Denuncian que no alquilan pisos en Cataluña a refugiados por color de su piel

La Vanguardia, , 14-05-2018

Los periodistas Sara Montesinos y Samuel Nacar, voluntarios en Grecia en 2015 y 2016, denuncian que en Cataluña “han llegado refugiados a quienes no contratan o alquilan un piso por su color de piel”, y critican que, pese a las muestras multitudinarias para acoger refugiados en Cataluña, “no hemos estado a la altura”.

Nacar (Barcelona, 1992) y Montesinos (Premià de Mar, 1990) acaban de publicar el libro ‘Petjades d’aigua i sal" (Huellas de agua y sal) (Ed. Pagès), donde narran momentos de ambos en Lesbos e Idomeni (Grecia) y de Nacar en Calais (Francia).
En una entrevista con Efe, confiesan que escribir el libro ha sido duro porque les “atravesaba en canal” pero, a la vez, “cierra un capítulo” de sus vidas.

Los jóvenes periodistas lamentan que ya no se hable de la situación de los refugiados en Grecia, que “es cada vez peor”, y lo achacan a la falta de cobertura mediática: “Europa se ha cansado de los refugiados tras el olvido de la marca Lesbos”.

Actualmente hay 16.500 personas en los campos de refugiados de las islas griegas, principalmente en Lesbos, Chios y Samos, aunque su capacidad es de unas 9.000 plazas, y sólo en lo que llevamos de 2018 ya han llegado más de 9.000 personas: “No va a parar”, advierte Nacar.

El periodista, que acaba de volver de Lesbos, explica que este año ha notado “otras respuestas” entre los migrantes, sobre todo enfado y malestar con Europa, tras estar seis meses encerrados en el campo de Moria sin saber si podrán trasladarse a la península griega.

Ambos coinciden en que la situación narrada en el libro era muy distinta a la actual, ya que “había esperanza porque los refugiados sabían que saldrían de ahí, tarde o temprano”, mientras que ahora no, porque están obligados a pedir asilo en Grecia o, en el peor de los casos, son devueltos a Turquía.

Montesinos y Nacar reconocen que se “complementan”, porque vivieron momentos distintos en Grecia, pero también porque personalmente son muy diferentes y tienen opiniones dispares sobre su papel como periodistas, la gestión emocional de la labor voluntaria y las expectativas de cambio relacionadas con ella.

Nacar llegó antes, en septiembre de 2015, y vivió algunos de “los peores momentos” de Lesbos, cuando llegaban hasta 4.400 personas al día, mientras que cuando llegó Montesinos, en enero, las llegadas habían disminuido y se trasladaron al campo de Idomeni, donde había 8.000 personas atrapadas tras el cierre de la ruta de los Balcanes.

Montesinos trabajó y creó “comunidad” en un campo alrededor de Idomeni, llamado EKO Camp, donde voluntarios y refugiados hicieron “familia”: “El primer cartel en árabe que pusimos decía que no habíamos ido ahí a trabajar por ellos, sino porque teníamos dinero y unos privilegios de persona blanca y queríamos hacer algo con ellos”.

“Esto nos llevó a tener relaciones súper estrechas”, rememora Montesinos, quien confiesa que “lo único que cura” tras la dura experiencia es volver a ver a sus amigos y familias refugiadas ya instalados en su nuevo hogar, en distintos países de Europa o hasta en su pueblo, Premià de Mar.

“Hassan, un compañero del campo, es ahora mi vecino en Premià, y ayer me lo encontré y subimos a mi casa a tomar una cerveza: hemos cerrado el círculo”, relata la periodista.

Pese a ello, Montesinos explica que siente “rabia” porque nadie pagará por lo que vivieron tantas personas, atrapadas en Grecia durante largos meses de 2016 y 2017 en campos: “¡Para la mierda de acogidas que han hecho, ya lo podrían haber hecho hace dos años!”, exclama.

Nacar defiende el impacto de la tarea que hicieron miles de jóvenes europeos en las costas griegas, y cree que les ha hecho sentirse capaces de cambiar las cosas: “Este movimiento ha permitido que la gente vea la utilidad del pueblo como tal”.

Montesinos es más pesimista y confiesa que durante el tiempo en Grecia pensó que su trabajo “no servía de nada, que era un parche”, aunque ahora ha cambiado su punto de vista porque dice que contribuyeron “a generar nuevos recuerdos, sobre todo a los niños”.

La periodista revela que, cuando visita a sus amigos refugiados por Europa, no hablan del frío que hacía en el campo, o de cómo la comida era la misma todos los días, sino de los momentos compartidos: “Esto es un cambio, pero no tan global sino individual, con las personas con las que tuvimos la suerte de encontrarnos”.

Aunque Nacar dice que no ha cambiado tras sus meses en Grecia, y Montesinos dice que ella sí, ambos coinciden en que su tiempo allí no ha diluido sus preocupaciones por la vida cotidiana en Barcelona: “A mí se me acaban los datos del móvil y me pongo nerviosa de verdad”, confiesa.

Cuando Nacar volvió de Grecia, le molestó que la gente más próxima a él pensara que ya no le importaban los problemas de “aquí”, como si ya no pudieran volver a hacer “vida normal”: “Ahora más que nunca, quiero vida normal”, concluye.

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