Los musulmanes y la política en Europa: una cuestión sin definición

Claves para entender la relación de la población musulmana de Europa con la política.

Público, Carmen Chato, 10-05-2018

Cuando el laborista Sadiq Khan se convirtió en alcalde de Londres en mayo de 2016 los medios de comunicación social destacaron al unísono una particularidad: Khan es musulmán practicante; profesa la misma fe que sus padres, inmigrantes paquistaníes que llegaron en los 60 a Reino Unido. Aunque Khan naciera ya en suelo británico, trabajara como abogado especialista en Derechos Humanos y tuviera una carrera política consolidada en el Partido Laborista cuando ocupó el sillón consistorial, su elección resultaba inédita por ser el primer creyente en la fe de Mahoma en ostentar la alcaldía de Londres, uno de los centros del Occidente económico, político y cultural sobre el que gira el poder mundial en general y el pensamiento occidental en particular.

A pesar de que pueda ser un tanto a favor de la reafirmación de la idea de una Europa multicultural y ejemplo de políticas integradoras (donde, además de los inmigrantes intracomunitarios, 2,4 millones de personas lo son de terceros países), el halo de exotismo que ostenta la elección Khan se difumina cuando se revelan algunas cifras. Según un estudio realizado por Pew Research, en 2016, los musulmanes en suelo europeo era el grupo más numeroso de las minorías religiosas alcanzando un 4,6% de la población europea. En total, 25 millones de personas que en países como Chipre constituyen el 25% de sus habitantes, en otros como en Francia o Suecia se sitúa en torno al 8% y en algunos como Alemania, Reino Unido o Austria se mueve en la horquilla del 6-7%. En Bosnia y Herzegovina, país potencial candidato a entrar en el club europeo, los musulmanes abarcan el 46% de la población. Si nos detenemos en Turquía, país candidato, alcanza el 99,8% la distinción religiosa-cultural musulmana de su población.

Para la opinión pública del Viejo Continente las cifras de población que se define como musulmana tienen cada vez más relevancia. Aunque esta percepción se muestre subjetivamente magnificada y esté centrada sobre todo en los migrantes. Así, según un estudio del think tank Chatham House basado en una encuesta realizada a 10.000 personas de 10 países europeos, una media de 55% entre los europeos encuestados afirma que se tendría que parar la inmigración desde los países musulmanes, llegando a unos picos del 71% en Polonia o del 65% en Austria. Como consecuencia, termina siendo un asunto destacado en las campañas electorales en la actualidad, que genera, en muchas ocasiones, un debate en negativo en torno a este tema y deja de lado sensiblemente esa idea de una Europa abierta e integradora. Además, el enfoque tendencioso de la crisis de refugiados, de los ataques terroristas o de la gestión de la integración derivada de las sociedades multiculturales no ayuda a generar un debate sereno. A esto se suma la falta de consenso en las legislaciones nacionales europeas sobre temas como la prohibición o no del velo islámico (aunque el Tribunal Europeo de Justicia haya dictaminado como no discriminatorio prohibirlo en el trabajo) y símbolos religiosos culturales externos, las prácticas como la oración diaria o el ramadán y demás celebraciones religiosas, la gestión de mezquitas y escuelas coránicas o las prácticas halal, que siguen siendo minoritarias en el espectro global de la población europea. Unas políticas públicas no uniformes que se deben a las distintas realidades y aproximaciones existentes en Europa en relación a sus habitantes musulmanes.

En este sentido, los países que en 2017 fueron llamados a las urnas y que, además, tienen un porcentaje por encima de la media europea de población musulmana han visto cómo sus políticos en campaña han señalado como objeto de sus programas electorales a este grupo de población. En Francia (elecciones legislativas y presidenciales), Alemania (presidenciales y federales), Austria (legislativas), Holanda (elecciones generales) y el Reino Unido post Brexit (generales) ha escalado como tema de interés, tanto para atraer a aquellos musulmanes que tienen derecho a voto como para que la “cuestión musulmana” (si es que en realidad existe) ocupe un punto destacado en los actos de campaña. Una situación nueva pero en progresión que se ve sobre todo azuzada por los partidos populistas y de extrema derecha. A este respecto, tanto el Frente Nacional de Marine Le Pen, la xenófoba Alternativa para Alemania, la extrema derecha del Partido de la Libertad (FPÖ, por sus siglas en alemán) austriaco, la ultraderecha holandesa del PVV o el UKIP en Reino Unido fagocitan e incendian este debate. Estas formaciones del ala más extrema de la derecha radical han conseguido, de esta manera, establecer la agenda forzando al resto de partidos a seguir con el debate de una forma reactiva.

Una situación que puede tener su origen en que los partidos socialdemócratas, cuando comenzó la inmigración económica desde los países de mayoría musulmana en las décadas de los 60-70 la asumieron, según Jonathan Laurence, experto del Brooking Institute en el Islam y Occidente, como un aliado electoral natural por ser en su mayoría personas de clase obrera. Este estrato social, a su vez, constituía entonces su masa de votantes de base. Sin embargo, en la actualidad los electores no son un bloque tan unificado como en esa época. Con la consabida crisis económica y el cambio de paradigma económico y social, los partidos xenófobos han sabido aprovechar la situación para captar a esa masa descontenta y frustrada que se decanta ahora por estas opciones que en ocasiones califican al islam como el nuevo fascismo europeo (el gran fantasma ideológico y político en Europa) o que demandan un veto a la inmigración desde países de mayoría musulmana. Así, en este escenario es muy poco probable que entre sus votantes se encuentren ciudadanos que profesen la fe en el islam. Pero de la misma forma, los partidos que tradicionalmente acaparaban este voto se muestran incapaces de ofrecer un discurso que pueda cautivarlos sin dejar que parte de sus votos vuelen a otras formaciones más conservadoras o incluso extremas en el catálogo de las ideologías de la derecha en Europa.

Un panorama al que se suma otra de las particularidades de la tendencia de voto de estos ciudadanos: no hay un bloque uniforme que se defina como musulmán en Europa, carente también de una pauta a seguir a la hora de votar. Por lo tanto, al no existir, el target a alcanzar por el marketing político es difuso y no uniforme. Incluso esta situación se ve aumentada en países como Francia ya que están prohibidas las encuestas o estadísticas étnicas pues chocan, según los defensores de esta particularidad, con el modelo republicano de integración del Estado francés para con sus ciudadanos.

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El alcalde de Londres, Sadiq Khan, en un colegio de la ciudad. (Jack Taylor/Getty Images)

Pero además de como votantes y de cómo objeto de campañas y de políticas, y dejando de lado el simbolismo de la elección de Sadiq Khan como alcalde de Londres, los ejemplos de personas de religión y/o cultura musulmana son cada vez más habituales. Rama Yade fue otro torbellino mediático hace una década en la arena política francesa. Mujer, de raza negra y musulmana, ostentó el cargo de secretaria de Estado de Asuntos Exteriores así como de Derechos Humanos durante el Gobierno de François Fillon. La que fuera una de las mujeres fuertes y estrella del partido de Sarkozy se presentó, esta vez sin mucho éxito, a la lucha por el Elíseo en las Elecciones presidenciales de 2017 con una formación independiente que ella misma puso en marcha.

En la Europa Mediterránea, en Italia, el político de origen marroquí Khalid Chouki ocupó un escaño del Parlamento italiano representando al centro-izquierda del Partido Democrático durante la XVII legislatura. Desde esta tribuna, Chouki lideró una iniciativa que defendía el derecho a la ciudadanía de los inmigrantes residentes y descendientes. Él tardó 14 años en obtenerla en un país con una de las normas más estrictas de Europa a este respecto y que es la llave para desempeñar trabajos en áreas cualificadas como el periodismo, la medicina o el derecho. Como Khan y Yade, se muestra como un musulmán practicante además de comprometido con su fe puesto que recientemente ha sido elegido como presidente del Centro Islámico de Roma.

Pero si la normalización de la xenofobia en política se da por asumido en Europa, según la organización Human Rights Watch, también existe un discurso moderado por parte de políticos que exponen otro tipo de posturas. Naser Khader, diputado sirio-danés del Partido Conservador, no dudó en defender de manera abierta la libertad de expresión eligiendo las caricaturas de Mahoma como ejemplo. Otro alcalde, Ahmed Aboutaleb, pertenece al Partido Laborista holandés y dirige el consistorio de Rotterdam desde 2009. En este caso, y en defensa de la integración, Aboutaleb no duda en perseguir y criminalizar a los salafistas, a los terroristas de Daesh retornados o a algunos musulmanes, que según él, se muestran poco contundentes a la hora de condenar al Estado Islámico y sus acciones terroristas. “Cuando escuchas las reacciones musulmanas actuales en el sentido de que no son verdaderos musulmanes los que cometieron estos actos y que este no es el islam, es equivalente a decir algo como que no fue Estados Unidos quien llevó la guerra en Vietnam”, es una de sus declaraciones que muestra abiertamente su postura. Un ejemplo más, entre los miles en suelo Europeo, de por qué los musulmanes en política, sean objeto o sujeto, continúan siendo una amalgama complicada de definir, de catalogar y de encasillar ya que lo religioso hace tiempo que en Europa se quiso limitar al ámbito de lo privado, alejándolo de la esfera pública.

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