El honor

El Correo, 18-04-2006

El honor ha vuelto a Europa, y no el honor en la primera acepción del Diccionario de la Real Academia, ése que nos serviría para calificar de ‘honorable’ a una persona si aún se dijesen tales cosas. El honor que está de vuelta es el honor chungo, si se me permite el expresivo y terminante adjetivo popular. Es, ni más ni menos, el de Calderón de la Barca, el que llena de sangre, opresión y celos el teatro español del Siglo de Oro. A Hatun Surucu, alemana de origen turco, la mataron sus hermanos por vivir como una alemana del siglo XXI y no como una turca del siglo XIX. De esta forma ‘lavaron’ el honor de la familia. Hace poco, el juez ha dictado sentencia, condenando al hermano menor, autor material del crimen, a nueve años de prisión y exculpando al resto del ‘honorable’ clan, que celebró la resolución con alegría y expresiones de triunfo. Dicen (lo dicen los propios musulmanes) que en la sociedad paralela constituida dentro de Alemania, en el profundo interior de los barrios turcos y kurdos, la vida es menos moderna que en algunas poblaciones de Anatolia. Las mujeres viven completamente sometidas a la autoridad (y a los abusos) de padres, hermanos o maridos. En cuanto a las bodas forzosas, cercenan la libertad tanto de mujeres como de hombres, pero la situación de ellas es siempre más dramática en este tipo de sociedad tradicional donde el individuo (es decir, la persona real y concreta que sufre y siente) cuenta muy poco, y, si el individuo es mujer, ni siquiera cuenta. ¿Qué pasa con los hijos de los inmigrantes, qué pasa con estas gentes para que estén creando dentro de Europa zonas de excepción donde las libertades y los derechos sancionados por las Constituciones son un puro pitorreo? Lo que sabemos es que, aislados en su territorio (sus barrios) constituyen comunidades independientes que, cuando vienen mal dadas y el paro las afecta en mayor medida que al resto de la población, retroceden hacia ideales y formas de organización premodernas en las que cifran su identidad y su esperanza. En España, son los hijos de los musulmanes que llegaron en busca de una vida mejor los que más preocupan a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Son ellos, y no sus padres, los que están dispuestos a integrarse en células islamistas o a viajar a Irak (no precisamente a hacer el bien). ¿Podríamos aplicar las enseñanzas cosechadas por la experiencia ajena, ya que existe? ¿Qué tal si empezamos por leer, no sólo el libro de Ayan Hirsi Ali, ‘Yo acuso’, sino también tres libros escritos por otras tres musulmanas rebeldes: ‘El gran viaje hacia el fuego’ de Seyran Ates; ‘La novia extranjera’, de Kelek, y ‘Somos vuestras hijas, no vuestro honor’, de Serap Cileli. ¿Se habrán publicado en España? Convendría hacerlo.

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