan (literalmente) nuestros desfavorecidos semejantes. Sin olvidar que todos nosotros emigramos un día de África y que quienes lo hacen ahora son los que se quedaron a cuidar la ‘casa del padre’. ¡Qué cruel ironía!

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