Seguridad laboral. El arnés que utilizan estos 'colgaos' de las fachadas que restauran edificios tiene tres cuerdas: una en la que van sujetos, otra para el material y otra llamada 'por si acaso'... M2 acompañó a dos expertos operarios de la empresa Aire, Trabajos Verticales en el embellecimiento de un edificio de la calle de Cea Bermúdez. Confiesan un temor, que no es el más esperado: el frío del invierno

Del vértigo a la rutina: así trabajan los 'colgaos'

El Mundo, 17-04-2006

Un par de arneses, unas cuerdas, un casco y mucha seguridad en uno mismo. Eso es todo lo necesario para descolgarse desde la terraza de un edificio. Aunque más de uno no se pondría en la tesitura ni por todo el oro del mundo. En especial, si se sufre de vértigo o de miedo a lo desconocido.

Justo lo que experimentó William Alberto Estrada la primera vez que su cuerpo probó la fragilidad de sentirse sin nada bajo los pies. El pánico resultó tan intenso que su memoria ha preferido obviar todo lo ocurrido durante aquella primera jornada. En blanco se quedó, y aún hoy, dos años después, no consigue recordar nada.«Sólo sé que el edificio tenía siete plantas y que me agarraba a las cuerdas como si de ello dependiera mi vida». Y en cierto sentido, así era.


Con el tiempo ha conseguido que la idea de una caída libre no le merodee en la cabeza más de lo estrictamente necesario y, como en cualquier otra profesión, la familiarización con el trabajo diario le ha permitido contemplar las cosas desde otro prisma.Aunque, como él dice, «nunca hay que perderle el respeto a la altura».


Christian Flores, su compañero de fatigas, es ecuatoriano, como William, y junto a otros dos rumanos son los únicos trabajadores extranjeros de la empresa Aire, Trabajos Verticales. Una firma madrileña ubicada en el número 19 de Ambrosio Vallejo que cuenta con una plantilla de 15 personas.


Con los remates que ambos están realizando, en una fachada de la calle de Cea Bermúdez, darán por concluida la restauración de un edificio señorial en el que han llegado a estar descolgadas hasta 4 personas a la vez el último mes.


Pero lo complicado de este oficio, aunque pudiera parecerlo, no es la altura. Al menos, ésa es la opinión de Luis Miguel Pérez, uno de los gerentes de Aire. Y como él ha sido monaguillo antes que fraile, debe saber de lo que habla. «Es más difícil aprender el oficio que colgarte. Si sabes hacer el trabajo, sanear un edificio en el aire es sencillo. La restauración consiste en picar los desperfectos, las grietas y los desconchones, arreglarlos con mortero de cemento, arena y demás, y después pintarlo. Esto se aprende echando horas», comenta.


Él y su socio, David Rodríguez, decidieron tras siete años pegados como lapas a las paredes de los edificios por cuenta ajena, crear su propia empresa. Y ahora, gracias a aquella apuesta personal, realizan cinco o seis restauraciones de viviendas al mes. Eso sin contar la limpieza de cristales en vertical, a la que también se dedican.


Pero aquí, todo lleva su tiempo y lo primero es trabajar como peón, o como les llaman ellos, de sparring. Un anglicismo que, diccionarios aparte, para los trabajadores de las alturas designa a la persona que les prepara la pintura y está pendiente de todo lo que necesiten los colgaos, como se les llama, no sin cierta sorna, a los oficiales que se deslizan por las paredes.


William y Christian tienen categoría de colgaos. Lo que en la práctica significa que descienden desde la terraza del edificio sentados sobre una madera, a la manera del asiento de un columpio, y desde allí realizan su trabajo. «Siempre tienes que mirar todo antes de descolgarte, e intentar que no roce ninguna cuerda en ninguna parte para evitar que se pueda cortar, pero nada más.No hay más problemas». Y Christian sonríe antes de perderse cornisa abajo.

Lo peor, el invierno

Él, que a sus 25 años cuenta con un lustro de experiencia a sus espaldas en esto de emular a Spiderman en los edificios madrileños, parece disfrutar con lo que otros considerarían un suplicio.«Me gusta la reparación de fachadas, sobre todo, trabajar al aire libre; además, es más tranquila que la construcción, donde tienes que empezar desde abajo». Pero, por supuesto, esto también tiene sus inconvenientes: «Lo peor es el invierno; hace mucho frío y, cuando estás colgado, te llega el viento helado».


Aquí, con independencia de la estación del año, la jornada empieza a las 08.00 y dura hasta las 17.00 horas, con media hora de descanso para comer. Luego, vuelta al tajo y a ponerse de nuevo el arnés con sus 3 cuerdas: la primera en la que van colgados, otra denominada por si acaso y una tercera para el material. Todas independientes y unidas a lo que denominan la reunión o cabecera de arriba, es decir, un encabezamiento realizado en la parte superior del edificio, donde consideren que hay suficiente firmeza.


La reunión se ha realizado en esta ocasión a una viga de hierro macizo que desemboca en una columna donde, para evitar cualquier susto, se vuelven a asegurar las cuerdas.


Además, como si de un vestido se tratara, una malla debe recubrir el edificio, de arriba abajo, y una visera ha de pasar por encima del nivel peatonal. En ambos casos, más que como protección de los trabajadores se utilizan para garantizar la seguridad de los viandantes. Y desde luego en el caso, poco probable, pero no imposible, de que les dé una pájara colgados en las alturas, lo que les mantendrá unidos al cordón umbilical de la vida son precisamente esas bovinas de 200 metros de cuerda. Aunque, se sincera Estrada, «hasta ahora yo nunca me he desmayado ni he visto a ningún compañero que lo hiciera. Pero sí es verdad que lo he escuchado».

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