Un tranvía hacia el 'sueño americano'

La Vanguardia, 16-04-2006

Alsueño americano puede llegarse, en sólo 45 minutos, en un reluciente tranvía de color rojo. Este medio de transporte comunica la frontera mexicano – estadounidense en Tijuana con el centro de San Diego, una de las ciudades más caras de Estados Unidos. Pero subirse al tranvía es el privilegio de quien tiene visado o lleva pasaporte de un país rico. Para Eduardo, de 28 años y natural de Cuernavaca, el primer intento de cruzar hacia el norte acabó en fracaso. “Yo mismo me entregué porque me perdí”, explica tras ser devuelto a México por una portezuela de la verja. “Si no te pones rebelde, te tratan bien”, añade. Otros compañeros de fatigas se quejan de que, en doce horas de detención, no les dieron alimento alguno.
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Eduardo, padre de dos niñas de corta edad, vendió su taxi para costearse el billete de avión a Tijuana. “Llamaré a la familia para decirles que estoy bien – indica – . Me pensaré si vuelvo a probarlo o aprovecho para comprar un carro (coche) y revenderlo. Aquí van mucho más baratos”. “Mi idea era trabajar unos años en EE. UU. para poner un negocio en México y construir mi casa”, agrega.
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“¿Vale la pena el sacrificio?”, le preguntamos a Manuel, que parece el cabecilla de un grupo de campesinos procedentes de Jalisco que también fueron capturados. “Depende de cómo uno lo agarre – contesta – . Si uno ahorra, bien. Pero si uno lo malgasta, entonces no vale la pena”. Con ojos cansados y gesto desconfiado, los hombres deambulan por el centro comercial de Tijuana sin que ninguno de los vehementes vendedores les haga oferta alguna. Su aspecto les delata.
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“Si yo fuera mexicano, sería el primero en saltar la valla”, admite el veterano agente Jones – nombre supuesto, pues prefiere hablar desde el anonimato – , con 26 años de servicio en la Border Patrol, la guardia fronteriza estadounidense, la migra en el argot mexicano.
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Jones se sincera y reconoce abiertamente que es imposible parar el flujo de inmigrantes ilegales. “Eso es una fachada muy cara”, dice con sonrisa irónica.
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Se refiere a las decenas de kilómetros de frontera fortificada, que califica de “muro de Berlín, pero al revés”. Por fachada entiende también que es una manera hipócrita de los políticos de satisfacer objetivos contradictorios: colman con una mano los deseos de cierto electorado de frenar la inmigración, mientras con la otra mano la toleran porque eso quieren los empresarios que financian sus campañas electorales. Así ve el actual debate en Washington sobre la reforma migratoria. La discusión está atascada ante la disparidad de iniciativas, que van desde una generosa amnistía encubierta para los casi 12 millones de indocumentados hasta la severa proposición de considerar delincuentes a los sin papeles.
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El agente Jones propone una solución heterodoxa y económica, aunque consciente de que es impracticable: “El Gobierno de Estados Unidos debería ingresar ocho millones de dólares en una cuenta suiza, uno para cada jefe de policía de los ocho estados mexicanos que hacen frontera. Pero, por cada inmigrante ilegal que nosotros capturásemos, les restaríamos 10.000 dólares de la cuenta. Ya vería cómo se solventaba el problema”. Jones se retirará en agosto de la guardia fronteriza y capitalizará sus experiencias y contactos para arrancar su propio negocio. Organizará tours turísticos en la frontera, el drama de la inmigración, en vivo. “Hay dos clases de público que tendrá interés – vaticina – . Los que están muy en contra de los inmigrantes, y las almas caritativas que siempre quieren protegerlos y les llaman pobresitos”.
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Mientras los pollos (inmigrantes indocumentados) intentan burlar cada noche a Jones y a sus colegas de la migra,el tranvía rojo transporta a quienes, con papeles en regla, prefieren seguir viviendo en México pero ganar dólares en San Diego. Son las legiones de hombres y mujeres que preparan los desayunos a los turistas y limpian sus habitaciones en los hoteles. Porque el sueño americano madruga mucho, se ensucia las manos y viaja en tranvía.
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